Con todo respeto, papa Francisco, pero…
Con todo respeto, papa Francisco, pero no entiendo el argumento que últimamente ha venido utilizando para justificar que las mujeres no pueden acceder al sacramento del orden. La verdad es que prefería sus respuestas directas, aunque no las compartiera, pero eran fáciles de entender.
Como la que dio a una periodista en el vuelo de regreso del viaje apostólico a Río de Janeiro (2013): “En referencia a la ordenación de las mujeres, la Iglesia ha hablado y ha dicho no. Lo ha dicho Juan Pablo II con una formulación definitiva. Esa puerta está cerrada”. O la que dio a otra periodista en el vuelo de regreso del viaje apostólico a Suecia (2016): “Sobre la ordenación de mujeres en la Iglesia católica, la última palabra es clara y la dio san Juan Pablo II y esto permanece”.
Al fin y al cabo, la exclusión fue establecida en el entorno patriarcal en el que se organizó la Iglesia, confirmada en el Código de Derecho Canónico –“Solo el varón bautizado recibe válidamente la sagrada ordenación” (canon 1024)– y declarada doctrina permanente de la Iglesia y práctica inmodificable por la carta apostólica de Juan Pablo II Ordinatio sacerdotalis (1994).
Y entendí el argumento que escribió en la exhortación apostólica Evangelii gaudium (2013), sin que me convenciera teológicamente, porque el simbolismo es utilizado para excluir a las mujeres de la ordenación: “El sacerdocio reservado a los varones, como signo de Cristo Esposo que se entrega en la Eucaristía, es una cuestión que no se pone en discusión” (EG 104).
El temor de Francisco a ordenar mujeres
Como también entiendo y comparto el temor del papa Francisco a clericalizar a las mujeres si son ordenadas como sacerdotes. Un temor que responde a la interpretación sacerdotal de la ministerialidad eclesial de la teología medieval, que todavía alimenta la mirada de los hombres de Iglesia y en la que el papa Francisco, sin quererlo, se deja enredar. Desde dicha interpretación, el sacramento del orden introduciría a las mujeres en un sistema sacral, como de hecho clericaliza a los hombres que sí tienen acceso a este sacramento.
Pero no siempre fue así. El Nuevo Testamento no registra la presencia de sacerdotes en las primeras comunidades de creyentes. Fue en el encuentro del cristianismo con el Imperio Romano cuando se estableció la separación entre los dirigentes de las comunidades, que comenzaron a ejercer funciones sacerdotales y a entenderse como un clerus, es decir, un orden diferente del pueblo o laos. Después vino la Reforma Gregoriana, en el siglo XI, que confirmó la división entre el clero y el laicado; y santo Tomás, en el siglo XIII, que formuló la teología del sacramento del orden como el sacramento del sacerdocio. Ahora bien, el Concilio Vaticano II replanteó esta visión eclesiológica excluyente al resaltar la condición bautismal como participación en la triple misión de Cristo y de la Iglesia, replanteando, también, la interpretación sacerdotal de los ministerios eclesiales que, desde la eclesiología del concilio, se enmarcan en la perspectiva del servicio para la construcción de la comunión eclesial y la realización de su misión.
En este orden de ideas, se explica el temor del papa a clericalizar a las mujeres. Temor que manifestó en la exhortación apostólica Querida Amazonia (2020) al reconocer el aporte de las mujeres en muchas comunidades de la Amazonía “bautizadoras, catequistas, rezadoras, misioneras” (QA 99), alertando acerca de “reducir nuestra comprensión de la Iglesia a estructuras funcionales” asociadas al sacramento del orden, que conduciría a clericalizar a las mujeres, lo que “provocaría sutilmente un empobrecimiento de su aporte indispensable” (QA 100). Por eso propuso que “deberían poder acceder a funciones e incluso a servicios eclesiales que no requieren el orden sagrado” (QA 103), para lo cual abrió la puerta a las mujeres a ministerios que de tiempo atrás ellas habían venido ejerciendo de facto: a los ministerios no ordenados tradicionalmente reservados a los varones del acolitado y el lectorado en el motu proprio Spiritus Domini (2021), autorizando “que también mujeres adecuadamente formadas y preparadas puedan recibir los ministerios del lectorado y el acolitado”; y a el ministerio no ordenado de catequista en el motu proprio Antiquum ministerium (2021).
También en su libro Soñemos juntos. El camino a un futuro mejor (2021) Francisco manifestó este temor al reconocer que en muchas diócesis “hay mujeres dirigiendo departamentos, escuelas, hospitales y muchas otras organizaciones y programas” y que “en la Amazonía, las mujeres –tanto laicas como religiosas– dirigen comunidades eclesiales enteras. Decir que no son líderes de verdad porque no son curas sería pecar de clericalismo y faltarles respeto”. Y en el mismo libro, a propósito del nombramiento de mujeres en la curia vaticana, mencionó, como reto, “crear espacios donde las mujeres puedan liderar” e “integrar la perspectiva de las mujeres sin clericalizarlas”.
Ahora bien, vale la pena anotar que el temor se debe a que Francisco le achaca los males de la Iglesia a la mentalidad clerical. Que es la mentalidad de los hombres de Iglesia, caracterizada por el sentido de superioridad en el que son formados, asociando dicha superioridad al poder sagrado que reciben en la ordenación y los ubica en un entorno sagrado que no pueden transgredir las mujeres.
Por eso el reto de “crear espacios donde las mujeres puedan liderar” que planteara Francisco en su libro Soñemos juntos. El camino a un futuro mejor (2021) refiriéndose al nombramiento de mujeres en la curia vaticana. Y, por eso, refiriéndose al acceso de las mujeres a “funciones e incluso a servicios eclesiales que no requieren el orden sagrado” en Querida Amazonia (2020), que acabo de citar, precisó que debían ser, además, funciones y servicios que “permitan expresar mejor su lugar propio” (QA 103), que es la otra preocupación.
El reto o la preocupación responde a que en la mentalidad de los hombres de Iglesia –y Francisco es hombre de Iglesia– las mujeres deben ocupar un lugar o espacio propio para ellas. Un espacio que prolongue el espacio que han ocupado en el entorno patriarcal, que es el espacio doméstico, distinto y separado del espacio que ellos ocupan, que es espacio de poder y, en la Iglesia, de poder sagrado recibido en el sacramento del orden, sin caer en la cuenta –de eso estoy segura– que se trata de una exclusión de las mujeres y que el espacio que las mujeres no pueden transgredir está probablemente asociado al miedo a las mujeres que recorre la historia de la humanidad como miedo a la transgresión del orden establecido, que es el que confina a las mujeres en el espacio doméstico.
El nuevo argumento del papa Francisco para no ordenar mujeres
El argumento que no logro entender para justificar la exclusión de las mujeres de la ordenación y que ha utilizado últimamente es el del principio petrino y el principio mariano, que parece plantear como si fueran las columnas de la eclesiología.
Se lo oí, por primera vez, a finales del año pasado en la entrevista que concedió a un grupo de periodistas de America y no lo entendí, a pesar de que soy teóloga y he sido profesora de teología del sacramento del orden. Lo utilizó para responder a una pregunta sobre la ordenación de las mujeres en la entrevista con periodistas estadounidenses en noviembre de 2022: “Es un problema teológico. Creo que amputamos el ser de la Iglesia si consideramos solo la vía de la ministerialidad”, que “podríamos decir que es de la Iglesia petrina”. A renglón seguido explicó: “Estoy usando una categorización de los teólogos. El principio petrino es el de la ministerialidad. Pero hay otro principio que es más importante todavía, del que no hablamos y es el principio mariano, que es el principio de la femineidad en la Iglesia, de la mujer en la Iglesia, donde la Iglesia se espeja a sí misma porque ella es mujer y es esposa”. E insistió: “La Iglesia es mujer. La Iglesia es esposa. Entonces la dignidad de la mujer va espejada en esta línea”. Continuó su argumentación, preguntándose: “¿Y por qué una mujer no puede entrar a los ministerios, a la ordenación? Es porque el principio petrino no da cabida a eso. Sí, tiene que estar en el principio mariano, que es más importante. La mujer es más, asemeja más a la Iglesia, que es mujer y que es esposa”. Por otra parte, señaló “un tercer camino que es el administrativo”, comentando, además, “que hay que dar más lugar a la mujer”. Como de hecho ha venido abriendo espacio para las mujeres en la curia vaticana, “y eso es una revolución”, comentó en la entrevista.
Nuevamente le oí el argumento del principio mariano y el principio petrino el pasado mes de marzo para responder la pregunta del entrevistador Jorge Fontevecchia acerca de mujeres sacerdotes, que es como generalmente se entiende la ordenación de mujeres, asumiendo que el sacramento del orden es el sacramento del sacerdocio, que fue como lo elaboró la teología medieval. “Este es un problema teológico”, respondió el papa Francisco y, a continuación, desarrolló el argumento: “En la Iglesia hay dos principios, hay tres diría, pero dos que son dogmáticos”, explicando que el tercero es administrativo: “si a las mujeres se les puede dar este o este trabajo”, mencionando algunos de los recientes nombramientos en el Vaticano. En cuanto al principio teológico –es decir, el principio petrino y el principio mariano– “es una cosa teologal” y su explicación me dejó aún más confundida: “Por ejemplo, la Iglesia no es varón. La Iglesia es mujer. Es la Iglesia. No es el Iglesia. Y se considera, asimismo, como esposa de Jesucristo, que es dogma de la teología más sana, que la Iglesia es mujer y no es ministro de la Iglesia, ministro varón. Es distinto. Está el principio de ministerialidad y el principio eclesial”. Continuó explicando que “el principio petrino es el disciplinar, el de gobierno, más así jerárquico –diácono, sacerdote, obispo, etc.– y el principio maternal, el de contención de la Iglesia, de la comunidad, se llama principio mariano”. Según la argumentación de Francisco, porque “la Iglesia es mujer, está en el principio mariano, que es mucho más importante: más importante una mujer en la Iglesia que un cura porque el principio mariano abarca todo y toca a la femineidad de la Iglesia. Jerárquicamente, un cura es más importante que una mujer, pero porque hay una jerarquización en el ministerio”. Y concluyó así su argumentación: “Teológicamente, si usted me pregunta, ¿quién es más importante, María o san Pedro, o los apóstoles? Ciertamente, María. Ciertamente. Es más importante porque es figura de la Iglesia en esa línea no ministerial sino eclesial”.
Por tercera vez le oí este nuevo argumento en el documental de Disney publicado durante la Semana Santa, en el que jóvenes de varios países hicieron preguntas al papa Francisco. Aunque no lo mencionara, el principio petrino y el principio mariano asoma en sus respuestas a una de las jóvenes que comenzó preguntándole su opinión acerca de si alguna vez podría haber una mujer en el puesto que él ocupa hoy: “Hay un problema teológico, de constitución teológica. En la Iglesia están dos líneas constituyentes, como dos principios. En el ministerio están los hombres. En la maternalidad, mucho más importante todavía, están las mujeres”. Enseguida, precisó: “La mujer tiene su función en la Iglesia porque la Iglesia es mujer. No es el Iglesia. Es la Iglesia. La Iglesia es esposa, es la esposa de Cristo. No es el esposo. El esposo es Cristo. Y esa es nuestra fe”. A la pregunta acerca de si no sería posible una mujer sacerdote, el papa respondió: “No. Porque sería ministerial”. Entonces la joven argumentó que las mujeres están ocupando ya espacios en la Iglesia, pero Francisco insistió en que “se priva a la mujer de la cosa más rica que tiene”. Le aclaró que su idea no era “privar a la mujer y sacarla de esos espacios” y el papa le replicó: “Entonces le quita la originalidad. Es un punto dogmático serio, que no disminuye a la mujer, al contrario, la pone en primer lugar. Pero donde tiene que estar. No es mejor ser sacerdote que no serlo”. E insistió finalmente: “Muy importante ser mujer en la Iglesia”.
Con todo respeto, papa Francisco, pero no me convence el argumento
Como no estaba familiarizada con el argumento del doble principio mariano-petrino, tuve que buscar información que encontré en varios artículos de la teóloga y biblista italiana Marinella Perroni. Según ella, el principio petrino-mariano lo propuso en el siglo pasado el teólogo alemán Hans Urs von Balthasar en el marco del ecumenismo “para integrar el ministerio petrino en la mística mariana”. También cita Perroni la exhortación apostólica de Pablo VI sobre el culto mariano, Marialis cultus (1974), en la que, para exaltar el papel de María en la Iglesia, lo compara con el que ejerce la mujer en la familia que “calladamente y en espíritu de servicio vela por ella”.
Pude deducir el sentido del principio mariano de estas palabras de Pablo VI que prolongan en la Iglesia la estructura organizacional de la familia patriarcal y su tradicional división de roles femeninos y masculinos, asociando la identidad de la mujer con la función maternal y, consiguientemente, con el servicio, el espacio doméstico y el silencio. Como también pude deducir el sentido del principio petrino, a partir de la función del varón en la sociedad patriarcal, en la que le corresponde la autoridad, el espacio público y el uso de la palabra. Lo que pasa –y, con todo respeto, papa Francisco– es que, debido a los cambios sociales de los últimos cien años, la división de roles femeninos y masculinos de la sociedad patriarcal y, consiguientemente, de la familia patriarcal están hoy en parte superados: la autoridad dejó de ser patrimonio exclusivo de los varones, y las mujeres han salido del espacio doméstico para compartir con los varones el espacio público, en el que se atrevieron a tomar la palabra después de muchos siglos de permanecer calladas.
Deduje, también, que el doble principio consagra a María como prototipo femenino y a Pedro como prototipo masculino, exaltando la importancia de María –como se ha ensalzado tradicionalmente a las mujeres con el título de “reina del hogar” que se les daba– para resaltar la autoridad de los hombres de Iglesia, como se acostumbraba respetar en el hogar la autoridad del paterfamilias. Lo que ya no suele ocurrir, porque los padres han comenzado a compartir el espacio doméstico y se han atrevido a participar en la crianza de sus hijos después de siglos de permanecer excluidos.
Y deduje –con todo respeto, papa Francisco– que no me podía convencer el argumento del doble principio petrino-mariano para seguir discriminando a las mujeres en la Iglesia negándoles el sacramento del orden: sencillamente, no responde a las actuales circunstancias sociales. Es una opinión teológica y no es un dogma.
Como tampoco me puede convencer el argumento de santo Tomás proveniente de otro contexto histórico. Como hombre de su tiempo, opinaba que “la mujer es inferior al hombre, […] el varón es más perfecto por su razón y más fuerte por su virtud [y] la mujer necesita del varón no sólo para engendrar, como ocurre con los demás animales, sino incluso para gobernarse” y esta opinión marcó su argumentación en relación con las razones para incluir el sexo femenino entre los “impedimentos para la recepción de este sacramento”, junto con los niños, los incapaces privados del uso de razón, los físicamente discapacitados, los esclavos, los asesinos y los hijos ilegítimos: “como en el sexo femenino no se puede significar una superioridad de grado puesto que el estado de la mujer es de sujeción, síguese que no puede recibir el sacramento del orden”. Y no me puede convencer porque las mujeres ya no estamos en estado de sujeción ni de inferioridad, como podían estar las mujeres en el Medioevo.
¿Hay posibilidad de apertura a la ordenación de mujeres en la Iglesia católica?
¿Hay, entonces, alguna esperanza –y la esperanza es virtud cristiana– de que en la Iglesia católica se produzcan cambios para que sean clara y definitivamente reconocidos los derechos fundamentales de las mujeres y se supere su exclusión que la encíclica Fratelli tutti [Sorelle tutte] califica de “inaceptable” (FT 127) en sus críticas a la inequidad social? Bueno, las críticas a la inequidad de puertas para afuera, sin caer en la cuenta de la inequidad que reina en la Iglesia de puertas para adentro.
Pero también hay que ser realistas. Está en juego la visión sacerdotal y kiriarcal de los hombres de Iglesia y la mentalidad clerical pesa fuertemente en las instancias decisorias. Sin embargo, quiero creer que hay esperanza. Y me animan a creer que hay esperanza las palabras del papa Francisco en el rezo del Regina Coeli de este Domingo de Pascua, cuando destacó que “fueron ellas, las discípulas, las primeras en verlo y encontrarlo” porque “a diferencia de los demás, no se quedaron en casa paralizadas por la tristeza y el miedo”, porque con ellas y como ellas, las mujeres no nos podemos quedar paralizadas.
Por eso, papa Francisco, con todo respeto, me he atrevido a escribir estas líneas. Y porque tengo la esperanza en que el proceso de conversión eclesial que Francisco ha venido proponiendo incluya un cambio en prácticas e imaginarios que sustentan la exclusión de las mujeres del sacramento del orden. Tengo la esperanza, además, de que así como se tomó en serio la pregunta y la solicitud de la hermana Terezinha Rasera durante la audiencia a la Unión Internacional de Superioras Generales, UISG (2016), convocando dos comisiones para estudiar el diaconado femenino, y ha demostrado su apertura a la nueva presencia de las mujeres en la Iglesia confiándoles cargos de dirección administrativa y procurando el reconocimiento formal de las actividades pastorales que ellas realizan, también preste atención a las voces de las mujeres que guardan la esperanza de que algún día dejarán de ser excluidas de la ordenación y dé el paso que se espera hacia la plena inclusión de las mujeres en la Iglesia.
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