Fidel Castro, estudiante jesuita que marcó el final del siglo XX.
Con la muerte de Fidel Castro se terminan las utopías que nutrieron a más de una generación.
La formación jesuita hizo de Fidel Castro un hombre que buscó lo mejor para la sociedad.
Dra. Ivonne Acuña Murillo. Académica del Departamento de Ciencias Sociales y Políticas de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México.
Ibero. Mx. Dic. 2016. La muerte de Fidel Alejandro Castro Ruz, mejor conocido en el mundo como Fidel Castro, el pasado 25 de noviembre, ha llevado a varios analistas a afirmar que este hecho marca el final del siglo XX.
Puede sonar exagerado para quienes nacieron en las últimas décadas de ese siglo o a inicios del XXI, sin embargo, efectivamente puede sostenerse, con algo de nostalgia, que con él se terminan las utopías que nutrieron a más de una generación.
El sueño ilustrado, fomentado principalmente por el materialismo histórico, corriente teórica inaugurada por el pensador y activista político alemán Karl Marx, de acuerdo con la cual la humanidad estaba en ruta hacia el final de la historia, después de haber pasado por cuatro etapas previas: el comunismo primitivo, el esclavismo, el feudalismo y el capitalismo, tiene en Castro Ruz al último de sus exponentes.
Último, porque a pesar de que otros países como China o Corea del Norte se mantengan bajo regímenes comunistas, sus actuales dirigentes no fueron los constructores de dichos proyectos.
Fidel, por su parte, encabezó, ganó y lideró por cerca de sesenta años la revolución que llevó a Cuba a colocarse como ejemplo de la igualdad, la educación, el deporte, el arte, la medicina, la resistencia ante el embate político y económico de la primera potencia a nivel mundial, Estados Unidos.
Más allá de sus logros y fracasos, de las acusaciones fundadas de haber establecido un gobierno dictatorial en Cuba, del amor, el agradecimiento y la tristeza o el odio, el reproche y la alegría que acompañan su muerte, Fidel le dio nombre y rostro a la esperanza por lograr un mundo mejor. Aquel que Marx pensara como la etapa última de su filosofía de la historia, un mundo sin clases sociales, donde a la gente se le daría en función de su necesidad y no de su capacidad, donde no habría desigualdad, hambre, ignorancia, desamparo.
Esa utopía acompañó a varias generaciones del siglo XX, las cuales crecieron a la vista de un futuro sin incertidumbre, con la seguridad de que una vida mejor para todos y todas era posible.
Y ¿qué tienen que ver Fidel y la Revolución cubana con el hecho de que Castro haya recibido parte de su formación en un colegio jesuita, el de Dolores? A simple vista podría parecer que nada pues, al menos en teoría, los jesuitas no van por el mundo desencadenando revoluciones. Aunque pensándolo bien tal vez sí: revoluciones de conciencia.
Si la educación jesuita tiene como objetivo principal el crecimiento de la persona y su transformación, como afirmó el padre Adolfo Nicolás, en Gijón, el 8 de mayo de 2013, vaya que Fidel creció y se transformó. Al revisar su biografía se encuentran frases como "con los jesuitas, rápidamente se destacó por su capacidad de oratoria y su rebeldía". Es de suponer entonces que los jesuitas, fieles a su convicción, guiaron a su pupilo en la reafirmación de su carácter y en el perfeccionamiento de sus capacidades y habilidades.
Con seguridad también modularon su rebeldía y le dieron las herramientas para aprender a discernir los mejores caminos para lograr sus objetivos, no tanto personales, sino sociales. Fidel buscó entonces la mejor forma de hacer arribar a sus connacionales a una etapa superior, a derribar las barreras que los mantenían bajo el yugo de Fulgencio Batista, quien tenía a la gran mayoría de las y los cubanos sumidos en la pobreza, la enfermedad y la ignorancia.
Males que Fidel atacó una vez llegado al poder de la Isla, a pesar de lo cual no pudo llevar a Cuba al éxito económico toda vez que el bloqueo impuesto por Estados Unidos, por más de 50 años, tuvo como objetivo boicotear lo que pudo convertirse en el modelo más exitoso de socialismo en el mundo, demostrando con ello que una forma de organización económica y política, diferente al capitalismo, era no sólo posible sino deseable. El contagio entonces hubiera sido mayor y la Revolución cubana hubiera sido exportada a muchos más países.
Fidel conjuntó el materialismo histórico, en un segundo momento, después de discernir que un régimen democrático no alcanzaría para frenar la injerencia de Estados Unidos en los asuntos de Cuba, con la costumbre jesuita de reflexionar sobre la mejor estrategia para lograr los objetivos fijados. Es así que, con un claro pragmatismo político, Castro concluyó que lo mejor sería declararse marxista-leninista, establecer el socialismo en Cuba y aliarse al otro poderoso de la Guerra Fría, la Unión Soviética.
Una atenta revisión de la primera etapa de la Revolución cubana, su contexto histórico y las decisiones que Castro fue tomando desde que decidió derrocar a Batista, permitiría corroborar esta hipótesis.