Xavier Alegre, Josep Giménez,
José Ignacio González Faus, Josep M. Rambla
Estos teólogos europeos hacen un diagnóstico de la Iglesia de Europa, en particular de España. Nosotros estamos en "otro mundo" pero nos puede servir esta reflexión para nuestras tierras latinoamericanas. Concluyen que en la Iglesia de ahora vivimos con "cinco llagas":
1. No ser Iglesia de los pobres
2. Jerarcocentrismo
3. Del jerarcocentrismo al eclesiocentrismo institucional
4. De ahí al romanocentrismo: infidelidad ecuménica
5. Helenocentrismo: Problema hermenéutico y necesidad de unanueva inculturación del cristianimo en el mundo moderno
Así empieza la introducción:
INTRODUCCIÓN: SÍNTOMAS PREOCUPANTES
Desde hace años, se ha ido instalando en la conciencia de nuestra sociedad la percepción de una profunda crisis en la Iglesia católica. Para unos, estamos ya en la agonía del cristianismo. Para otros, se trata de lo que ha ido calificándose como involución, “invierno eclesial” (K. Rahner), “retorno a los bastiones”1, golpe de estado de los llamados “teocons” o, con la castiza expresión teresiana: “tiempos recios”.
Prueba visible de esta crisis son, no los conflictos y descontentos internos, sino la tácita y multitudinaria defección de numerosos bautizados. Al redactar estas líneas, leemos el dato (que no podemos confirmar) de que “la fuga de católicos de su Iglesia (es) un uno por ciento anual”2. A eso se añade el hecho de que muchos hijos “pródigos”, perdidos tras una deriva de alejamiento, añoran algún tipo de alimento espiritual y se ponen a buscar pero, de entrada, descartan a la Iglesia católica como lugar de búsqueda. Según un reciente estudio de Demoscopia, la Iglesia es una de las instituciones menos valoradas en España: puntúa un 4'4, por debajo del parlamento y de los empresarios (que superan ligeramente el 5)3. En 1984, la Iglesia había obtenido un 5, de modo que también ahí se refleja un deterioro.
El objetivo de este Cuaderno
Estos son los datos; no tendría sentido ignorarlos o negarlos con políticas de avestruz. Al afrontar esta situación, no pretendemos que nosotros lo haríamos mejor (seguramente no). Sólo quisiéramos que toda la institución tenga la humildad de preguntarse si estaremos haciendo algo mal, en lugar de creer que esas encuestas obedecen sólo a afanes persecutorios. De hecho, la Iglesia española tiene hoy miembros de gran generosidad y de mayor calidad cristiana que los católicos sociológicos de la época de la dictadura. Esos cristianos admirables se merecen una institución mejor. Y para esto casi bastaría con que se dé mas cabida a todas las tendencias que existen en la Iglesia, sin pretender imponer una sola como la verdaderamente católica, desautorizando a todas las demás.
Al hacer este diagnóstico, no damos carácter de síntoma a la pésima imagen que suelen dar de la Iglesia los medios de comunicación, los cuales, por lo general, sólo hablan de ella para comentar algún escándalo (preferentemente de índole sexual o, si no, de carácter económico, o de reales o supuestas peleas internas). Esta pobre imagen es sólo espuma, con menos entidad del espacio que ocupa. Y ello es así unas veces por aquella regla clásica del periodismo de que sólo es noticia lo estrambótico; y otras por el dato más serio de que –por mucho que lo nieguen– los medios están en realidad al servicio del dinero y no de la verdad. Pero este detalle es ahora poco significante.
Más sintomático es, en cambio, el modo de reaccionar la Iglesia ante las críticas que recibe: una reacción siempre defensiva, que la lleva a considerarse injustamente atacada o perseguida, sin parar ni un minuto a preguntarse si habrá hecho algo mal o habrá dado algún pie a esas críticas enconadas. Incluso, los medios, emisoras o redes de comunicación en propiedad de la Iglesia parecen hablar única y exclusivamente “pro domo sua” (si se nos permite la clásica expresión ciceroniana), más que para informar objetivamente. Esta incapacidad de recibir serenamente la crítica y examinarse ante su Señor, nos parece la mayor señal de la crisis. Y lleva a que, cuando la crisis se reconoce, sea sólo para echar toda la culpa de ella a la maldad del mundo exterior, y añorar en silencio una antigua situación de poder eclesial y de cristiandad.
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