Elecciones 2018 ¿Qué papel queremos jugar los cristianos?
Juan Luis Hernández
Era 1997 en la Ciudad de México. Por primera vez se elegía un jefe de gobierno del Distrito Federal luego de décadas de tener un regente. Me encontraba dando un taller de elecciones en las comunidades eclesiales de base. Una persona me preguntó, ¿es cierto que si gana Cuauhtémoc Cárdenas va a mandar cerrar las iglesias? 20 años después me vuelven a preguntar en distintos talleres de análisis de la realidad con los que estoy recorriendo el país, ¿es cierto que si gana López Obrador México va a ser como Venezuela?
Las elecciones en nuestro país son como si fuera una materia muy difícil de pasar, muy difícil de aprender. Las elecciones se han convertido en un territorio muy polémico, lleno de percepciones, de filias y fobias, de anhelos y esperanzas, pero también de trampas, abusos, simulaciones. También las elecciones en los últimos tiempos son escenarios para enfrentar dilemas: votar o no votar, anular o voto blanco, PRI o PAN, PRD o Morena. Los ciudadanos nos hemos visto acorralados para tomar decisiones y posiciones frente a ese circo que muchas veces parecen los procesos electorales.
Venimos de una historia electoral que parece sacada de un libro de Gabriel García Márquez, el maestro del surrealismo mágico. Una historia en la que durante más de 60 años el PRI ganaba a la buena o a la mala, ganaba con “carro completo”, inventó estrategias para llevar a los votantes a la urna, “operación tamal”, “el ratón loco”, “te doy un rotoplas y me das tu voto”, “dame tu credencial y te la devuelvo después de las elecciones”, “me enseñas la foto de que votaste por mi partido y te conservo en la lista del programa social”.
Pero también las elecciones han sido el territorio del miedo. En 1994 ante el surgimiento el EZLN y el asesinato de Colosio, el PRI hizo campaña por Ernesto Zedillo con el eslogan de “vota por la paz” como si votar por partidos de oposición significara “votar por la violencia”. En este sentido, las elecciones también se prestan para manipular información, difundir medias verdades o medias mentiras o noticias falsas del todo. “López Obrador es un peligro para México” se dijo en las elecciones de 2006 y un sector importante de la sociedad que fue a votar se lo creyó. Así son las elecciones. Se juega con las percepciones de la gente, sean o no objetivas, sean o no verdades. La percepción es lo que termina dominando en muchos procesos electorales. Por eso sacar al PRI luego de 71 años de dominio no fue fácil.
Pero se hizo. Con muchos esfuerzos de la sociedad, el PRI se fue retirando de presidencias municipales, gubernaturas, y finalmente, de la presidencia de la república, y creímos ingenuamente que el PAN o el PRD podrían hacerlo mejor. No sólo descubrimos que cuando despertamos el dinosaurio seguía ahí, sino que sorprendidos vimos que el PRI vivía en el PAN y en el PRD. La oposición que llegó al poder gobernó como el PRI, se “priizaron”, gobernaron con el PRI y su vieja maquinaria y las elecciones ya no tuvieron mucho chiste. Eligiéramos a quien eligiéramos, fueran de un partido u otro, terminaban siendo los “huachicoleros desde el poder”, es decir, los “ordeñadores” de los presupuestos, de las políticas sociales, los privatizadores de los bienes públicos.
Con esta historia de terror y decepción, ¿vale la pena ir a las elecciones presidenciales del 2018? ¿es posible intervenir cristianamente? ¿qué está en juego en esta coyuntura política?
1. Iluminar con esperanza la oscura desesperanza
México vive una “ruptura fundante”. Ignacio Ellacuría, el rector mártir en El Salvador, señaló que una ruptura fundante es un momento histórico en el que la estructura (procesos sociales, económicos, políticos) mueven a la coyuntura (acontecimientos del presente) y la coyuntura mueve la estructura. Es decir, los actores sociales, civiles, económicos, políticos, eclesiales, criminales, se mueven y organizan de tal manera que terminan por incidir en la realidad, ya sea para lograr un avance de dignidad, libertad y justicia, o para retroceder aún más en oscuridad, violencia, injusticia, impunidad.
Sea hacia adelante o hacia atrás, estamos viviendo en movimiento. Ya sea por los medios de comunicación, las redes sociales o lo que nos consta por lo que vemos a nuestro alrededor, tendemos a pensar que vivimos tiempos oscuros, profundamente inhumanos, carentes de esperanza. Y no cabe duda, todos los días somos testigos de algo para confirmar esta fatalidad. Pero no debemos ser ajenos a que en medio del horror, de la desesperanza y de la oscuridad, también en México muchas personas están construyendo cultura de paz, reconstruyendo el tejido social, ayudando a personas que lo necesitan, enfrentando el mal con bien. No tienen mucha prensa, hay muchos héroes anónimos, no sabemos mucho de ello, pero está sucediendo. ¿Cómo nos vamos a insertar en la ruptura fundante? ¿Cómo espectadores o como actores?
Jesús vivió en una época en la que los males que vivimos se podían replicar en mil. Su país estaba dominado por el imperio romano, los Herodes gobernaban a su pueblo con despotismo singular. La pobreza y la desigualdad eran la marca de la sociedad. La religión no era mejor, servía para oprimir desde el Templo de Jerusalén y los fariseosimponían en los fieles terribles cargas que ellos mismos no eran capaces de cargar.
Y en medio de esa oscuridad apareció la palabra sanadora de Jesús, la práxis liberadora de Jesús. Con Jesús aprendimos que la cultura de la muerte no puede ni debe ser la última palabra. El Maestro nos enseñó que es justo en momentos duros y difíciles cuando hay que iluminar las conciencias y los corazones. “Yo he venido para que tengan vida y vida en abundancia” debiera ser suficiente para estar convencidos de que el cristianismo tiene algo que decir y hacer en tiempos de “no se puede hacer nada”, “esto nunca va a cambiar”.
En México y América Latina tenemos mucha religión y poca ética cristiana. Somos la región más violenta del mundo, la región más desigual del mundo y la región más católica del mundo. Es decir, violentos, desiguales y con una religión que no ha sido capaz de incidir en la realidad, que probablemente sólo se haya quedado en el templo y en los rezos. Ante ello necesitamos rescatar urgentemente nuestra capacidad cristiana de irradiar el mundo, de poner en marcha social y culturalmente la convicción de que todos somos hijos de Dios.
En la novela “La cabaña del tío Tom”, un esclavo negro en los Estados Unidos del siglo XIX huye de sus amos buscando la libertad. En aquélla época ayudar a esclavos fugitivos estaba penado. El negro fugitivo cayó en una comunidad de cuáqueros y éstos le ayudaron. El negro le dijo a uno de los que le ayudaron: “no quiero que por mi culpa usted se meta en problemas”, y éste le contestó “no lo hago por ti, lo hago por Dios y por el hombre”.
¿Dónde quedó nuestra fe reflejada en nuestro quehacer social? ¿para qué nos sirve nuestro cristianismo? Ha llegado la hora de recuperar la valentía y la convicción de los primeros cristianos. Su manera de vivir y de hacer la vida se veía en la calle, inspiraba a otros, atemorizaba a los poderosos. Los cristianos no podemos atravesar esta época del imperio de lo efímero, de apatía generalizada, de ciudadanos sin compromiso y de sociedades adormecidas por el consumo voraz, sin que tengamos una palabra que sacuda, que oriente, que proponga, una praxis que transforme, que reeduque, que invite a vivir humana y fraternalmente.
A los políticos mexicanos en general les agrada ese cristianismo sin compromiso, ese cristianismo acomodaticio. Les viene bien porque se sirven de él. En México aún no hemos visto lo que ocurrió después del Concilio Vaticano II y la teología de la liberación: en varios países latinoamericanos el cristianismo influyó en la sociedad y en la política en clave de avance progresista, sea contra las dictaduras, sea contra los abusos en los derechos humanos, sea en la defensa y la resistencia de los territorios, sea contra la trata de personas o en la defensa de los migrantes.
Así pues, es la hora de animar la esperanza en medio de la desesperanza. Es el momento de que la ética cristiana culturice nuestra época. Es propicio que nuestra fe en el Dios de Jesús nos haga transformadores de nuestra realidad. Y una dimensión para que esta fe se extienda todo lo posible es la política, es decir, el cuidado del bien público. La política no es lo que hacen los políticos. La política se inventó para que las comunidades humanas, para que las sociedades viviéramos en paz, con seguridad y bienestar. Los padres de la Iglesia a eso le llamaron “bien común”. México grita con urgencia el dominio del bien común sobre el “mal común”.
2. Hacer política como ciudadanos cristianos
La palabra “política” viene de la palabra griega “polis” (ciudad), por lo que la política es el cuidado de la ciudad, el cuidado del bien público. Los políticos ensuciaron la palabra política, pero eso no significa que haya dejado de significar una de las experiencias más hermosas socialmente hablando: construir en comunidad el bien común.
En nuestro país no hemos podido ser testigos de la construcción mayoritaria del bien común porque se ha impuesto el “mal común”, es decir, la corrupción, la impunidad, la violencia y la desigualdad. Pero esto ha sido posible porque el régimen político del priato (71 años de gobierno ininterrumpido del PRI) quiso deliberadamente que no hubiera ciudadanos. Que no hubiera ejercicio de ciudadanía que sirviera de contrapeso al poder. Por eso hicieron lo que quisieron. Pero en los últimos años ha despertado la sociedad civil y se ha ensanchado la participación ciudadana. Hay más presión hacia los políticos y por ello, si antes los ex gobernadores se iban a su casa a disfrutar de lo que robaron, hoy al menos algunos tienen que preocuparse para defenderse desde la cárcel. Hasta septiembre de 2017 se cuentan 16 ex gobernadores en la cárcel, o prófugos, o en procesos de extradición o enfrentando juicios penales por desvío de recursos. Pero ese empoderamiento ciudadano necesita tener más músculo, ser más contundente frente a la ignominia del poder, estar más organizado para pedir cuentas y echar a los kakistócratas (el gobierno de los peores) del poder.
El regreso al poder del PRI con Enrique Peña Nieto ha sido una de las más malas noticias en la historia del país. Como preveíamos en 2012, este regreso del “ogro filantrópico” fue un retroceso democrático. No sólo se expandió la violencia, aumentó el secuestro y la extorsión, sino que se incrementó la desigualdad, la pobreza siguió siendo la misma que hace 30 años, los gobernadores abusaron de sus virreinatos, y el círculo cercano a EPN se dio manga ancha en los negocios amparados desde el poder, atacando sin piedad a sus opositores (Aristegui y periodistas críticos) y comprando voluntades tanto en el PAN como en el PRD.
Las elecciones del 4 de junio del 2017 en el Estado de México son un perfecto termómetro de lo que quiere el PRI y EPN para el 2018. Por un lado, que el voto anti PRI que crece a raudales, se disperse entre el PAN, una posible alianza PAN/PRD, Morena y varios candidatos independientes. La marca PRI, lo están diciendo las encuestas más creíbles, es una marca abollada, deteriorada, vacía.
Pero el PRI demostró en el Edomex que a pesar de su mala imagen, a pesar de la corrupción que harta a más de medio México, a pesar de los pesares, el PRI puede ganar. Y puede ganar porque su estrategia es inundar de guerra sucia las redes sociales y los medios de comunicación para debilitar a su único y real enemigo: AMLO y Morena. Puede ganar porque sabe desmovilizar a posibles votantes, movilizar a sus clientelas y dividir el voto anti PRI financiando a candidatos independientes y negociando con las élites del PAN y el PRD.
Así es. Las elecciones suelen ser un juego de tablero entre los políticos en el que los ciudadanos terminemos siendo involuntariamente solo un alfil. Así han sido muchas elecciones, los políticos armando sus estrategias, diseñando sus escenarios, negociando elecciones, y los ciudadanos mirando el espectáculo.
Pero hay otra manera de enfrentar las elecciones. Y esa manera es que los ciudadanos demos un golpe en el tablero del juego de la partidocracia y les deshagamos sus intereses. Eso supone que ya no sean ellos los que tengan el control del juego electoral, sino nosotros. Y eso sólo es posible con una participación masiva en las urnas. El fraude electoral en el estado de México se pudo hacer gracias a la poca participación de los ciudadanos en las urnas, desmovilizados por la guerra sucia entre otros factores.
Pero decíamos arriba que este es un tiempo de ruptura fundante. Es un momento para que los ciudadanos hagamos presencia en la escena política y validemos lo que los griegos crearon hace 25 siglos: la democracia sólo es posible con la participación de los ciudadanos. Si la herencia del regreso del PRI a la presidencia ha sido que México sea una fosa común generalizada, entonces ha llegado el momento político de los ciudadanos. Hagamos que nuestra participación no deje dudas en el mensaje: los partidos que han chupado a México desde el poder van a tener que arrepentirse de ello. En otros países, los ciudadanos han aniquilado a los partidos dominantes, a los que protagonizaron la vida política el último medio siglo, los ciudadanos los enterraron en las elecciones y empoderaron a otros.
Eso podemos hacer los ciudadanos. Tomar la sartén por el mango y castigar ejemplarmente la corrupción y la impunidad. Quitarles el poder a quienes lo tienen y mandarlos muy lejos en el escenario político. Los ciudadanos podemos hacer eso, y más, si nos lo proponemos. Y cuando eso suceda, los partidos no tendrán más remedio que gobernar mejor.
Algunas buenas noticias nos acompañan en este esfuerzo. Pedro Kumamoto es un ciudadano que decidió aprovechar las candidaturas independientes para irrumpir en la escena política desde los intereses de abajo. Ganó una diputación local en Jalisco. Y desde ahí ha propuesto la iniciativa “Sin voto no hay dinero” para disminuir a la mitad el financiamiento millonario a los partidos políticos. Esta iniciativa se aprobó en el congreso de Jalisco. La impugnó el impresentable Partido Verde, pero la Suprema Corte de Justicia de la Nación la validó. Y ahora el objetivo es que todos los estados de la república mexicana aprueben esta ley y también se haga a nivel nacional.
Pero este es un ejemplo de cómo ciudadanos sin partido están cambiando poco a poco las reglas de la vieja política y alentando al resto del país para que nos subamos al carro animador del “sí se puede”, si se puede cambiar la política mexicana. Obviamente no será de la noche a la mañana pero hay camino andado y se hace camino al andar, como ya decía el poeta.
3. Pistas para la coyuntura electoral de 2018
A estas alturas todos debemos estar claros de que el poder ciudadano no sólo debe mostrarse en las elecciones. Éstas apenas son un pequeño resquicio para incidir. Los ciudadanos debemos tomar nuestras convicciones, nuestra palabra y nuestra acción en el mercado, en la sociedad, en la vida local, en la organización civil, en la escuela y en el trabajo.
Pero las elecciones presidenciales suelen ser un acontecimiento que jala casi todo lo político-social. Por las elecciones, los gobiernos suelen pervertir los presupuestos para jalar dineros a las campañas. Los secretarios de estado, los gobernadores y otros actores que gobiernan presentan políticas públicas porque quieren ser candidatos. Las acciones de administración de justicia se hacen para pegarle al partido opositor. Es decir, casi toda la vida púbica se ve impregnado de la lucha por el poder cuando se trata de renovar la presidencia, y ahí los ciudadanos tenemos que mandar mensajes contundentes.
Algunos de ellos pueden ser los siguientes:
a) “Los políticos como los pañales, hay que cambiarlos a menudo, y por los mismos motivos”. No podemos dejar a los partidos y a los políticos que repitan en el poder. Si lo hacen es muy probable que empiecen a oler mal. La vida social no tarda en afectarse para mal. Quitarlos del poder es quitarles el negocio, es retirarlos del presupuesto del que viven. Un mensaje categórico en las urnas es no permitir que la kakistocracia siga ensañándose con la sociedad. Los mexicanos vemos a todos los partidos y candidatos iguales. En algún sentido así es. Por ello no tiene ningún sentido que dejemos más de tres o seis años en el poder a un partido o grupo político. Cambiémoslos, sobre todo si han gobernado sólo para sus intereses. Usemos nuestro voto para premiar y castigar. Que los políticos sepan que nuestro voto sí importa, sí influye, sí cambia las cosas. Cuando lo descubran van a aprender a respetarnos mejor.
b) El PRI demostró que no tiene remedio. Era el partido de la corrupción y lo ha refrendado fehacientemente en el gobierno de EPN. Este gobierno le ha hecho mucho daño a México. No podemos permitir que la restauración autoritaria y el gobierno de la impunidad sigan maltratando al país. El 2018 será un referéndum que deberá enviar a la historia a un partido que nunca supo escuchar a los ciudadanos y que jamás se preocupó por alentar una sociedad democrática y equitativa. Como el PRI está muy preocupado por su imagen pondrá candidatos “poco priístas” más cercanos al perfil ciudadano. No nos dejemos engañar. Lo único que le interesa a EPN y su grupo es que quien gane las elecciones, sea del PRI, del PAN o del PRD, que no investigue la corrupción del actual grupo gobernante.
c) El PAN gobernó México 12 años para volverle a entregar el poder al PRI. Desde 1988 cogobierna con el PRI. El PRIAN se une en el modelo económico. PRI y PAN, PAN y PRI han encabezado gobiernos neoliberales que han agravado la pobreza y la desigualdad, haciendo ricos a los más ricos y empobreciendo más a los pobres. Las élites de ambos partidos han llegado al acuerdo de que si gana uno no perseguirá por corrupción al que se fue. Ya lo vimos con Calderón. Dejó sola a su candidata presidencial en 2012, apoyó a EPN y a cambio Calderón y Margarita se fueron tranquilos sin que el nuevo gobierno los investigara, a pesar de que Calderón demostró ser el verdadero peligro para México al incendiar al país con su guerra contra el narco que sólo sirvió para que México se convirtiera en uno de los países más peligrosos del mundo. El PAN parece haber negociado con EPN de que si gana Margarita, Anaya o Moreno Valle no perseguirán la corrupción de este sexenio.
d) Pero el PAN ya no puede ganar solo las elecciones. Necesita aliados y los ha encontrado. Para empezar el PRD. Pero el partido del sol azteca hace tiempo que dejó de ser el partido aguerrido de izquierda al que incluso le mataron a cientos de militantes en el salinismo y el zedillismo. Ahora se mueve cómodamente en la órbita de Los Pinos para acercar sus servicios de distracción electoral. Es posible que en 2018 veamos una alianza PAN/PRD que quite al PRI pero que en realidad el PRI esté en ellos. Para el PRI, si no gana las elecciones, su plan B es que gane el PAN en alianza con el PRD y así garantizar impunidad al robo sistemático en este sexenio.
e) Finalmente, Morena y AMLO encabezarán el proyecto antineoliberal. Pero enfrentarán la guerra sucia más sucia que se haya hecho en la historia de México. La guerra sucia esta vez está pensada para hacer parecer que si gana AMLO las elecciones, México será como Venezuela, es decir, un país en caos social y económico. Lo más increíble de esta campaña es que el caos social y económico ya lo han hecho tanto el PAN como el PRI los últimos 18 años. Sus gobiernos nos llenaron de violencia, pobreza, desigualdad, corrupción, impunidad. Y todavía cínicamente señalan con el dedo hacia otro lado para advertir que se ciernen amenazas hacia México, cuando esos dos partidos han sido los que han metido a México en el hoyo en el que nos encontramos. Que nuestro voto no esté orientado por las guerras sucias, sino en todo caso, por un análisis más sereno de las propuestas que escuchemos o de las historias personales de los candidatos.
f) Sí es importante ir a votar. Sobre todo porque a partir de 2018 los diputados locales y federales, los alcaldes, así como los senadores, podrán reelegirse de manera consecutiva, obviamente en elecciones, pero podrán presentarse a competir nuevamente por el puesto en el que están. Eso hace más importante el voto. Nosotros seremos los que con nuestro voto reelijamos o no. Lo que elijamos en 2018 habrá que seguirlo con lupa. Esa será una tarea ciudadana ineludible.
g) Si alguien está interesado en anular el voto lo puede hacer. Pero todavía no tiene ninguna repercusión legal o electoral.
h) En 9 estados de la república mexicana se elegirán gobernador y autoridades locales el mismo día de las elecciones presidenciales. Así que en esos estados los electores tendrán 6 boletas!!! (votarán para presidente, senadores, diputados federales, gobernador, diputados locales y alcaldes). Los estados son: Ciudad de México, Puebla, Veracruz, Chiapas, Guanajuato, Jalisco, Morelos, Tabasco y Yucatán.
i) Si gana AMLO, el PRI y el PAN, y un sector de la oligarquía mexicana, así como medios de comunicación y muchos otros actores, se encargarán de hacerle oposición. Así que México no podrá ser Venezuela sino un país que tendrá pesos y contrapesos como debe ser. Y AMLO tratará de gobernar como gobernó la ciudad de México. Nada nuevo ni sorprendente. En todo caso las élites políticas y económicas que han vivido de su “pacto de impunidad” verán amenazados sus intereses. Eso es lo que está en juego. Ni AMLO es el demonio ni tampoco el salvador de la patria. Es una alternativa para hacer ajustes al modelo económico neoliberal y para romper el pacto de corrupción con el que se ha gobernado las últimas décadas.
j) Pero nos volveríamos a equivocar si queremos defender a un partido o a un candidato. Hoy no vale la pena pelearnos con nuestros familiares o amigos defendiendo a unos o a otros. Lo que necesitamos es ir a votar, otorgar nuestro voto a quien creamos moverá la podredumbre que nos hereda EPN y exigir y presionar para que se cumplan las promesas de campaña. Los ciudadanos no podemos alejarnos de la arena pública. Ya no podemos dejar nunca más a los políticos solos, sean del partido que sean.
En suma, todos son iguales, pero unos más iguales que otros. Que el discernimiento nos lleve a limpiar el país de la kakistocracia, a descubrir el bien mayor o el mal menor. Pero sobre todo, que nuestro cristianismo ciudadano se haga notar en las elecciones y más allá de las elecciones.
JUAN LUIS HERNANDEZ AVENDAÑO.
Politólogo, candidato a Doctor en Ciencia Política por la Universidad Autónoma de Madrid. Profesor de ciencias políticas desde 1995. Durante dos décadas ha sido funcionario educativo en las universidades jesuitas de México buscando responder con educación a los desafíos de la realidad. Coordinó la carrera de Ciencias Políticas y Administración Pública en la Ibero Ciudad de México y fue Vicerrector Académico de la Ibero Puebla, donde también fue Rector interino. Analista político en medios de comunicación con la perspectiva de empoderar a los ciudadanos. Fundador de la Cátedra Ignacio Ellacuría de Análisis de la Realidad presente hoy en 7 universidades de AL y España.
Fue co-coordinador del libro Democracia reprobada: la elección presidencial de 2006, publicado en 2010, premiado por la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos como uno de los mejores libros sobre elecciones en México. Coordinó el libro El rector mártir: los legados de Ignacio Ellacuría para hacerse cargo de la realidad. Su último libro es El Leviatán roto: el avance del estado fallido en México (2016). En los últimos años ha promovido la estrategia educativa de Aprendizaje Situado en México y América Latina. Es colaborador en la Escuela Social y el Observatorio Social del Episcopado Latinoamericano con sede en Bogotá, Colombia. Actualmente es Director del Departamento de Ciencias Sociales de la Ibero Puebla. Acompaña a las comunidades eclesiales de base desde 1985.
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