lunes, 20 de abril de 2020

Libro Didáctico: ¡ Una nueva versión ilustrada de la Declaración de la ONU!


Libro Didáctico: ¡ Una nueva versión ilustrada de la Declaración de la ONU!


Hoy, 17 de Abril de 2020, millones de productores de alimentos en todo el mundo, entre ell@s campesin@s, sin tierras, pequeños y medianos agricultores, pueblos indígenas, trabajadores migrantes, trabajadores agrícolas, pastores, pescadores, conmemoran el Día Internacional de las Luchas Campesinas. Mira nuestro comunicado oficial aquí.
En este contexto, La Vía Campesina está lanzando “Derechos Campesinos – Libro Didáctico” una versión ilustrada de la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de l@s Campesin@s y otras personas que trabajan en áreas rurales (UNDROP). Dedicamos este trabajo a más de mil millones de personas que viven en áreas rurales, que existen y resisten el asalto al capital global. Además, hoy recuerda a los mártires que perdieron la vida y el sustento en la lucha por proteger su tierra, las semillas, el agua y los bosques en #ElDoradoDosCarajás y en el mundo. Esta Declaración defiende los derechos de ellos, de las mujeres campesinas y las personas de diversas identidades en todos los rincones.

Introducción

¡Esta tierra, esta agua, este bosque, ¡somos nosotr@s!

La sociedad moderna se enfrenta a una crisis extraordinaria.
Es una crisis civilizatoria que se ha estado gestando a lo largo de cientos de años. En su centro se encuentran algunas “personas” [1], que hoy poseen y controlan más de la mitad de la riqueza global; explotan impunemente tanto a la naturaleza como a la humanidad en pos de generar ganancia. Las consecuencias de sus acciones son contundentes. Al momento de escribir estas palabras, la mayoría de la población mundial se encuentra en cuarentena. El COVID-19 y su impacto está presente en los diálogos públicos y privados en todo el mundo. Mientras algunos de los gobiernos se empeñan en intentar detener la propagación del virus y salvar a sus ciudadanos, las repercusiones económicas de la crisis amenazan con destruir los medios de subsistencia y las vidas de miles de millones de personas.
Nadie se ha librado del virus. Sin embargo, son los trabajadores y trabajadoras urbanas y rurales, migrantes, campesinos y campesinas y pueblos originarios, en su gran mayoría sin acceso a sistemas de salud pública de calidad, quienes se encuentran en la posición de mayor vulnerabilidad, al igual que las personas de mayor edad  y con condiciones de salud preexistentes.
El miedo por la salud no es la única preocupación. En muchos lugares del mundo las fábricas están despidiendo trabajadores y trabajadoras y los gobiernos están cerrando mercados campesinos rurales y periurbanos. A medida que se implementan estrictas medidas de cuarentena, los productores y productoras de alimentos a pequeña escala tienen dificultades para comercializar su producción; los pescadores no pueden entrar al mar, los pastores no pueden arrear el ganado y se restringe a los pueblos originarios el acceso a los bosques. El resultado es un mundo que pronto se enfrentará a un incremento de hambre y pobreza, quizás varias veces más graves de lo que ya hemos visto en las últimas dos décadas. Mientras tanto, los Estados con tendencias dictatoriales encontraron en esta crisis una oportunidad de legitimar la vigilancia masiva, socavando los procesos democráticos y desmantelando paulatinamente la libertad de asociación y el disenso organizado.

¿Cómo llegamos a esto?

Es factible plantear que el COVID 19 no es un problema en sí mismo, sino apenas un síntoma. La especie humana ya estaba viviendo al límite, con niveles récord en la emisión de gases de efecto invernadero (GEI) y la temperatura del planeta elevándose a un ritmo sin precedentes. En 2019, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas (IPCC, por sus siglas en inglés) publicó un informe titulado “Cambio climático y tierra” [2],  que una vez más expuso el impacto devastador que la agricultura y sistemas de ganadería industriales han tenido en la tierra, los bosques y el agua, al igual que en las emisiones de GEI. Algunos meses después del lanzamiento del informe del IPCC, incendios forestales se propagaban implacables a lo largo del Amazonas, de Australia y de África central, recordándonos la espeluznante frecuencia que las condiciones climáticas extremas alcanzan en este siglo. Los grandes latifundios y el agronegocio transnacional no solo ejercían una exigencia inmensa sobre los recursos finitos del planeta, sino que también ponían en enorme peligro la salud de todas las formas de vida, incluyendo a los humanos. Son varios los estudios documentados que ya han revelado cómo la gripe y otros patógenos surgen de una agricultura controlada por las empresas multinacionales.
Pero este complejo agro-industrial no se construyó en un día. El principal facilitador de este sistema ha sido el capitalismo y las políticas económicas neoliberales que permitieron su expansión sin restricciones. Impulsados por la codicia y avalados por poderosos intereses corporativos, los defensores del capitalismo reemplazaron la naturaleza con fábricas de ladrillo, chimeneas e invernaderos industriales. Construyeron ciudades como motores de nuestra actividad económica prestando escasa atención a la biodiversidad del planeta. En el proceso, descuidaron los pueblos, las costas, los bosques y a las personas que allí habitaban. Talaron árboles para establecer grandes plantaciones o construir complejos de lujo para turistas adinerados y perforaron la tierra en busca de minerales. Al mismo tiempo, despojaron de su tierra a millones de personas que coexistían con esos entornos. Unos pocos privilegiados impusieron a los pueblos del mundo un modelo único de industrialización. Las personas que se resistieron fueron ridiculizadas, perseguidas, encarceladas y a veces asesinadas con impunidad.
Desde mediados del siglo XX, las corporaciones transnacionales y sus gobiernos aliados, con el apoyo eficaz de instituciones como la Organización Mundial del Comercio, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, firmaron acuerdos que no consideraban el costo humano de la expansión industrial. Los promotores de la globalización establecieron el marco de los Acuerdos de Libre Comercio fomentando la privatización de los servicios públicos y la desregulación al punto de eventualmente desmoronar los sistemas de salud pública y empujar a las comunidades rurales y urbanas a una vulnerabilidad extrema.
El COVID-19 ha expuesto brutalmente estas vulnerabilidades. Todas las grandes gripes que han sacudido a la humanidad en los últimos tiempos nos recuerdan el costo humano de esta expansión ilimitada orientada hacia la homogeneidad a costa de la diversidad. Los patógenos fatales que mutan en y emergen de estos agro-ambientes especializados son una consecuencia ocasionada por el sistema que reemplazó la producción local de alimentos saludables, variados y climáticamente apropiados por alimentos homogéneos, producidos en fábrica, que tienen el mismo sabor, ya sea en oriente o en occidente.
Los gobiernos hicieron caso omiso de las repetidas advertencias de movimientos sociales y la sociedad civil. Con la misma velocidad que se expandía el capitalismo, desaparecían de la narrativa cotidiana dominante las noticias sobre el campesinado, pescadores, pastores, artesanos y muchas otras personas que trabajan en áreas rurales. Al invadir el campo, el capital generó un mundo azotado por las guerras civiles, ambientes insalubres y gente enojada. La reacción de las personas ante estas circunstancias tan difíciles no siempre es agradable. En muchas partes del mundo, la frustración les llevó a buscar refugio en ideologías de derecha que se nutren del odio, el localismo y la división. Es importante reconocer que la sospecha y hostilidad de unos contra otros surge con fuerza en un mundo en el que es necesario luchar por recursos y una paga diaria. El capitalismo creó este mundo polarizado en el que la competición ha reemplazado a la solidaridad.
A pesar de esto, aún tenemos esperanza. La resistencia de los pueblos, liderada por quienes más hayan sufrido los efectos de estas crisis, con el apoyo de la fuerza del internacionalismo, la solidaridad y la diversidad, puede desmantelar el capitalismo y devolvernos un mundo socialmente equitativo y justo.

¡Formar, organizar y movilizar!

Desde 1993, por medio de La Vía Campesina, millones de personas que viven en áreas rurales han advertido al mundo del desastre en ciernes. Versión para imprimir aquí.
Luego de una década de movilizaciones y lucha para contrarrestar la creciente expansión del capital internacional, La Vía Campesina propuso e inició una campaña en pos de un instrumento legal internacional para la defensa de los derechos de los pueblos a sus territorios, semillas, agua y bosques. Durante 17 largos años, campesinos y campesinas, trabajadores y trabajadoras, pescadores y pescadoras, y pueblos originarios de Asia, África, las Américas y Europa negociaron con paciencia y persistencia dentro y fuera del Consejo de Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas, compartiendo sus historias de expropiación y desolación. Este proceso de negociación sirvió como catalizador para las y los cuadros del movimiento y les permitió abordar la campaña con mayor vigor. Organizaciones no gubernamentales aliadas, otros movimientos sociales de productores de alimentos, académicos y gobiernos progresistas también aportaron a generar y sostener el impulso que permitió la adopción de un mecanismo legal internacional.
El 18 de diciembre de 2018 estos esfuerzos finalmente dieron fruto y la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas adoptó la “Declaración de la ONU de derechos de campesinos y otras personas que trabajan en áreas rurales” (UNDROP, por sus siglas en inglés). Esta Declaración no solo considera a los campesinos y campesinas como meros “sujetos de derecho”. También reconoce a los campesinos y campesinas y las personas que habitan zonas rurales como agentes fundamentales para superar las crisis. Esta Declaración de las Naciones Unidas es un instrumento estratégico para fortalecer las luchas y propuestas de los movimientos rurales. Además, sienta una jurisprudencia y una perspectiva jurídica internacional para orientar la legislación y las políticas públicas en todos los niveles institucionales en beneficio de quienes alimentan al mundo.
El núcleo de la Declaración se centra en el derecho a la tierra, las semillas y la biodiversidad, así como en varios “derechos colectivos” anclados en la Soberanía Alimentaria. La Soberanía Alimentaria es el derecho de los pueblos a determinar sus sistemas alimentarios y agrícolas, y el derecho a producir y consumir alimentos saludables y culturalmente apropiados.
Además de contar con un artículo único dedicado a las obligaciones de la ONU, la Declaración también establece en cada artículo una serie de obligaciones y recomendaciones para los Estados miembros. Estos artículos en la Declaración explican no solo los derechos de campesinos y campesinas, sino también los mecanismos e instrumentos para que los Estados los garanticen. Ahora, la responsabilidad de su adaptación e implementación a los distintos contextos nacionales recae sobre los Estados miembros de la ONU, los movimientos sociales y la sociedad civil en cada rincón del mundo.
Este Libro de Ilustraciones explora distintos aspectos de la Declaración de la ONU. Por medio de imágenes poderosas, creadas con cuidado por Sophie Holin, joven militante y colaboradora de La Vía Campesina, su objetivo es dar a conocer la Declaración de la ONU y difundir sus contenidos en comunidades rurales. El libro, producido originalmente en inglés, español y francés, también estará disponible como un documento de acceso libre para la adaptación y traducción de movimientos sociales a idiomas locales.
Como La Vía Campesina, debemos utilizar esta herramienta para movilizar comunidades y organizar formación política. Es indispensable la aplicación de la Declaración de la ONU en los procedimientos legales en defensa de los campesinos y campesinas, al igual que hacer un llamamiento a la sociedad para el desarrollo de estrategias regionales y nacionales con el objetivo de lograr su implementación. Esta herramienta nos permite presionar a nuestros gobiernos y a las instituciones gubernamentales en todos los niveles para que cumplan con su obligación de asegurar la dignidad y la justicia para que quienes produzcan puedan garantizar la soberanía alimentaria de los pueblos.
La solidaridad entre las poblaciones rurales y urbanas, campesinas y trabajadoras, entre los productores y productoras de alimentos y sus consumidores es nuestra única arma contra el capital internacional. La educación de nuestro pueblo y la formación de nuestra juventud rural son elementos centrales de nuestra lucha. Exijamos el mundo que el capitalismo tan brutalmente nos arrancó. Insistamos en que esta tierra, esta agua, este bosque no son otra cosa que nosotros y nosotras mismas, nuestra vida. Este es apenas una herramienta más en esta gran lucha en defensa de la vida.
¡Internacionalicemos la lucha, internacionalicemos la esperanza!
#DerechosCampesinosYA
~ La Vía Campesina, Abril 2020
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REFERENCIAS
[1] En su mayoría, hombres: según el informe de Oxfam 2017, ocho hombres poseían la misma riqueza que las 3.600 millones de personas que conforman la mitad más pobre de la humanidad
Https://www.oxfam.org/en/research/economy-99 (enlace activo a la fecha del 31 de marzo de 2020).
[2] Cambio climático y tierra – Un informe especial de IPCC sobre cambio climático, desertificación, degradación de los suelos, administración sostenible de la tierra, seguridad alimentaria y flujos de gases de efecto invernadero en ecosistemas terrestres, disponible en: https://www.ipcc.ch/srccl/ (enlace activo a la fecha del 31 de marzo de 2020).

sábado, 18 de abril de 2020

[boff20200415] Cómo cuidar de sí y de los demás en tiempos del coronavirus

Cómo cuidar de sí y de los demás en tiempos del coronavirus

2020-04-15


  
Vivimos tiempos dramáticos bajo el ataque del coronavirus, una especie de guerra contra un enemigo invisible, contra el cual todo el arsenal destructivo de armas nucleares, químicas y biológicas fabricadas por los poderes militaristas son totalmente inútiles e incluso ridículas. El Micro (virus) está derrotando a lo Macro (nosotros).

Tenemos que cuidarnos personalmente y cuidar a los demás, para que podamos salvarnos juntos. Aquí no valen los valores de la cultura del capital, no la competencia, sino la cooperación, no la ganancia sino la vida, no la riqueza de unos pocos y la pobreza de las grandes mayorías, no la devastación de la naturaleza, sino su cuidado. Estamos en el mismo barco y sentimos que somos seres que dependemos unos de otros. Aquí todos somos iguales y con el mismo destino feliz o trágico.

¿Qué somos como humanos?

En estos momentos de aislamiento social forzado, tenemos la oportunidad de pensar sobre nosotros mismos y en lo que realmente somos. ¿Sabemos quiénes somos? ¿Cuál es nuestro lugar en el conjunto de seres? ¿Para qué existimos? ¿Por qué podemos ser infectados por el coronavirus e incluso morir? ¿Hacia dónde vamos? Al reflexionar sobre estas preguntas impostergables, vale la pena recordar a Blaise Pascal (+1662). Nadie mejor que él, matemático, filósofo y místico, para expresar el ser complejo que somos:

“Qué es el ser humano en la naturaleza? Una nada frente al infinito y un todo frente a la nada, un medio entre la nada y el todo, pero incapaz de ver la nada de donde viene y el infinito hacia dónde va” (Pensées § 72). En él se cruzan los cuatro infinitos: lo infinitamente pequeño, lo infinitamente grande, lo infinitamente complejo (Teilhard de Chardin) y lo infinitamente profundo.

En verdad no sabemos bien quien somos. O mejor, desconfiamos de alguna cosa en la medida en que vivimos y acumulamos experiencias. En uno somos muchos. Además de aquello que somos, existe en nosotros aquello que podemos ser: un manojo inagotable de virtualidades escondidas dentro de nosotros. Nuestro potencial es lo más seguro en nosotros. De ahí nuestra dificultad para construir una representación satisfactoria de quienes somos. Pero esto no nos exime de elaborar algunas claves de lectura que, de alguna manera, nos guíen en la búsqueda de lo que queremos y podemos ser.

En esta búsqueda el cuidado de sí mismo juega un papel decisivo. Especialmente en este momento dramático, cuando estamos expuestos a un enemigo invisible que puede matarnos o a través de nosotros causar la enfermedad o la muerte a los otros. En primer término, no es una mirada narcisista sobre el propio yo, lo cual lleva generalmente a no conocerse a sí mismo sino a identificarse con una imagen proyectada de uno mismo y, por lo tanto, alienada y alienante.

Fue el filósofo Michel Foucault quien, con su exhaustiva investigación Hermenéutica del sujeto (1984), trató de rescatar la tradición occidental del cuidado del sujeto, especialmente en los sabios de los siglos II/III, como Séneca, Marco Aurelio, Epicteto y otros. El gran lema era el famoso “ghôti seautón”: “conócete a ti mismo”. Este conocimiento no se entendía de una manera abstracta sino concreta: reconócete en lo que eres, trata de profundizar en ti mismo para descubrir tus potencialidades; trata de realizar lo que realmente eres.

Es importante afirmar en primer lugar que el ser humano es un sujeto y no una cosa. No es una sustancia constituida de una vez por todas (Foucault, Hermenéutica del sujeto, 2004), sino un nudo de relaciones siempre activo que, a través del juego de relaciones, se está construyendo continuamente. Nunca estamos listos, siempre nos estamos formando.

Todos los seres en el universo, según la nueva cosmología, tienen una cierta subjetividad porque siempre están relacionando e intercambiando información. Por eso tienen historia y un cierto nivel de conocimiento inscrito en su ADN. Este es un principio cosmológico universal. Pero el ser humano lleva a cabo su propia modalidad de este principio relacional, que es el hecho de ser un sujeto consciente y reflexivo. Sabe que sabe y sabe que no sabe y, para ser completos, no sabe que no sabe, como decía irónicamente Miguel de Unamuno.

Este nudo de relaciones se articula desde un centro, alrededor del cual organiza los sentimientos, ideas, sueños y proyecciones. Este centro es un yo, único e irrepetible. Representa, en el lenguaje del más sutil de todos los filósofos medievales, el franciscano Duns Scotus (+1203), la ultima solitudo entis, la última soledad del ser.

Esta soledad significa que el yo es insustituible e irrenunciable. Pero recordemos: debe entenderse en el contexto del nudo de relaciones dentro del proceso global de interdependencias, de modo que la soledad no sea la desconexión de los demás. Significa la singularidad y la especificidad inconfundible de cada uno. Por lo tanto, esta soledad es para la comunión, es estar solo en su identidad para poder estar con el otro diferente y ser uno-para-el-otro y con-el-otro. El yo nunca está solo.

Cuidar de sí: acogerse jovialmente

El cuidado de sí mismo implica, en primerísimo lugar, acogerse a sí mismo tal como se es, con las capacidades y las limitaciones que siempre nos acompañan. No con amargura como quien no consigue evitar o modificar su situación existencial, sino con jovialidad. Acoger la estatura, el rostro, el pelo, las piernas, pies, senos, la apariencia y modo de estar en el mundo, en resumen, acoger nuestro cuerpo.

Cuanto más nos aceptemos así como somos, menos clínicas de cirugía plástica necesitaremos. Con las características físicas que tenemos, debemos elaborar nuestra manera de ser y nuestra mise-en-scène en el mundo.

Podemos cuestionar la construcción artificial de una belleza fabricada que no está en consonancia con una belleza interior. Hay el riesgo de perder la luminosidad y sustituirla por una vacía apariencia de brillo.

Más importante es acoger los dones, las habilidades, el poder, el coeficiente de inteligencia intelectual, la capacidad emocional, el tipo de voluntad y de determinación con la que cada uno viene dotado. Y al mismo tiempo, sin resignación negativa, los límites del cuerpo, de la inteligencia, de las habilidades, de la clase social y de la historia familiar y nacional en que está insertado.

Tales realidades configuran la condición humana concreta y se presentan como desafíos a ser afrontados con equilibrio y con la determinación de explotar lo más que podamos las potencialidades positivas y saber llevar, sin amargura, las negativas.

El cuidado de sí mismo exige saber combinar las aptitudes con las motivaciones. Me explico: no basta tener aptitud para la música si no nos sentimos motivados para desarrollar esta capacidad. De la misma manera, no nos ayudan las motivaciones para ser músico si no tenemos aptitudes para eso, sea en el oído sea en el domino del instrumento. De nada sirve querer pintar como van Gogh si solamente se consigue pintar paisajes, flores y pájaros que a duras penas llegan a ser expuestos en la plaza en la feria del domingo. Desperdiciamos energías y recogemos frustraciones. La mediocridad no engrandece a nadie.

Otro componente del cuidado consigo mismo es saber y aprender a convivir con la paradoja que atraviesa nuestra existencia: tenemos impulsos hacia arriba, como la bondad, la solidaridad, la compasión y el amor. Y simultáneamente tenemos en nosotros tendencias hacia abajo, como el egoísmo, la exclusión, la antipatía e incluso al odio. En la historia reciente de nuestro país tales dimensiones contradictorias han aparecido hasta de forma virulenta, envenenando la convivencia social.

Estamos hechos con estas contradicciones, que nos vienen dadas con la existencia. Antropológicamente se dice que somos al mismo tiempo sapiens y demens, gente de inteligencia y lucidez y junto a esto, gente de rudeza y violencia. Somos la convergencia de las oposiciones.

Cuidar de sí mismo impone saber renunciar, ir contra ciertas tendencias en nosotros y hasta ponerse a prueba; pide elaborar un proyecto de vida que dé centralidad a estas dimensiones positivas y mantenga bajo control (sin reprimirlas porque son persistentes y pueden volver de forma incontrolable) las dimensiones sombrías que hacen agónica nuestra existencia, es decir, siempre en combate contra nosotros mismos.

Cuidar de sí mismo es amarse, acogerse, reconocer nuestra vulnerabilidad, saberse perdonar y desarrollar la resiliencia, que es la capacidad de pasar página y aprender de los errores y contradicciones.

Cuidar de sí mismo: preocuparse del modo de ser

Por estar expuestos a fuerzas contradictorias que conviven tensamente en nosotros, necesitamos vivir el cuidado como preocupación por nuestro propio destino. La vida puede conducirnos por caminos que pueden significar felicidad o desgracia: esas fuerzas pueden apoderarse de nosotros y podemos llenarnos de resentimientos y amarguras que nos incitan a la violencia. Tenemos que aprender a autocontrolarnos. Especialmente en estos tiempos de confinamiento social. Puede ser ocasión de desarrollar iniciativas creativas, de ejercitar la fantasía imaginativa que nos alejen de los peligros y nos abran espacio hacia una vida de decencia.

Hoy vivimos bajo la cultura del capital que continuamente nos demanda ser consumidores de bienes materiales, de entretenimientos y de otras estratagemas, más enfocados a quitarnos nuestro dinero que a satisfacer nuestros deseos más profundos. Cuidar de sí es preocuparse de no caer en esa trampa. Es dejar huella de tu pisada en la tierra, no pisar en la huella hecha por otro.

Cuidar de sí mismo como preocupación acerca del sentido de la propia vida significa: ser crítico, poner muchas cosas bajo sospecha para no permitir ser reducido a un número, a un mero consumidor, a un miembro de una masa anónima, a un eco de la voz de otro.

Cuidar de sí mismo es preocuparse del lugar de uno mismo en el mundo, en la familia, en la comunidad, en la sociedad, en el universo y en el designio de Dios. Cuidar de sí mismo es reconocer que, en la culminación de la historia, Dios te dará un nombre que es sólo tuyo, que te define y que solo Dios y tú conoceréis.

En la sociedad que nos masifica, es decisivo que cada uno pueda decir su yo, tener su propia visión de las cosas, no ser solamente un mero repetidor de lo que nos es comunicado por los muchos medios de comunicación de los que disponemos.

El cuidado implica cultivar y velar por nuestros sueños. El valor de una vida se mide por la grandeza de sus sueños y por su empeño, contra viento y marea, en realizarlos. Nada resiste a la esperanza tenaz y perseverante. La vida es siempre generosa; a quienes insisten y persisten acabará dándoles la oportunidad necesaria para concretar su sueño. Entonces irrumpe el sentimiento de realización, que es más que la felicidad momentánea y fugaz. La realización es fruto de una vida, de una perseverancia, de una lucha nunca abandonada de quien vivió la sabiduría predicada por don Quijote: no hay que aceptar las derrotas antes de dar todas las batallas. El modo de ser que resulta de este cuidado con la autorrealización es una existencia de equilibrio que genera serenidad en el ambiente y el sentimiento en los demás de sentirse bien en compañía de tal persona. La vida irradia, pues en eso reside su sentido: no en vivir simplemente porque no se muere, sino en irradiar y disfrutar de la alegría de existir.

Cuidado como precaución con nuestros actos y actitudes

El cuidado como preocupación por nosotros mismos nos abre al cuidado como precaución en estos tiempos del coronavirus. Precavernos de no exponernos a coger el virus avasallador ni de trasmitirlo a los demás. Aquí el cuidado lo es todo, particularmente ante los más vulnerables que son las personas mayores de 65 años, nuestros abuelos y parientes mayores.

Alarguemos la perspectiva. En una perspectiva ecológica, hay actitudes y actos de falta de cuidado que pueden ser gravemente destructores, como la práctica de usar intensivamente pesticidas agrícolas, deforestar una amplia región para dar paso al ganado o al agronegocio, destruir la vegetación ribereña de los ríos. Las consecuencias no van a ser inmediatas, pero a medio y largo plazo pueden ser desastrosas, como la disminución del caudal del río, la contaminación del nivel freático de las aguas, el cambio del clima y de los regímenes de lluvias y de estiaje.

Aquí se impone una cuidadosa precaución para que la salud humana de toda una colectividad no sea afectada, como está ocurriendo en este momento en todo el mundo.

Con la introducción de las nuevas tecnologías, como la biotecnología y la nanotecnología, la robótica, la inteligencia artificial, mediante las cuales se manipulan los elementos últimos de la materia y de la vida, se pueden ocasionar daños irreversibles o producir elementos tóxicos, nuevas bacterias y series de virus, como el actual, el coronavirus, que comprometan el futuro de la vida (cf. T. Goldborn, El futuro robado, LPM 1977).

Como nunca antes en la historia, el futuro de la vida y las condiciones ecológicas de nuestra subsistencia están bajo nuestra responsabilidad. Esta responsabilidad no puede ni debe ser delegada a empresas con sus científicos en sus laboratorios para que decidan sobre el futuro de todos sin consultar con la sociedad. Aquí prevalece la ciudadanía planetaria. Cada ciudadano es convocado a informarse, a seguir y a decidir colectivamente qué caminos nuevos y más prometedores deben abrirse para la humanidad y para el resto de la comunidad de vida y no solo para el mercado y las empresas.

Nuestras relaciones merecen también especial precaución-cuidado. Deben ser siempre abiertas y constructoras de puentes. Tal propósito implica superar las extrañezas y los prejuicios. Aquí es importante ser vigilantes y trabar una fuerte lucha contra nosotros mismos y los hábitos culturales establecidos. Albert Einstein, sabedor de las dificultades inherentes a este esfuerzo, consideraba no sin razón, que es más fácil desintegrar un átomo que remover un prejuicio de la cabeza de una persona.

Cada vez que encontramos a alguien, estamos ante una manifestación nueva, ofrecida por el universo o por Dios, un mensaje que solamente esa persona puede pronunciar y que puede significar una luz en nuestro camino.

Pasamos una única vez por este planeta. Si puedo hacer algún bien a otra persona, no debo postergarlo ni descuidarlo, pues difícilmente la encontraré otra vez en el mismo camino. Esto vale como disposición de fondo de nuestro proyecto de vida.

Es importante que nos preocupemos de nuestro lenguaje. Somos los únicos seres capaces de hablar. Mediante el habla, como nos enseñaron Maturana y Wittgenstein, organizamos nuestras experiencias, ponemos orden en las cosas, y creamos la arquitectura de los saberes. Bien cantan los miembros de las Comunidades Eclesiales de Base de Brasil: La palabra no fue hecha para dividir a nadie/la palabra es un puente por donde va y viene el amor.

Por la palabra construimos o destruimos, consolamos o desolamos, creamos sentidos de vida o de muerte. Las palabras antes de definir un objeto o dirigirse a alguien, nos definen a nosotros mismo. Dicen quienes somos y revelan en qué mundo habitamos.

Cuidado de nuestra relación principal: la amistad y el amor

Hay un cuidado especial que debemos cultivar sobre dos realidades fundamentales en nuestra vida: la amistad y el amor. Mucho se ha escrito sobre ellas. Aquí nos restringiremos a lo mínimo. La amistad es esa relación que nace de una afinidad desconocida, de una simpatía totalmente inexplicable, de una proximidad afectuosa hacia otra persona. Entre los amigos se crea algo así como una comunidad de destino. La amistad vive del desinterés, de la confianza y de la lealtad. La amistad tiene raíces tan profundas que, aunque pasen muchos años, cuando los amigos y amigas vuelven a encontrarse se anulan los tiempos y se reanudan los lazos y hasta el recuerdo de la última conversación mantenida.

Cuidar de las amistades es preocuparse de la vida, penas y alegrías de la amiga o del amigo. Es ofrecerle un hombro cuando la vulnerabilidad le visita y el desconsuelo le roba sus estrellas guía. En el sufrimiento y en el fracaso existencial, profesional o amoroso es donde se comprueban los verdaderos amigos o amigas. Son como una torre fortísima que defiende el castillo de nuestras vidas peregrinas.

La relación más profunda y la que trae las más importantes realizaciones de felicidad o las más dolorosas frustraciones es la experiencia del amor. Nada es más precioso y apreciado que el amor. Nace del encuentro entre dos personas que un día cruzaron sus miradas, sintieron una atracción mutua y respondieron sus corazones. Resolvieron fundir sus vidas, unir sus destinos, compartir las fragilidades y los quereres de la vida.

Todos estos valores, por ser los más preciosos, son los más frágiles porque son los más expuestos a las contradicciones de la existencia humana. Cada cual es portador de luz y de sombras, de historias familiares y personales diferentes, cuyas raíces alcanzan arquetipos ancestrales, marcados ellos también por experiencias felices o trágicas que dejaron marca en la memoria genética de cada uno.

El amor es un ars combinatoria de todos estos factores, hecho con sutileza, que demanda capacidad de comprensión, de renuncia, de paciencia y de perdón, y al mismo tiempo de disfrute común del encuentro amoroso, de la intimidad sexual, de la entrega confiada de uno al otro, experiencia que sirve de base para entender la naturaleza de Dios, pues Él es amor incondicional y esencial.

Cuanto más capaz de una entrega total se es, mayor y más fuerte es el amor. Tal entrega supone un coraje extremo, una experiencia de muerte pues no se retiene nada y uno se zambulle totalmente en el otro.

El hombre posee especial dificultad para este gesto extremo, tal vez por la herencia del machismo, patriarcalismo y racionalismo de siglos que carga dentro de sí y que limita su capacidad para esta confianza extrema.

La mujer es más radical: va hasta el extremo de la entrega en el amor, sin resto y sin reservas. Por eso su amor es más pleno y realizador, y, cuando se frustra, la vida revela contornos de tragedia y de un vacío existencial abismal.

El mayor secreto para cuidar del amor reside en esto: cultivar sencillamente la ternura, La ternura vive de gentileza, de pequeños gestos que revelan el cariño, de signos pequeños, como recoger una concha en la playa y llevarla a la persona amada y decirle que en aquel momento la recordó con mucho cariño.

Tales «banalidades» tienen un peso mayor que la más preciosa joya. Así como una estrella no brilla sin una atmósfera a su alrededor, de la misma manera el amor no vive y sobrevive sin un aura de afecto, de ternura y de cuidado.

El cuidado es un arte. Como pertenece a la esencia de lo humano, siempre está disponible. Y como todo lo que vive necesita sustento, también él necesita ser alimentado. El cuidado se alimenta de una preocupación vigilante por su futuro y por el del otro.

Eso a veces se hace reservando momentos de reflexión sobre sí mismo, haciendo silencio a su alrededor, concentrándose en alguna lectura que alimente el espíritu y, no en último lugar, entregándose a la meditación y a la apertura a Aquel mayor que tiene el sentido de nuestras vidas y conoce todos nuestros secretos.

Conclusión: el cuidado es todo

El cuidado es todo, pues sin él, ninguno de nosotros existiría. Quien cuida ama, quien ama cuida. Cuidémonos los unos a los otros, particularmente en estos momentos dramáticos de nuestras vidas, pues ellas corren peligro y pueden afectar el futuro de la vida y de la humanidad sobre este pequeño planeta que es la única Casa Común que tenemos.



viernes, 17 de abril de 2020

El papa Francisco pone a trabajar ya a todo el Vaticano en una súper comisión de crisis para el día después del coronavirus


VIDA NUEVA
15 de abril 2020
RUBEN CRUZ

Es una de sus principales preocupaciones en medio de esta pandemia por coronavirus. Y el día después, ¿qué? El papa Francisco ha puesto a trabajar a medio Vaticano en una comisión sobre el Covid-19, trabajo encargado al cardenal Peter Turkson, uno de sus brazos sociales dentro del Vaticano. El prefecto del Dicasterio para el Servicio Humano Integral (DSDHI) ya está trabajando con su equipo y en colaboración con otros dicasterios de la Curia romana para “analizar y reflexionar sobre los desafíos socioeconómicos y culturales de futuro y proponer pautas para enfrentarlos”.
La Santa Sede ha anunciado hoy la creación de esta super comisión anticrisis con la que Jorge Mario Bergoglio quiere expresar “la preocupación y el amor de la Iglesia por el conjunto familia humana ante la pandemia del Covid-19”. Para ello, han dividido la comisión en cinco grupos de trabajo.

Un equipo con 5 brazos

El grupo de trabajo 1, coordinado por el DSDHI, tendrá como misión escuchar y apoyar a las Iglesias locales con la ayuda de Caritas Internationalis. “El grupo tiene la tarea de colaborar activamente con iniciativas de caridad promovidas por otras realidades de la Santa Sede, como la Limosnería Apostólica, la Congregación para la Evangelización de los Pueblos y la Farmacia del Vaticano”, según explican en un comunicado.
El grupo de trabajo 2, coordinado también por el DSDHI, se ocupará de la investigación y el estudio de la pandemia, para reflexionar junto a la sociedad y el mundo a posteriori, particularmente en el ámbito del medio ambiente, la economía, el trabajo, la salud, la política, la comunicación y la seguridad. Los colaboradores serán las Academias Pontificias para la Vida y las Ciencias, junto con varias organizaciones que ya colaboran con el Dicasterio capitaneado por el cardenal de Ghana.
El grupo de trabajo 3, coordinado por el Dicasterio para la Comunicación, se encargará de informar sobre el trabajo de los grupos y promoverá la comunicación con las Iglesias locales, “ayudándoles a responder de manera auténtica y creíble” al mundo.
El grupo de trabajo 4, coordinado por la Sección de Relaciones con los Estados de la Secretaría de Estado del Vaticano, apoyará a la Santa Sede en sus actividades y relaciones con los países y organismos internacionales, comunicándoles los frutos de la investigación y el diálogo.
El grupo de trabajo 5, coordinado por el DSDHI, es el responsable de la financiación para apoyar a la Comisión, a las Iglesias locales y las organizaciones católicas, y sus actividades de investigación, análisis y comunicación.
Los objetivos de los cinco grupos de trabajo fueron presentados al Papa el pasado 27 de marzo. Tras dar el visto bueno, será ahora el propio Turkson; el secretario del Dicasterio, Bruno-Marie Duffé; y el subsecretario, Augusto Zampini, los que se reúnan periodicamente con Francisco para analizar los avances.

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