martes, 20 de octubre de 2020

Fratelli Tutti: una propuesta para pensar el mundo desde los pobres - Fe y vida: Consuelo Vélez

Fe y vida: Consuelo Vélez
Fratelli Tutti: una propuesta para pensar el mundo desde los pobres



"Si hay que volver a empezar siempre será desde los últimos"Fratelli Tutti: una propuesta para pensar el mundo desde los pobres


Fratelli Tutti: una propuesta para pensar el mundo desde los pobres


"Si tantos cristianos que somos, viviéramos el evangelio, ni nuestro mundo tendría tanta injusticia, ni la dignidad humana de millones de seres humanos sería pisoteada, continuamente, de tantas formas"


"El papa propone la amistad social y la fraternidad universal pero no como simples actitudes personales -las cuales son necesarias e indispensables- sino como actitudes políticas y estructurales para transformar nuestro mundo"


"El derecho de algunos a la libertad de empresa o de mercado no puede estar por encima del derecho de los pueblos, ni de la dignidad de los pobres, ni del respeto al medio ambiente"


"Denuncia las "formas populistas" y las "formas liberales" que utilizan demagógicamente al pueblo (n.155) pero defiende la legitimidad de la noción de pueblo y denuncia los intentos de eliminar esta palabra del lenguaje. La democracia es el gobierno del pueblo"


"No puede haber un camino eficaz hacia la fraternidad universal y hacia la paz social sin una buena política y esta no es una política "para" los pobres sino "con" los pobres"



11.10.2020 Consuelo Vélez


Después de leer esta encíclica social del papa Francisco, algo extensa (8 capítulos y 287 numerales), me ha surgido abordarla a partir del título que le he dado, título que me lleva a pensar que tal vez muchos creyentes repetirán la actitud del sacerdote y del levita -de la parábola del buen samaritano- (texto que ocupa el segundo capítulo de la encíclica) y pocos tendrán la misma actitud del buen samaritano con los heridos, asaltados, vulnerados, explotados, marginados de nuestro mundo actual: "sentir compasión, vendar las heridas, echar en ellas aceite y vino, montar al herido en su propia cabalgadura y llevarlo a una posada para cuidarlo. Después, pagarle al posadero para que lo siga cuidando, asegurándole que, si gasta más dinero, él lo pagará a su regreso" (Lc 10, 25-37). Efectivamente, ser buen samaritano es asumir "una vida con sabor a evangelio" (n.1)[1] y esto sigue siendo un ideal loable pero un fracaso práctico. Si tantos cristianos que somos, viviéramos el evangelio, ni nuestro mundo tendría tanta injusticia, ni la dignidad humana de millones de seres humanos sería pisoteada, continuamente, de tantas formas.

La encíclica comienza presentando la realidad que vivimos, definiéndola como: "Las sombras de un mundo cerrado". El papa señala los "sueños rotos" de una Europa unida y una integración latinoamericana (n. 10) y la negatividad que suponen los nacionalismos crecientes (n.11). También, la prevalencia de la economía y las finanzas como modelo cultural único, en el que los intereses individuales llevan la primacía por encima de la dimensión comunitaria (n.12), la colonización cultural que priva a los pueblos de su historia, de su identidad (n.14), la polarización que no permite el diálogo (n.15) ni el trabajo por la casa común (n. 17). Algo muy acuciante es el "descarte mundial" con políticas que buscan el crecimiento económico, pero no el desarrollo humano integral (n.18-21).


Un mundo de excluidos

Un pensamiento transversal a toda la encíclica es el no respeto a la dignidad humana que tiene toda persona -sin importar su sexo, condición socioeconómica, etnia, religión, ideología política, y mejor aún, su bondad o su maldad -por eso afirma un "no" rotundo a la pena de muerte-, porque "ni siquiera el homicida pierde su dignidad personal" (n.263-270). Por esa falta de respeto a la dignidad humana, "los derechos humanos" no son iguales para todos (n. 22), las mujeres siguen siendo excluidas, maltratadas y sometidas a muchas clases de violencia (n.23), se viven diversas formas de esclavitudes (n. 24), guerras y persecuciones por motivos raciales o religiosos (n.25), obsesión por el propio bienestar, avances en tecnología, pero no en la inclusión (n.31). La economía procura reducir costos humanos, asegurando que el mercado es la solución -teoría que nunca ha mostrado su eficacia (n.33). Fenómenos como las migraciones exigen la respuesta global por parte de todos los países de "acoger, proteger, promover e integrar" (n.129). Y los medios de comunicación, con todas las bondades que encierran, tienen el peligro de crear movimientos de odio, de agresividad (n.43-44) o de enmascarar la verdad, creyendo que esta depende de la cantidad de información y no de la fidelidad a los hechos (n. 208). Frente a este mundo de sombras, Dios sigue derramando en la humanidad semillas de bien y la esperanza es una actitud fundamental arraigada en lo profundo del ser humano que no deja de creer en un futuro mejor (n.54-55).



La apuesta de Francisco por la fraternidad universal


Por todo lo anterior, el papa propone la amistad social y la fraternidad universal pero no como simples actitudes personales -las cuales son necesarias e indispensables- sino como actitudes políticas y estructurales para transformar nuestro mundo. El derecho a vivir con dignidad y a desarrollarse integralmente no puede ser negado en ningún país (n.107). "Mientras nuestro sistema económico y social produzca una sola víctima y haya una sola persona descartada, no habrá una fiesta de fraternidad universal" (n.110). La solidaridad es servicio y cuidado a los más débiles (n.115). Es pensar en términos de comunidad, afirmando la prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos. Es luchar contra las causas estructurales de la pobreza, la desigualdad, la falta de trabajo, de tierra, de vivienda, de negación de derechos sociales y laborales. Es enfrentar los destructores efectos del imperio del dinero. Pero todo esto no se hace mágicamente. Se necesita la organización social y, concretamente, los movimientos populares (n.116) para exigir tierra, techo y trabajo para todos, verdadero camino hacia la paz (n.127)

Ante tantas demandas actuales, Francisco recuerda la función social de la propiedad: La tradición cristiana nunca reconoció como absoluto e intocable el derecho a la propiedad privada. Este es un derecho natural secundario y derivado del principio del destino universal de los bienes. En las sociedades actuales, este orden es invertido frecuentemente (n.118-120). El derecho de algunos a la libertad de empresa o de mercado no puede estar por encima del derecho de los pueblos, ni de la dignidad de los pobres, ni del respeto al medio ambiente. La apropiación de algo solo debe ser para administrarlo pensando en el bien de todos (n.122).

La amistad social solo es posible desde una política puesta al servicio del bien común (n.154). En este sentido es muy importante entender la propuesta del papa porque, en momentos políticos tan convulsionados como los que vivimos en América Latina, se puede tergiversar fácilmente su pensamiento. Denuncia las "formas populistas" y las "formas liberales" que utilizan demagógicamente al pueblo (n.155) pero defiende la legitimidad de la noción de pueblo y denuncia los intentos de eliminar esta palabra del lenguaje. La democracia es el gobierno del pueblo, es la capacidad de tener un sueño colectivo. Por eso si los términos "pueblo" y "popular" no se incluyen, se estaría renunciando a un aspecto fundamental de la realidad social (n.157), Ser parte de un pueblo es formar parte de una identidad común (n.158). La política ha de promover el bien del pueblo, logrando un verdadero desarrollo económico (n.161-162).



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Populismo y dictadura de las finanzas

Las visiones liberales rechazan la categoría pueblo porque tienen una visión individualista y acusan de populistas a los que defienden los derechos de los más débiles (n.163). Estas visiones liberales, impregnadas de neoliberalismo, pretenden que el mercado resuelva todo. La pandemia ha evidenciado la falacia de la libertad del mercado y la dictadura de las finanzas (n.168). Muchas visiones economicistas no dejan lugar a los movimientos populares, ni consideran que la política debe incorporar a los pobres como sujetos, sin embargo, sin ellos, "la democracia se atrofia, se convierte en un nominalismo, una formalidad, pierde representatividad, se va desencarnando porque deja afuera al pueblo en su lucha cotidiana por su dignidad, por la construcción de su destino" (n.169). En definitiva, no puede haber un camino eficaz hacia la fraternidad universal y hacia la paz social sin una buena política y esta no es una política "para" los pobres sino "con" los pobres (n.176).

Por eso, rehabilitar la política es una de las formas más preciosas de la caridad porque busca el bien común (n.180). La caridad es más que un sentimiento subjetivo, es un compromiso con la verdad y con la construcción de proyectos y procesos de desarrollo humano de alcance universal. (n.184). La caridad, corazón del espíritu de la política, es siempre un amor preferencial por los últimos que implica mucho más que obras asistenciales. Es sobre todo abrir los cauces de participación social a los pobres para vivir el principio de la subsidiariedad que es inseparable del de la solidaridad (n.187).

La propuesta del diálogo y la amistad social supone un reconocimiento del otro, de sus posibles verdades, una escucha sincera y una búsqueda conjunta del bien común, sin pretender salvar solamente el punto de vista propio. Supone abrirse a la verdad y aceptar principios fundamentales -como el de la dignidad humana- para poder construir consensos. Estos no implican relativismo sino la aceptación de valores fundamentales que pueden unir a ateos y a creyentes (n.198-214). En este mismo sentido, el diálogo favorece la cultura del encuentro que supone tender puentes y derribar muros. El sujeto de esta cultura del encuentro es el pueblo porque el diálogo que busca la paz social no puede callar las reivindicaciones sociales. Por el contrario, debe llevar a incluir a todos y garantizar los derechos para todos. Cuando un sector pretende disfrutar de todo como si los pobres no existieran, provoca tarde o temprano la violencia. Un pacto social realista e inclusivo debe ser también un pacto cultural (n.215-221).



Papa Francisco y la paz


La construcción de la paz supone la verdad histórica -el pueblo tiene derecho a saber lo que pasó-, y va de la mano de la justicia y la misericordia (n. 225-227). La amistad social implica acercamiento a los grupos sociales distanciados, pero también el reencuentro con los más empobrecidos y vulnerables (n.233). Quienes pretenden pacificar a una sociedad no deben olvidar que la inequidad y la falta de desarrollo humano integral no permiten generar la paz. Si hay que volver a empezar siempre será desde los últimos (n.235).


No hay guerra justa

La superación de los conflictos implica el perdón y la reconciliación. Pero el perdón no es aceptar el mal que otros infringen ni dejar de luchar por los derechos vulnerados (n.241). Es no dejarse atrapar por la venganza y cultivar las virtudes que favorecen la reconciliación, la solidaridad y la paz (n.243). Es necesario vencer la tentación de caer en la lógica de la guerra con excusas supuestamente humanitarias. No hay guerra justa, ¡nunca más la guerra! (n.258)

La fraternidad universal no puede vivirse sin el aporte que tienen todas las religiones (n.271) y sin el testimonio de la unidad (n.280). Además, las religiones han de conversar y actuar juntas por el bien común y la promoción de los más pobres (n.282). La paz está inscrita en el corazón de todas las religiones (n. 284) y ninguna religión ha de promover la intolerancia, la guerra, ni los sentimientos de odio (n.285).

La encíclica termina haciendo referencia a Carlos de Foucauld, quien realizó su entrega a Dios, identificándose con los últimos, abandonados en lo profundo del desierto africano. Su deseo era sentir a cualquier ser humano como un hermano y pedía a un amigo suyo que rogara para que Él fuera realmente el hermano de todos. Quería ser el hermano universal. Y sólo identificándose con los últimos llegó a ser hermano de todos (n.287).


No se escucha la voz de las mujeres

Y retomo lo que dije al inicio. Este mensaje del pobre, del dejarlo todo para seguir a Jesús "es muy duro" y pocos entran por la "puerta estrecha" -como le pasó al joven rico del evangelio- (Mt 19, 16-30). Construir un mundo desde los últimos no es la lógica imperante. No es el ideal de muchos cristianos. No es el punto de vista de muchos que dicen creer en Dios y en la fraternidad universal. Por eso ante esta encíclica muchos enfatizan la alegría de la fraternidad, lo bonito de la amistad social, lo importante de recuperar la ternura y la amabilidad, la urgencia de no caer en populismos, lo bueno de entablar el diálogo ecuménico y muchos otros aspectos válidos e importantes pero que no constituyen el corazón de la encíclica, ni del evangelio. Pero la invitación de Jesús al banquete del reino (Mt 22, 1-14) sigue vigente y tal vez algunos decidan entrar y poco a poco la mesa se llene de comensales dispuestos a empezar por los últimos y hacer posible un mundo de hermanos y hermanas donde nadie sea el mayor sino todos servidores de los demás.



Mujeres en la Asamblea Sinodal del Sínodo para la Amazonía


Lástima que el papa Francisco que habla con audacia y claridad en los temas aquí expuestos, no escuchó la voz de las mujeres que explícitamente le pidieron usar el lenguaje inclusivo para que la encíclica respondiera más al cambio de mentalidad y estructural que urge en la sociedad y en la iglesia para una inclusión real de ellas en estas instancias y que en su horizonte no parezcan entrar otras realidades actuales como la diversidad sexual, totalmente invisibilizada en este documento y sin la cual no se podrá construir nunca una fraternidad y sororidad universales. 

[1] Los números entre paréntesis corresponden al numeral de la encíclica



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