Padre Chuche Maldonado, SJ: corazón lleno de nombres.
Santiago Aguirre. Director del Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez.
Pedro Casaldáliga, Obispo de los Pobres, escribió: "Al final del camino me dirán: ¿Has vivido? ¿Has amado? Y yo, sin decir nada, abriré el corazón lleno de nombres".
Así, con el corazón repleto de nombres, ha partido de este mundo Jesús Maldonado, sacerdote jesuita, defensor de los derechos humanos y fundador del Centro Prodh, quien murió en la Ciudad de México este 20 de septiembre, luego de una larga vida de servicio a los más pobres y a las víctimas de toda injusticia.
Y es que Chuche, como era ampliamente conocido, inscribió en su corazón las luchas, los dolores y las esperanzas de la gente ahí donde estuvo, siempre volcado a lo concreto, en respuesta generosa a la interpelación de rostros personales. Con ello encarnó a lo largo de su vida un ejemplo nítido de lo que implica el camino de los derechos humanos, que en esencia supone poner siempre y por encima de todo a las personas en su dignidad única y absoluta, no mediatizable. Por eso, también, su deceso ha sido lamentado en el Ajusco, en los Pedregales, en la colonia Guerrero, en Huayacocotla, en Tabasco, en Puebla, en Oaxaca, en su León o en las organizaciones no gubernamentales que integran la Red de Organismos Civiles de Derechos Humanos Todos los derechos para todas y todos.
Nacido en 1940, Chuche fue admitido siendo muy joven en la Compañía de Jesús y fue parte de una generación que, alentada por los vientos de cambio del Concilio Vaticano II y cohesionada en torno a la entonces naciente y pujante Teología de la Liberación, llevó a la práctica –más en las obras que en las palabras– la opción preferencial por los más pobres, en momentos de profundos cambios sociales y culturales de alcance global.
En la vida de Chuche, esa opción fue siempre congruente. Con el tiempo, evolucionó hacia un compromiso de vida con los derechos humanos, que le llevó a fundar junto con otros jesuitas y personas laicas, el Centro Prodh, y a ser –junto con otros y otras igualmente fundamentales– pionero en la senda del movimiento civil de derechos humanos en México.
Al Centro Prodh regresó, ya con una larga experiencia acumulada, durante la última década de su vida. Con una presencia primordialmente sapiencial, acompañó en esa etapa algunos de los más emblemáticos procesos recientes de búsqueda de justicia, compartiendo generosamente su experiencia con una nueva generación de defensores y defensoras que lo supo reconocer como referente y maestro pero, sobre todo, como compañero entrañable. Así, Chuche estuvo para dar consuelo y luces de esperanza, prácticamente como consejero espiritual y político, a padres y madres de Ayotzinapa, a sobrevivientes de Tlatlaya, a colectivos de búsqueda de personas desaparecidas y a tantas otras personas que luchan contra la impunidad. En esas ocasiones, no predicaba: abría el espacio para que las personas tomaran la palabra y compartieran sus dolores y sus anhelos, generando verdaderos espacios de comunidad y de fortalecimiento anímico para perseverar en la exigencia de justicia y verdad. De sonrisa fácil y sentido del humor fresco, con su ejemplar de La Jornada bajo el brazo todos los días, Chuche siempre disfrutaba una buena plática sobre la coyuntura política, lo mismo que seguir un partido de futbol, jugar una mano de dominó o disputar una partida de ajedrez. Cultivó, sobre todo, el diálogo franco, dando siempre un lugar especial a la escucha de los más humildes.
Entrevistado sobre su caminar y en particular sobre cómo continuar en el trabajo de derechos humanos ante una crisis de violencia y desapariciones que por momentos parece interminable, Chuche recomendaba: "Para lidiar con la desesperanza diaria hay que tener una visión histórica y de largo plazo […] ver de dónde venimos y cómo eran las cosas antes, ayuda a aquilatar los avances, aunque sean pequeños. Lo importante es no perder la visión histórica".
Al final del camino, con un corazón henchido de nombres de las personas a las que quiso, defendió y acompañó, Jesús Maldonado deja un luminoso testimonio del servicio de la fe y la promoción de la justicia, que sin duda perdurará, hasta que la dignidad se haga costumbre.
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