lunes, 16 de febrero de 2015

50 ANIVERSARIO DEL CONCILIO VATICANO II

50 ANIVERSARIO DEL CONCILIO VATICANO II

Escrito por José María Alvarez


No puede pasar desapercibido el 50 aniversario del que fue tan novedoso y llamativo acontecimiento: el Concilio Vaticano II, de feliz memoria, que terminaba el 8 de Diciembre de 1965. El año 2015 es, pues, un año de celebración. El recuerdo de aquel hecho nos invita, yo casi diría nos obliga, a una reflexión, aunque sea breve, sobre el tiempo posconciliar.

En los años anteriores a su convocatoria, en algunos círculos, tanto de seglares como de clérigos, se había sentido la imperiosa necesidad de cambios en la Iglesia Católica. La convocatoria de este importantísimo acontecimiento había despertado la esperanza de que la Iglesia, al fin, llevaría a cabo las anheladas reformas. La II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano celebrada en Medellín el 24 de agosto de 1968 confirmaba nuestro optimismo, pues el episcopado latinoamericano marcaba unas directrices inequívocas de nuevos tiempos pastorales. Estas dos efemérides serían para algunos las principales referencias durante toda su vida, incorporando a ellas las nuevas perspectivas que se iban abriendo en todos los campos, casi siempre al margen o en contra de la postura oficial de la Iglesia, pues los pontificados, tanto de Juan Pablo II como de Benedicto XVI, supusieron un continuo esfuerzo en sofocar el nuevo aire renovador de aquel espíritu conciliar que el Papa Juan XXIII quiso insuflar en la Iglesia y que su sucesor Pablo VI, con una actitud ya menos vital y más diplomática, quiso llevar a feliz término durante su pontificado, si bien su final ya no sería de tan feliz memoria.

Trataré de señalar los aspectos de la vida de la Iglesia que, como fruto del Concilio Vaticano II, me resultaron personalmente más importantes.

1. LOS CURAS OBREROS.

Había dos palabras que formaban parte esencial de nuestra mística sacerdotal: encarnados, para hacerse cercanos y comprensibles; y comprometidos, asumiendo la misión con responsabilidad. Ambos aspectos creíamos que eran componentes constitutivos de la personalidad de Jesús de Nazaret, a quien nosotros queríamos hacer presente con nuestra vida en el mundo que nos había tocado vivir. Él se había encarnado identificándose así con aquellos a quienes venía a anunciar la Buena Noticia de Reinado de Dios, para, de ese modo, hacerse comprensible a quienes le iban a escuchar. En esta misión se comprometió hasta la muerte y no una muerte cualquiera, sino en cruz.

Formaba también parte de nuestra mística la idea de que el cura debía vivir de su trabajo por dos razones principales: para que el sacerdocio fuera un servicio gratuito a la comunidad y para poder ser más libres, renunciando a la paga del Estado franquista que nos llegaba a través del obispo. Entendíamos que aquel dinero, estaba manchado de dictadura y quienes lo recibían podían ser vistos como sus aliados. Queríamos que el pueblo nos viese como uno de los suyos.

Aquí en Asturias, estas ideas fueron en parte importante las que dieron como fruto el nacimiento de un grupo de curas obreros. Entre diocesanos y jesuitas, unos diez, pero fueron otros muchos los que los acogieron y apoyaron. Esta experiencia sacerdotal, que se puede considerar como consecuencia del Concilio Vaticano II, aportó a nuestra diócesis una gran vitalidad pastoral, que luego con su desaparición iría decayendo. Por los mismos motivos y fines enumerados anteriormente, hubo también un grupo de curas que comenzaron a estudiar y lograron un trabajo civil que les hacía más semejantes a la gente y más independientes respecto a las autoridades eclesiásticas.

2. CRÍTICOS CON LA SOCIEDAD.

Otro de los elementos constitutivos de nuestra mística era hacer especial hincapié en la faceta profética de Jesús, que a su vez resumía en él la rica historia del profetismo vetero-testamentario. Por otra parte, por lo que de él dicen los evangelios, eso parece que fue principalmente el Nazareno: un profeta. Su militancia crítica frente a la religión judía puede resumir su vida pública y es lo que explica de verdad su temprana muerte.

Por eso, siguiendo al Maestro, el espíritu crítico era inherente a los grupos progresistas católicos, que fueron a los que de verdad había entusiasmado el Concilio, inoculándoles renovada energía para afrontar los nuevos retos que se iban a abrir en lo que quedaba del siglo veinte. Entre los seglares merecen especial mención la HOAC y la JOC, que fueron escuela social de militantes seglares y de curas de la misión obrera.

Del análisis de la situación política a la luz de la doctrina del Vaticano II, enseguida se podía deducir el Estado de Dictadura que dominaba en España. Necesariamente habíamos de ser antifranquistas, tanto denunciando la conculcación de los derechos fundamentales de la persona, como acercándonos a la oposición política para ayudarles en la transformación de nuestra sociedad en la conquista de las libertades. Algunos locales parroquiales fueron los lugares de reunión de quienes estaban obligados a la clandestinidad y en algunas iglesias se celebraron importantes asambleas de trabajadores mineros y de la construcción y de jubilados.

3. "DEMOCRATIZAR" LA IGLESIA.

De igual manera que veíamos en la sociedad carencia de libertades políticas, constatamos que la autoridad en la Iglesia se articulaba de modo parecido. Había en ella también un vértice donde estaba concentrada toda ella: el Papa. También él concentraba en sí el poder ejecutivo, legislativo y judicial. El clero, a semejanza de los falangistas y gentes del Movimiento, incrustados en todas las instituciones eclesiales, las controlaba con total fidelidad al jefe de turno. El verticalismo autoritario en el Movimiento Nacional se parecía al modo en que la Iglesia tenía, y tiene, organizada la autoridad. Rechazábamos sin paliativos tanto el uno, felizmente ya desaparecido, como el otro, más difícil de erradicar, pero no imposible. Se puede conseguir sobre todo actuando en las bases de ese gran edificio, en las parroquias, democratizando esta institución, creando Consejos Parroquiales con verdadero poder de decisión y sometiendo a la consideración de la Asamblea Cristiana los asuntos más importantes.

Sin embargo, en la gran institución, durante el tiempo del "reinado" de Juan Pablo II y de Benedicto XVI, desde su mismo vértice, se trató de ahogar estos balbuceos "democráticos", al igual que se hizo con los Sínodos y Conferencias Episcopales..., con unas normativas que les vaciaba de significado al no concederles autonomía alguna. Seglares, curas, obispos, Papa, en perfecta jerarquización, que propiciaba el control perfecto desde el Vaticano. El nuevo Código de Derecho Canónico daba el jaque mate a todas las aspiraciones de renovación que pudiera implicar cierta autonomía de las Iglesias Nacionales o Locales. La autoridad seguía centralizada en las Congregaciones Pontificias, en el Papa. "Los presidentes de las conferencias episcopales, aunque importantes, son coordinadores, nada más" (Cardenal Müller). "...todavía no se ha explicitado suficientemente un estatuto de las Conferencias episcopales que las conciba como sujetos de atribuciones concretas, incluyendo también alguna auténtica autoridad doctrinal" (Evangelii Gaudium). La autonomía de los Obispos al frente de sus comunidades locales es prácticamente nula. A este respecto, el papel de la mayoría de ellos se reduce a ser vigilantes del cumplimiento de las leyes.

Lo mismo sucedía en lo referente a la doctrina. El nuevo Catecismo de la Iglesia Católica marcaba los límites, que venían a ser los mismos de Trento. Y en el día a día, sospechas, prohibiciones... y castigos por doquier. Pintaban bastos. Debido a la férrea cerrazón de las "autoridades competentes", muchos vemos hoy al Papa Francisco como un acontecimiento que puede ser tan importante como el Concilio Vaticano II. Llegó a la Sede de Roma en el año 2013, justo en el 50 aniversario de haberla dejado Juan XXIII en el 1963. Y con él llegó la sonrisa contagiosa, la sencillez, el lenguaje directo y fácil de entender, cercano a la gente humilde, con sabiduría evangélica, defendiendo la causa de los pobres...Con él les llegó la esperanza a quienes la habían perdido, o le dio alas para despegar, si estaba abatida. Con él la Iglesia empieza a volver a oler a primavera.

4. LAS PEQUEÑAS COMUNIDADES DE BASE.

Creo que los grupos de los movimientos obreros, cuyas reuniones giraban en torno al VER, JUZGAR Y ACTUAR, fueron el antecedente del nacimiento de las pequeñas comunidades de base. También habrá influido Medellín y la Teología de la Liberación, pues en Latino América nacieron y se desarrollaron con especial vitalidad, dando origen a una iglesia nueva, radicalmente popular.

Es desde aquí desde donde ha de llegar la renovación de la Iglesia y donde tendríamos que centrar nuestros esfuerzos. La energía humana que pueden suponer las bases de la Iglesia, si se activase, produciría una explosión expansiva tan incontenible que lo inundaría todo. Pero, el cura, pieza clave del engranaje, la mano que debía haber prendido la mecha, mayoritariamente no estuvo a la altura de las circunstancias. A la mayoría les faltó sobre todo libertad de espíritu para romper las cadenas de la dependencia irracional, pero les faltó también creatividad, inquietud intelectual y pastoral, deseo de búsqueda..., y quizás también les sobró miedo al báculo, comprensible ello por la dependencia económica del obispo. Quienes defendían el trabajo del cura también lo hacían para que pudiesen ser algo más libres. Para llegar a la libertad de conciencia había que superar todas las trampas intelectuales y morales que durante nuestra formación nos habían instalado en nuestra mente.

En el círculo de la pequeña comunidad se podía ser creativos litúrgicamente, se podía reflexionar con libertad y siempre se intentaba llegar a una presencia comprometida para hacer un mundo mejor. Allí la principal referencia era Jesús de Nazaret, tal como aparecía en los primeros libros del cristianismo y en la vida de los primeros cristianos. Era imprescindible superar el ropaje filosófico con el que a través de los siglos fue envuelto el mensaje cristiano, que no sirvió más que para oscurecerlo y hacerlo incomprensible a la gente sencilla. También sirvió para que en el caminar de su historia se produjesen rupturas internas. Creo que el camino más sencillo para llegar a la unidad de todos los cristianos es presentarnos todos doctrinalmente desnudos, con candidez evangélica, acompañados solamente de la vida y doctrina del Jesús de Nazaret de los Evangelios.

5. EL CAPITALISMO ES EN SÍ MISMO UN MAL.

Estoy seguro de que en muchos de mi generación, en torno a los 73 años, más allá del terreno de la teología, ha influido el personalismo de Emmanuel Mounier y el humanismo de Teilhard de Chardin, encíclicas como la Mater et Magistra, Pacem in Terris, Populorum Progressio... y algunos documentos del Vaticano II También hemos leído, unos más y otros menos, a Carlos Marx. Su materialismo histórico nos dio algunas claves para entender nuestra sociedad.

Al contrastar la realidad de la España franquista, marcada políticamente por el nacional-catolicismo y económicamente por un anticuado capitalismo, con toda nuestra formación social, constatamos que efectivamente el capitalismo era un mal en sí mismo, pues engendraba necesariamente, primero una sociedad injusta y al mismo tiempo opresión para poder mantener la situación; surgían luego movimientos de liberación a los que se respondía con represión. Era la espiral de la violencia, con el agravante de estar institucionalizaba la que producía el Estado, poniendo a su servicio leyes "adecuadas" y las fuerzas del "orden", de su orden, para ante todo proteger la propiedad privada, mantener la explotación de personas y bienes naturales, y sofocar cualquier intento de liberación. A todas luces el capitalismo era un mal moral, era el "pecado" de nuestro mundo, incompatible con el Reinado de "Dios", con el Bien, con la Verdad, con la Belleza... Debíamos necesariamente implicarnos en los movimientos de liberación.

6. EL PAPA FRANCISCO.

Estoy seguro que para muchos este nuevo Papa ha representado tanta novedad y ha abierto tantas esperanzas como el Vaticano II. Con su manera de vivir y de hablar ha dado un vuelco al modo de ser Papa. Su impactante, y por cierto bastante silenciada, incluso dentro de la misma Iglesia, Exhortación Evangelii Gaudium, señala un programa suficientemente renovador para este primer momento. Esperemos estar en el comienzo de una renovación profunda de la Iglesia. Creo que lo que más se necesita en ella es buscar la unidad sin ahogar la diversidad, ejercer la autoridad sin maltratar la libertad, entender la verdad como un conjunto donde caben distintas interpretaciones de la realidad, ya sea divina o humana. La modernidad nos exige, más que otra cosa, poner más racionalidad en todo lo que hace y dice la Iglesia. Hay que cambiar mucho en ella, simplemente porque hoy no es razonable, tanto de su vida como de su doctrina. No se entiende una Iglesia tan fuera de contexto. También tiene que ser más congruente: lo que pide a la sociedad, lo tiene que ser también ella misma.

7. CONCLUSIÓN.

Creo que quedan aquí reflejadas importantes constantes de vida que, en contra corriente, mantuvieron en tensión misionera a un grupo de seglares y clérigos en la etapa del posconcilio. Estimo que aquella "mística" podría, en forma diferente, ser también hoy una importante energía para el camino de la Iglesia, pues son ideas y actitudes que conducen a comportamientos, desde mi visión, auténticamente evangélicos, que es lo verdaderamente importante. Podrían servir de estímulo para mover a la acción misionera en el mundo de hoy, para anunciar la siempre Buena Noticia de Jesús.


José María Álvarez. Febrero de 2015

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