viernes, 3 de marzo de 2017

362: Comunidades Eclesiales de Base: ¿Nivel o desnivel de Iglesia? (Raúl CERVERA)

Comunidades Eclesiales de Base: ¿Nivel o desnivel de Iglesia? Apuntes eclesiológicos a propósito del XVII Encuentro de CEBs de México

Raúl CERVERA
2004

In memoriam P. Ricardo Zapata (Dióc. de Xalapa),
amigo y gran promotor de las CEBs


El XVII Encuentro Nacional de Comunidades Eclesiales de Base, realizado en la ciudad de León (Gto), en México, del 21 al 17 de septiembre de 2004, fue un acontecimiento relevante y fructuoso para la vida de esta «Iglesia en movimiento», según atestiguan quienes tomaron parte en el mismo. Con todo, es importante recuperar, a una mayor distancia, el conjunto de voces que allí se manifestaron y analizar con más calma el sentido de esas intervenciones.

Hay varios ángulos desde los que se puede enfocar la reflexión. Aquí me voy a centrar en un aspecto, decisivo ciertamente para la vida de las comunidades: su identidad eclesial.

Advierto que no haré mención especial de muchos ingredientes afortunados de esta relación con la Iglesia -que los tiene-. Lo que pasa es que al hacer un recorrido por las actas de los núcleos de trabajo se topa uno con varios puntos problemáticos. Creo que es necesario analizarlos con seriedad, más que nada por respeto y lealtad a quienes participaron en el evento y a lo que allí expresaron. También creo que es relevante llamar la atención de los pastores, para ir encontrando caminos que ayuden a avanzar en el estado de cosas presente.

1. De cuando ser Iglesia representa, en cierto sentido, un problema

Si nos preguntamos cómo se sitúan las comunidades ante la Iglesia, entendida en este caso como la representación institucional y autoritativa de la comunidad cristiana, hemos de decir que se conciben a sí mismas como algo fundamentalmente eclesial. Ello significa que aceptan la existencia y la misión de la autoridad como un aspecto central de la Iglesia de Jesucristo. Por tanto, una expresión de su pertenencia eclesial es la interacción con dicha autoridad.

De acuerdo con esto, no voy a atender ahora a otros rasgos típicos de eclesialidad que aparecen en las actas de los núcleos, como serían el enfoque creyente del análisis de la realidad, apoyado en la lectura de los textos bíblicos; el sentido ministerial que tienen las acciones de servicio que se realizan, etc. Me voy a detener más en la mencionada forma de concebirla y expresarla; sobre todo, en su carácter histórico, es decir, el que tiene como sustento una manera concreta de estructurarse la sociedad en un momento dado del decurso temporal.

Vivimos en una sociedad segmentada en dos grandes ámbitos -al menos-: el profano y el religioso. Los Estados y el conjunto de sus instituciones se consideran de carácter «laico». Lo religioso tiene su propio espacio reconocido, y de él se espera, entre otras cosas, que no se inmiscuya en el ámbito de lo político.

Pues bien, en esta configuración histórica, las CEBs expresan su eclesialidad, confesándose explícitamente como un cuerpo ubicado en el campo de lo religioso, más específicamente, en el espacio propio de la Iglesia católica. Además comentan abiertamente los problemas que ello les ocasiona. Lo cual contribuye, desde mi punto de vista, a poner de relieve su identidad.

Las dificultades se presentan en dos frentes. En el primero aparece una amplia sensación de ser rechazadas o, al menos, de no recibir suficiente apoyo por parte de las autoridades eclesiásticas, naturalmente con importantes excepciones. Prácticamente no hay núcleo en el que no aparezca este reparo. Omito citar la manera como describen este fenómeno algunos núcleos. Lo cierto es que constituye un dato puro y duro del conjunto de aportaciones.

Es esta primera parte del material la que confirma, como he dicho, la aserción acerca de la identidad eclesial de las CEBs. Por si fuera poco, ésta se perfila con mayor nitidez aún, al constatar que no aparece ninguna queja semejante en relación con las instituciones del Estado. Las comunidades de base expresan una fuerte expectativa de apoyo institucional, no por parte de este último, sino, precisamente, por la de la autoridad eclesiástica.

El segundo frente hace referencia a diversos aspectos del funcionamiento de las autoridades eclesiásticas, ante los cuales las comunidades se muestran sumamente críticas -con razón o sin ella-. Basten algunas pinceladas. Prácticamente en todos los núcleos aparece un rechazo a lo que se describe como el conservadurismo del modelo oficial, y en uno aparece el tema de la involución presente. Se piensa que la Iglesia -en el sentido convenido- no responde a las necesidades reales de las personas y a la situación más amplia. Tampoco ha tomado en serio la necesidad de inculturación. En realidad, fomenta una institución de tipo piramidal, con ribetes clericales.

En varias actas encontramos una mención de la alianza que se ha establecido entre las autoridades eclesiásticas y los poderes de este mundo, identificados incluso como la «ultraderecha». También se piensa que el Estado mexicano promulgó la ley que rige sus relaciones con la Iglesia con la intención de manipularla, según sus intereses.

Tres núcleos hacen referencia a la «venta de sacramentos», y cuatro, a las deficiencias en la formación de los sacerdotes. También comentan que las autoridades eclesiásticas prefieren favorecer a los diferentes tipos de «movimientos». Cinco de los once núcleos se quejan de lo desfavorable que resultan para las CEBs -hablando en términos generales- los frecuentes traslados de párrocos de una iglesia a otra.

Por todo esto nos parece que el encuentro envía, inopinadamente, un aviso de que algo no está funcionando en las relaciones entre las autoridades eclesiásticas y las CEBs[1].

Hasta aquí estamos en un primer nivel: las declaraciones y el fenómeno que las sustenta. Naturalmente surge la pregunta: ¿qué puede estar detrás de esta relativa disfuncionalidad? ¿Estamos, únicamente, ante actitudes personales y grupales? Nos parece que el asunto es complejo y que en el subsuelo de esta relación un tanto problemática se encuentra un conjunto amplio de raíces. En las reflexiones que vienen a continuación dirigiremos nuestra atención a un gajo que consideramos central: la ubicación estructural de las CEBs en la institución eclesiástica.

2. Las CEBs y los sótanos de las sotanas

Hasta el presente hemos venido considerando a las comunidades de base como un «nivel de Iglesia». Así aparece, incluso, en algunas expresiones vertidas por los participantes en el Encuentro. En concreto, la Iglesia constaría de cuatro niveles: la CEB, la parroquia, la diócesis y la Iglesia universal (cf núcleo 6). Ya en 1979 el Documento de Puebla había adoptado una concepción semejante:
El misterio de la Iglesia (…) logra su arraigo y tiende a desarrollar su dinamismo transformador de la vida humana, tanto personal como social, en diversos niveles y circunstancias que constituyen centros o lugares preferenciales de evangelización (la familia, las CEBs, la parroquia y la Iglesia particular) (DP 657).

Esta imagen estratigráfica es correlativa a la tercera caracterización tradicional de las comunidades: son la Iglesia en la base.

Ahora bien, la interpretación habitual de este rasgo me parece un buen comienzo en el proceso de toma de conciencia que van experimentando los laicos y laicas que participan en las comunidades, así como algunos pastores. Y es que este término va siendo utilizado con una connotación diferente, capaz de subvertir la que normalmente se le atribuye.

En efecto, en un primer momento, la imagen estratigráfica expresa con fidelidad un hecho todavía mayoritario en la Iglesia de nuestros días: los laicos y las laicas, que forman la mayoría de la membresía de las comunidades, son quienes se encuentran debajo de la vida eclesial; esto es, quienes cuentan menos, quienes poseen menor capacidad para tomar decisiones; finalmente quienes tienen un peso eclesiológico disminuido. Ello en correlación con la ubicación del clero[2].

Sin embargo, como he afirmado, en las CEBs se ha procurado subvertir este significado común y corriente, e imprimirle uno diferente y contrario. Ciertamente las CEBs son entidades laicales y por ello se denominan de base, en oposición al estrato en que se ubican las autoridades. No obstante, en la autoconciencia de muchos de sus miembros -y de sus teóricos- aparece la convicción de que es desde su ubicación propia de donde puede provenir una renovación y un cambio sustancial, en mejor, de la vida de la Iglesia.

Por ello se ha afirmado que la Iglesia nace del Pueblo, y este término incluye en su precisión, no sólo una referencia a los laicos, sino, sobre todo, a los pobres. Dicho de otro modo, se ha luchado para que el vocablo base exprese la fuerza transformadora inherente al laicado, compuesto mayoritariamente por las víctimas del sistema. Ellacuría, el teólogo mártir, lo puso en estos términos:
(La Iglesia de los pobres) es, más bien, una Iglesia en la que los pobres son su principal sujeto y principio de estructuración interna (…) siendo ella misma pobre y, sobre todo, dedicándose fundamentalmente a la salvación de los pobres, podrá ser lo que es y podrá desarrollar cristianamente su misión de salvación universal[3].

Por lo que hemos venido comentando, parece que este intento no ha resultado todavía tan fructuoso, cuanto se hubiera querido. En primer lugar, porque parecería que la mayoría de las autoridades eclesiásticas no se ha tomado en serio la necesidad de una renovación a fondo de la vida eclesial; y, menos, que ésta tenga como punto de partida y como referente fundamental el mundo laical de los injusticiados. Esto, tal como aparece en la percepción de las CEBs. Tampoco se puede soslayar el hecho de que los mismos laicos, en estratos muy amplios, no se han tomado en serio esta propuesta, o no han tenido la confianza suficiente en sí mismos, como para ponerla en marcha.

Pero me parece que existe otro factor que habría que tener presente. Es lo que trataré en el siguiente apartado.

3. Crítica de la teoría de los niveles de Iglesia

Como he comentado, las CEBs serían el nivel de base de la Iglesia; se entiende en relación con los otros planos; en primer lugar, la parroquia; después, la diócesis y, en la cúspide, la Iglesia universal. ¿Es posible encontrar algún fundamento eclesiológico para este tipo de afirmaciones? A no ser que las tomemos en un sentido lato -no exento de riesgos-, nos parece que no, como veremos a continuación.

La teoría de los niveles de Iglesia puede tener variados enfoques. Cuando se habla de la relación entre parroquia y diócesis, esta perspectiva conlleva el peligro de una concepción de gradualidad cuantitativa, difícilmente soslayable. En este sentido se pensaría que la diócesis es más iglesia que la parroquia. No sólo por la serie de estructuras administrativas que han llegado a ser indispensables para el funcionamiento de la vida eclesial, sino, sobre todo, por la posesión del sacramento del orden, sin el cual, el futuro de la comunidad cristiana queda seriamente comprometido.

Algo análogo se puede afirmar de la relación entre la diócesis y la Iglesia universal, entre otras cosas, por el hecho de que ésta ejerce la potestad del nombramiento de los obispos, prácticamente sin contar con las iglesias locales a través de mecanismos realmente colegiales. Esta concepción gradualista ha sido la que ha predominado hasta antes del Concilio Vaticano II, y Leonardo Boff la ha caracterizado con agudeza[4].

Por otro lado, este modo de pensar y actuar, tomado en su sentido más obvio y directo, traicionaría lo que las CEBs han afirmado de sí mismas, cuando han sido descritas como «Iglesia toda»[5].

En cualquier caso, no olvidemos que se ha demostrado, históricamente en el caso de las parroquias, y eclesiológicamente en el caso de las diócesis, que las cosas no pueden entenderse de esa manera.

Pongamos la parroquia. Su origen histórico se encuentra, como es sabido, en una necesidad de carácter pastoral. Asentadas las comunidades episcopales en los centros urbanos del Imperio Romano, el crecimiento de la población campesina convertida al cristianismo fue provocando, a partir del siglo IV (o antes), una solución pastoral-administrativa que, desde entonces, se reprodujo indefinidamente: confiar el cuidado de estas comunidades a presbíteros. Esto representó una novedad con respecto al modelo de las comunidades primigenias, de carácter urbano, en las que los presbíteros se ocupaban más bien de labores de consejo y asistencia al obispo[6].

A estos nuevos presbíteros del campo se asignaron, desde el principio, funciones centrales para la vida de la comunidad, a saber, la presidencia de la fracción del pan y la celebración del bautismo; pero no otras, como la ordenación de otros presbíteros y de obispos.

En las grandes urbes, mientras tanto, habían ido apareciendo los tituli, comunidades que se reunían habitualmente en una casa, cedida por su propietario para tal efecto, y cuyas habitaciones sufrirían una serie de adaptaciones[7]. Cada asamblea celebraba, bajo la presidencia de un presbítero, la Cena y el bautismo. Existían también otras prácticas rituales que permitían la convivencia y comunión entre las diferentes comunidades, por ejemplo, las «estaciones», ocasiones solemnes en las que, en Roma, el Papa iba visitando los tituli [8].

El colapso del Imperio de Occidente, simbolizado en la ocupación y saqueo de su otrora orgullosa capital (410 d.C.), fue produciendo gradualmente un cambio socioeconómido y cultural decisivo: el paso de una mentalidad fundamentalmente urbana a una rural, que tomó cuerpo en la institución feudal. Entonces nace la parroquia territorial y, con ello, «el señor Cura toma el poder»[9].

Así pues, desde su origen las parroquias han funcionado como una parcela pastoral-administrativa de las diócesis -aunque su configuración concreta e importancia real en la vida de la Iglesia han sufrido importantes modificaciones y vaivenes en el transcurso del tiempo-.

4. Cuál es la Iglesia de Jesucristo

En coherencia con este origen, no se puede plantear que la parroquia sea Iglesia en el mismo sentido que la diócesis, pero en un grado menor. Más bien habría que decir que es la segunda la que ostenta tal carácter, y lo hace en el sentido propio de la expresión.

En esta consideración no tienen especial relevancia las estructuras administrativas que se han desarrollado en las diócesis, ni las porciones territoriales que se les han atribuido, ni la posesión de un número determinado de miembros clérigos y laicos. Ello supone que podrían darse n formas de configuración de estos aditamentos secundarios.

Por el contrario, la entidad eclesial que actualmente se conoce como diócesis es Iglesia de Jesucristo, en tanto cuanto constituye una verdadera comunidad en la que el Espíritu suscita la fe en Jesús resucitado; en la que se comparte la interpretación creyente de la Palabra de Dios, la celebración de la Cena y los bienes materiales; en la que existe un compromiso por la transformación de las condiciones sociales más amplias, desde la perspectiva de los excluidos; en la que florece un espíritu de servicialidad humilde, que da origen a abundantes y diversos ministerios; en la que opera la capacidad de darse todos los servicios necesarios para ejercitar la comunión hacia el interior y hacia el exterior, y para la permanencia y crecimiento de la comunidad a través del tiempo[10]; en la que, finalmente, se realiza el estilo de vida de Jesús. Todo esto, en cuanto acontece, y toma el rostro y la lengua de un pueblo, una cultura y una época determinados -la noción de inculturación es inherente a la dinámica de la salvación y, por ello, a la comunidad cristiana-. Finalmente, la verdadera Iglesia de Jesús es la expresión histórica corporativa de la opción por los pobres:
Porque lo insensato de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres. Pues miren, hermanos, su vocación, que no son ustedes muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios para avergonzar a lo fuerte; y lo vil y menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia. (I Cor 1, 25-29)

Por esta razón es Iglesia de Jesucristo. No por los rasgos administrativos estructurales recién mencionados -aunque la presencia de éstos no destruya, necesariamente, ese carácter-. Por ello, conviene utilizar la expresión acuñada por el Vaticano II: «Iglesia local», más que diócesis. En donde «local» no designa un rasgo añadido extrínsecamente a una entidad para diferenciarla de otras, sino un constitutivo intrínseco. La Iglesia es, necesariamente, local. En todo caso, la palabra diócesis expresa la configuración histórica que adquirieron desde épocas muy tempranas las Iglesias locales como respuesta, válida en muchos momentos, a las demandas de las circunstancias históricas. Como tal, se trata de algo modificable.

La parroquia, por su parte, es una «cierta comunidad de fieles cristianos, constituida establemente en una Iglesia particular, cuyo cuidado pastoral se encomienda al párroco» (CIC 515). Su configuración básica se ha ido desarrollando tomando en consideración diferentes factores históricos, como hemos visto. Comparte con las Iglesias aquellos elementos de la vida en el Espíritu necesarios para que una comunidad y quienes la forman lleven a la práctica, cotidianamente, el seguimiento de Jesús y el servicio a su Reino. Por ello sus rasgos eclesiales acontecen en referencia a las Iglesias, y su esencia misma es de carácter histórico y contingente[11].

El vocablo Iglesia Universal no equivale al de Iglesia; más bien designa la comunión de las Iglesias[12]. Ahora bien, esta comunión constituye un rasgo esencial de la comunidad de Jesucristo: «Creo en la Iglesia, una...» Ciertamente la comunidad episcopal local, como la caracterizamos anteriormente, es la expresión verdadera y acabada de lo que hay que entender por Iglesia. Sin embargo, no agota en sí misma la plenitud y universalidad del ofrecimiento salvífico de Dios. Por ello está abierta a las demás Iglesias locales en una comunión centrada en la solicitud mutua. Ésta se dirige a que cada comunidad mantenga, de manera abnegada y sostenida, la fidelidad a la incesante labor de encarnación del mensaje evangélico en las cambiantes culturas de los pueblos; en otras palabras: a que cada Iglesia sea auténticamente local. Este cometido está caracterizado, entonces, por una doble fidelidad: a la revelación, por un lado, y a cada cultura, por el otro.

Una vez que hemos hecho estas observaciones sobre la expresión «niveles de Iglesia», surge la pregunta por la ubicación de las comunidades de base. Es lo que veremos a continuación.

5. Las CEBs: nivel o desnivel

Por lo que llevamos dicho, sería mejor prescindir de la imagen estratigráfica de los niveles de Iglesia. En ese caso, ¿cómo habría que ubicar estructuralmente a las CEBs en el conjunto de la vida eclesial? Si no son el nivel más básico de iglesia, ¿qué son?

En primer lugar, nos parece que las comunidades, sobre todo en las ciudades, no deben ser identificadas más con esos pequeños grupos que reúnen a los vecinos de cada calle, con el propósito de reanimar y renovar la vida de las parroquias. De lo contrario seguirán siendo, igual que hasta este momento, unidades eclesiales inferiores a la parroquia, y esto no sólo por lo que toca a su magnitud y los recursos administrativos que manejan, sino, sobre todo, por lo que toca a su importancia eclesiológica.

Además, continuarán subordinadas, indefinidamente, a la autoridad de los párrocos y, por lo mismo, estarán desprotegidas frente a los frecuentes cambios de estrategia pastoral que sobrevienen con los correspondientes traslados de personal. Ya escuchamos la queja de las comunidades al respecto. Igualmente seguirán privadas de la posibilidad de celebrar la cena del Señor y los demás sacramentos, lo cual constituye un rasgo típico de una verdadera comunidad cristiana. De este modo, el hecho de calificarlas como Iglesia toda persistirá, más como un desideratum o una ficción teológico-pastoral, que como una realidad.

Lo cual no significa que no deban existir estos grupos en las parroquias, o que no haya que nombrarlos comunidades. Al contrario; nos parece que en las áreas urbanas, sobre todo las de mayor magnitud, esta estrategia han demostrado ser un camino muy eficaz para la animación de la vida cristiana y la construcción de una verdadera comunidad parroquial. El problema se suscita cuando se identifica a la CEB únicamente con este tipo de grupos. Lo mismo hay que decir del hecho de que se la reduzca al conjunto de grupos y ministerios, coordinados desde las estructuras centrales de la parroquia. En estos casos CEB equivale a una parroquia revitalizada por los grupos comunitarios. Lo cual, en principio, es adecuado, pero insuficiente.

6. Las buenas noticias abren caminos

Esta reflexión se dirige a proponer, en calidad de hipótesis pastoral, una flexibilización de las estructuras eclesiásticas, de tal manera que las nuevas manifestaciones de la presencia del Espíritu encuentren en ellas un cauce que les permita fluir copiosamente a través de las condiciones cambiantes de la historia, y no un dique que las estanque.

No pensamos que el camino sea eliminar la institución parroquial de carácter territorial. Más bien podría propiciarse que, junto a ella, florecieran circunscripciones pastorales al cuidado de un presbítero, pero bajo nuevos modelos de funcionamiento, tanto de la comunidad, cuanto de sus autoridades.

En cuanto a lo primero, hablamos de entidades eclesiales identificadas y circunscritas por los límites de una comunidad real. Por lo que toca a sus dimensiones, podríamos describirlas como una formación grupal en la que fuera viable un conocimiento básico de todos sus miembros, por parte de todos sus miembros. En este caso, básico quiere decir algo semejante a lo que en el lenguaje cotidiano se denominan los «generales» de una persona (el nombre, la edad, el estado civil, la ocupación habitual, y algo más)[13].

Por lo que toca a la naturaleza de tal conglomerado, estaría definido por la pertenencia efectiva de las personas que lo componen. Ello significa que deberían tomar parte activa en el conjunto de la vida grupal: en los compromisos adquiridos, de carácter colectivo; en el diseño y realización de las acciones; en el espíritu que anima a éstas; en el estilo de vida que matiza a todo el conjunto.

La cohesión del grupo descansaría sobre la capacidad de confrontar, dialogalmente y a la luz de la fe, las diversas visiones del mundo y del decurso histórico que tienen sus miembros; la posibilidad de compartir los bienes de manera concreta; la realización de diversos servicios dirigidos al entorno más amplio; la celebración colectiva del don de la fe; el carácter participativo de la toma de decisiones.

De este modo, estas comunidades presbiterales representarían una alternativa real - como he dicho, no excluyente- a la territorialidad de la parroquia, pero también al estilo de pertenencia jurídica propio de las prelaturas o de las parroquias personales.

Por lo que tiene que ver con el modo de ejercer la autoridad, habría que pensar en varias posibilidades. En primer lugar esta clase de ministerios debería dejar de constituir un modus vivendi, para convertirse en una actividad no retribuida y, por lo tanto, necesariamente entrelazada con un oficio secular emunerado. Además no tendrían por qué ser incompatibles con la fundación de una familia. Lo mismo hay que decir con respecto a la cuestión de género. Podrían revestirse también de un carácter temporal, de manera que hubiera posibilidad de ejercerlos durante determinados períodos de la vida de cada ministro, y no hacerlo durante otros[14]. De este modo podría darse una rotación periódica de las personas que prestan estos servicios. En todo caso, el acceso a los mismos correría por vías alternativas a la formación seminarística actual, con su clásico régimen de internado y su carácter de educación formal; sobre todo, la comunidad como tal tendría una palabra decisiva en el momento de la elección de un nuevo dirigente.

Igual que en el caso de las comunidades alternativas, estas variantes estructurales en los ministerios ordenados no tendrían por qué eliminar el modelo actualmente vigente; por el contrario sería deseable que pudieran convivir con éste, por las razones que explicitaremos adelante.

Pensamos que hacer modificaciones solamente a la estructura comunitaria, sin tocar el campo de los servicios de autoridad, o viceversa, impediría lograr los frutos que se pretende cosechar en cada uno de estos campos. Sólo la voluntad de propiciar caminos alternativos, simultáneamente, en la vertiente de la vida del Pueblo de Dios y en la de los ministerios ordenados, será beneficiosa para ambos, sobre todo si se conciben como procesos articulados.

Además, la audacia de lanzarse por caminos diferentes a los que se han recorrido hasta este momento resultará beneficiosa para los modelos de autoridad y de comunidad parroquial actualmente vigentes. Es probable que ayude a realizar determinados ajustes que los adecuará más a las circunstancias del momento. Por su lado, esta renovación impactará de manera favorable a la puesta en marcha de las vertientes alternativas.
Hay un punto que es necesario tener presente cuando reflexionamos sobre estos temas. De hecho, lo que aquí se presenta como mera hipótesis o desideratum es algo que, de una u otra manera, ya opera entre nosotros. Me refiero a la existencia, por ejemplo, de comunidades de base maduras, de amplia membrecía, con floración de ministerios, que sirven a la sociedad con o sin el apoyo de los ministros ordenados -sin que esto último deje de percibirse como un estado de violencia que afecta a su naturaleza íntima-. En estos casos, en el ámbito del Pueblo de Dios se está poniendo, con generosidad y abnegación, la parte que le corresponde. La que falta es, a todas luces, la parte propia de la autoridad constituida. Dotar a estas comunidades de ministros ordenados, a través de un discernimiento, sería, precisamente, uno de los cometidos principales de aquélla.

Pensamos que si no se tiende a caminar hacia este tipo de reformas estructurales o hacia otros, el malestar de la sutura de las CEBs con la autoridad eclesial podría convertirse en un mal crónico y, más aún, enconarse, con consecuencias negativas para la vida eclesial. En cualquier caso, existen otras vías para seguir avanzando en la comunitariedad evangélica en los casos en que la esclerosis tienda a avanzar en los estratos jerárquicos[15].


[1] En la Investigación Diagnóstico sobre las Comunidades Eclesiales de Base en México, publicado en 2003 por Luis Leñero, se constata que los animadores de la tercera parte de los grupos que existen a nivel nacional afirma que no reciben apoyo de los párrocos respectivos; por su parte, en la mitad de las diócesis donde hay CEBs, éstas no cuentan con el apoyo del obispo (págs. 71-72). En el cuadro no 21, aparece que el 63.6% de los miembros de CEBs registran como motivo de «frustración e insatisfacción» con respecto a su participación en las comunidades el rechazo de «la jerarquía»: pág. 73.
[2] En el significado de la palabra «base» se ha incluído también un aspecto social. De este modo, las CEBs no son sólo base de la Iglesia-institución, sino también lo son en relación con la estructura social. Si por lo primero, la membrecía comunitaria está compuesta, fundamentalmente, por laicos; por lo segundo, está formada por ciudadanos pertenecientes, ya a la sociedad civil -en contraposición con quien detenta el poder autoritativo político: las autoridades gubernamentales-; ya a los estratos económica y socialmente deprimidos -en contraposición a quienes detentan el poder económico. Cf. J.B. Libanio, Comunidades Eclesiales de Base: ¿qué se quiere decir con el término «base»?: SelTeol 27 (1988) 292-293.
[3] I. Ellacuría, Conversión de la Iglesia al Reino de Dios para anunciarlo y realizarlo en la historia, Santander 1984, 207-208.
[4] Cf. L. Boff, Las Comunidades Eclesiales de Base reinventan la Iglesia: SERVIR 12/65-66 (1976) 422-424.
[5] Esta expresión ha sido utilizada para significar que en la CEB se hace presente el misterio salvífico universal, en cuanto sacramentalizado en una comunidad concreta (LG 1). De aquí la formulación de que en la CEB está presente la Iglesia universal en su totalidad: cf L. Boff, op. cit., 428-431.
[6] P. Krämer, Pfarrei: LThK 8 (1999) 162-163; J.-M. R. Tillard, La Iglesia local. Eclesiología de comunión y catolicidad, Salamanca 1999, 219-221. Cf también C. Floristán, Para comprender la parroquia, Estella 1998, 12-15; C.J. Nuesse-Th. J. Harte (eds.), The Sociology of the Parish, Milwaukee 1951, 14-44. Hubo diversidad de disciplinas ministeriales: en el norte de África se puede constatar la presencia de «obispos rurales» ya a fines del s. IV: cf S. Langel, Actes de la Conference de Carthage en 411. Tome I. Sources Chretiennes 194, Paris 1972, 131-143.
[7] De ahí el nombre de tituli, modo como los romanos identificaban las casas de las ciudades: por el nombre de su propietario.
[8] Al parecer, existían diferentes praxis eucarísticas. En Milán y Cartago, por ejemplo, sólo había, en los primeros siglos, una sinaxis dominical, presidida por el obispo. En Roma también la tenían los tituli: Cf. V. Monachino, La cura pastorale a Milano, Cartagine e Roma nel secolo IV, Romae 1947.
[9] A. Aubry, Una Iglesia sin parroquias, México 1974, 84; 82-87.
[10] Esta última afirmación puede incluir la convicción de que un rasgo central de la Iglesia de Jesucristo es su permanencia a través del tiempo por medio de mecanismos institucionales de autoridad. Sin embargo esta doctrina merece ulteriores precisiones, sobre todo cuando se la considera a la luz de la teología del misterio de la Iglesia, y de la del Pueblo de Dios. Por ello enfoque de esta reflexión -la relación que se establece entre la autoridad y las CEBs- podría enriquecerse con otros elementos.
[11] C. Floristán, Teología práctica. Teoría y praxis de la acción pastoral, Salamanca 1991, 606-607; La Iglesia comunidad de creyentes, Salamanca 1999, 504-509.
[12] Cf. J.-M- R. Tillard, Iglesia de Iglesias. Eclesiología de comunión, Salamanca 1991, 39-40; La Iglesia local. Eclesiología de comunión…, op. cit., 21-100.
[13] El conocimiento más profundo entre las personas o procesos como los que se dirigen a compartir el discernimiento de espíritus personal ciertamente ayudan a avanzar en la vida de la comunidad. Esta clase de ejercicios podrían exigir, metodológicamente, la formación de subgrupos al interior de la comunidad más amplia, que funcionaran durante ciertos períodos de tiempo o bajo ciertas condiciones.
[14] Esto, en principio, no tiene por qué contradecir la doctrina del carácter sacramental.
[15] Cf lo dicho en la nota nueve.
Raúl Cervera, México DF


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