Mensaje del Papa Francisco con motivo del Día Mundial de la Alimentación
A Su Excelencia el señor Qu Dongyu Director General de la FAO
La Jornada Mundial de la Alimentación se hace eco cada año del grito de tantos hermanos nuestros que siguen sufriendo las tragedias del hambre y la malnutrición. De hecho, a pesar de los esfuerzos realizados en las últimas décadas, la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible sigue siendo un programa por realizar en muchas partes del mundo. Para responder a este grito de la humanidad, el tema propuesto este año por la FAO, “Nuestras acciones son nuestro futuro. Una alimentación sana para un mundo #HambreCero”, pone de relieve la distorsión del binomio alimento/nutrición.
Vemos cómo la comida deja de ser medio de subsistencia para convertirse en cauce de destrucción personal. Así, frente a los 820 millones de personas hambrientas, tenemos al otro lado de la balanza casi 700 millones de personas con sobrepeso, víctimas de hábitos alimenticios inadecuados. Estos ya no son simplemente emblemas de la dieta de los “pueblos de opulencia” (cf. Pablo VI, Enc. Populorum Progressio, 3), sino que comienzan a habitar incluso en países de renta baja, donde se sigue comiendo poco y mal, copiando modelos alimenticios de las áreas desarrolladas. Por causa de la malnutrición, las patologías vinculadas a la opulencia pueden derivar tanto en un desequilibrio por “exceso”, cuyos resultados son a menudo la diabetes, enfermedades cardiovasculares y otras formas de enfermedades degenerativas, como en un desequilibrio por “defecto”, documentado por el creciente número de muertes por anorexia y bulimia.
Es necesaria, por tanto, una conversión de nuestro modo de actuar, y la nutrición es un punto de partida importante. Vivimos gracias a los frutos de la creación (cf. Sal 65,10-14; 104,27-28) y estos no pueden reducirse a un simple objeto de uso y dominación. Por esta razón, los trastornos alimentarios sólo se pueden combatir cultivando estilos de vida inspirados en una visión agradecida de lo que se nos da, buscando la templanza, la moderación, la abstinencia, el dominio de sí y la solidaridad: virtudes que han acompañado la historia del hombre. Se trata de volver a la simplicidad y a la sobriedad, y vivir cada momento de la existencia con un espíritu atento a las necesidades del otro. Así, podremos cimentar nuestros vínculos en una fraternidad que busque el bien común y evite el individualismo y el egocentrismo, que sólo generan hambre y desigualdad social. Un estilo de vida que nos permitirá cultivar una relación saludable con nosotros mismos, con nuestros hermanos y con el entorno en el que vivimos.
Para asimilar esta forma de vida la familia tiene un lugar principal, y por eso la FAO ha dedicado una atención especial a la tutela de la familia rural y a la promoción de la agricultura familiar. En el ámbito familiar, y gracias a la sensibilidad femenina y materna, se aprende a disfrutar el fruto de la tierra sin abusar de él y se descubren las mejores herramientas para difundir estilos de vida respetuosos del bien personal y colectivo.
Por otro lado, la interdependencia actual de las naciones puede ayudar a dejar de lado los intereses particulares y favorecer la confianza y la relación de amistad entre los pueblos (cf. Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 482). Espero que el tema de este año ayude a no olvidar que hay quienes todavía se alimentan de una manera poco saludable. Resulta cruel, injusto y paradójico que, hoy en día, haya alimentos para todos y, sin embargo, no todos tengan acceso a ellos, o que existan regiones del mundo en las que la comida se desperdicia, se desecha, se consume en exceso o se dedican alimentos a otros fines que no son alimenticios. Para salir de esa espiral, es necesario impulsar «instituciones económicas y cauces sociales que permitan a los más pobres acceder de manera regular a los recursos básicos» (Enc. Laudato si’, 109).
La lucha contra el hambre y la desnutrición no cesará mientras prevalezca exclusivamente la lógica del mercado y se busque sólo la ganancia a toda costa, relegando los alimentos a un mero producto de comercio, sujeto a la especulación financiera y distorsionando su valor cultural, social y marcadamente simbólico. La primera preocupación ha de ser siempre la persona humana, especialmente quienes carecen de alimentos diarios y que a duras penas pueden ocuparse de las relaciones familiares y sociales (cf. Enc. Laudato si’, 112-113). Cuando se ponga a la persona humana en el lugar que le corresponde entonces las operaciones de ayuda humanitaria y los programas destinados al desarrollo tendrán una mayor incidencia y darán los resultados esperados. No podemos olvidar que lo que acumulamos y desperdiciamos es el pan de los pobres.
Señor Director General: Estas son algunas reflexiones que deseo compartir con ustedes con motivo de esta Jornada, mientras pido a Dios que bendiga a cada uno de ustedes y que colme de frutos su trabajo, de modo que crezca constantemente la paz al servicio del progreso auténtico e integral de toda la familia humana.
FRANCISCO
Vaticano, 16 de octubre de 2019
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