domingo, 22 de agosto de 2021

Papa Francisco: Cese el estruendo de las armas en Afganistán.


Papa Francisco: Cese el estruendo de las armas en Afganistán.


De la comunidad internacional un compromiso de solidaridad por la población de Haití fuertemente golpeada por el terremoto.


L'osservatore romano. 20 agosto 2021. Doble llamamiento del Papa en el Ángelus de la solemnidad de la Asunción. Al finalizar la oración recitada al medio día del 15 de agosto por la ventana del Estudio privado del Palacio apostólico vaticano —después de la reflexión inicial dedicada al significado de la fiesta mariana— el Pontífice expresó su preocupación por la dramática situación en Afganistán y Haití. A los fieles presentes en la plaza de San Pedro y a quienes estaban conectados a través de los medios de comunicación pidió rezar por las poblaciones de los dos países, deseando que en el primero «cese el estruendo de las armas y se encuentren soluciones en la mesa del diálogo», y al segundo llegue la solidaridad concreta de parte de la comunidad internacional para socorrer a las víctimas del sismo.


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y feliz fiesta!

En el Evangelio de hoy, Solemnidad de la Asunción de la Bienaventurada Virgen María al Cielo, en la liturgia destaca el Magnificat. Este canto de alabanza es como una "fotografía" de la Madre de Dios. María "se alegra en Dios. ¿Por qué? Porque ha mirado la humildad de su sierva", así lo dice (cf. Lc 1,47-48).


La humildad es el secreto de María. Es la humildad la que atrajo la mirada de Dios hacia ella.

El ojo humano busca siempre la grandeza y se deslumbra por lo que es ostentoso. Dios, en cambio, no mira las apariencias, Dios mira el corazón (cf. 1 Sam 16,7) y le encanta la humildad. La humildad de los corazones le encanta a Dios. Hoy, mirando a María Asunta, podemos decir que la humildad es el camino que conduce al Cielo. La palabra "humildad", como sabemos, viene del latín humus, que significa "tierra". Es paradójico: para llegar a lo alto, al Cielo, es necesario permanecer bajos, como la tierra. Jesús enseña: "El que se humilla será exaltado" (Lc 14,11). Dios no nos exalta por nuestros dones, riquezas, o por las habilidades, sino por la humildad. Dios está enamorado de la humildad. Dios levanta a quien se abaja, levanta a quien sirve.


En efecto, María no se atribuye más que el "título" de sierva, servir: es "la esclava del Señor" (Lc 1,38). No dice nada más de sí misma, no busca nada más para sí misma. Solamente ser la sierva del Señor.


Entonces, hoy podemos preguntarnos, cada uno de nosotros en nuestro corazón: ¿cómo está mi humildad? ¿Busco ser reconocido por los demás, reafirmarme y ser alabado, o más bien pienso en servir? ¿Sé escuchar, como María, o solo quiero hablar y recibir atención? ¿Sé guardar silencio, como María, o siempre estoy parloteando? ¿Sé cómo dar un paso atrás, apaciguar las peleas y las discusiones, o solo trato siempre de sobresalir? Pensemos en estas preguntas, cada uno de nosotros. ¿Cómo está mi humildad?


María, en su pequeñez, conquista primero los cielos. El secreto de su éxito reside precisamente en reconocerse pequeña, en reconocerse necesitada.


Con Dios, solo quien se reconoce como nada es capaz de recibirlo todo. Solo quien se vacía es llenado por Él.


Y María es la "llena de gracia" (v. 28) precisamente por su humildad. También para nosotros, la humildad es el punto de partida, siempre, es el comienzo de nuestra fe. Es esencial ser pobre de espíritu, es decir, necesitado de Dios. El que está lleno de sí mismo no da espacio a Dios, y tantas veces estamos llenos de nosotros, y quien está lleno de sí mismo no da espacio a Dios, pero el que permanece humilde permite al Señor realizar grandes cosas (cf. v. 49).


El poeta Dante se refiere a la Virgen María como "humilde y más elevada que una criatura" (Paraíso XXXIII , 2). Es hermoso pensar que la criatura más humilde y elevada de la historia, la primera en conquistar los cielos con todo su ser, cuerpo y alma, pasó su vida mayormente dentro del hogar, pasó su vida en lo ordinario, en la humildad. Los días de la Llena de gracia no tuvieron mucho de impresionantes. A menudo se sucedieron iguales, en silencio: por fuera, nada extraordinario. Pero la mirada de Dios permaneció siempre sobre ella, admirando su humildad, su disponibilidad, la belleza de su corazón, nunca tocado por el pecado.


Este es un gran mensaje de esperanza para nosotros; para ti, para cada uno de nosotros, para ti que vives las mismas jornadas, agotadoras y a menudo difíciles. María te recuerda hoy que Dios también te llama a este destino de gloria. No son palabras bonitas, es la verdad. No es un final feliz artificioso, una ilusión piadosa o un falso consuelo.


No, es la verdad, es la pura realidad, viva y verdadera como la Virgen Asunta al Cielo. Celebrémosla hoy con amor de hijos, celebrémosla gozosos pero humildes, animados por la esperanza de estar un día con ella en el Cielo.


Y recemos a ella ahora, para que nos acompañe en el camino que conduce de la Tierra al Cielo.

Que ella nos recuerde que el secreto del recorrido está contenido en la palabra humildad.

No olvides esta palabra, y que la Virgen nos la recuerde siempre.

Y que la pequeñez y el servicio son los secretos para alcanzar la meta, para alcanzar el cielo.


Al finalizar la oración mariana, el Papa lanzó los dos llamamientos por Afganistán y por Haití. Después saludó a los fieles presentes en la plaza y a los que «están pasando estos días feriados en torno a la Fiesta de la Asunción en sus distintos lugares de vacaciones», dirigiendo un pensamiento también a aquellos que «no pueden irse de vacaciones», en particular «en los enfermos, los ancianos, los presos, los desempleados, los refugiados y todos aquellos que están solos o en dificultades». Finalmente la invitación a dirigirse a un santuario a venerar a a la Virgen como gesto de devoción mariana en el día de la solemnidad de la Asunción.

Queridos hermanos y hermanas:


Me uno a la preocupación unánime por la situación en Afganistán. Les pido que recen conmigo al Dios de la paz para que cese el estruendo de las armas y se encuentren soluciones en la mesa del diálogo. Solo así la atormentada población de ese país -hombres, mujeres, ancianos y niños- podrá volver a sus hogares y vivir en paz y seguridad con pleno respeto mutuo.


En las últimas horas se ha producido un fuerte terremoto en Haití, que ha causado numerosos muertos, heridos y cuantiosos daños materiales. Quisiera expresar mi cercanía a esa querida población que ha sido duramente golpeada por el sismo. Mientras elevo mis oraciones al Señor por las víctimas, dirijo mi palabra de aliento a los sobrevivientes, esperando que la comunidad internacional se interese por ellos. ¡Que la solidaridad de todos alivie las consecuencias de la tragedia! Recemos juntos a la Virgen por Haití. Dios te salve, María...


Saludo a todos ustedes, romanos y peregrinos de varios países: familias, asociaciones y fieles individuales. En particular, saludo al grupo de Santa Giustina in Colle, a los jóvenes de Carugate, a los de Sabbio Bergamasco y a los de Verona.


También quiero dirigir mis pensamientos a todos los que están pasando estos días feriados en torno a la Fiesta de la Asunción en sus distintos lugares de vacaciones: les deseo serenidad y paz. Sin embargo, no puedo olvidar a los que no pueden irse de vacaciones, a los que permanecen al servicio de la comunidad y también a los que se encuentran en circunstancias difíciles, agravadas por el fuerte calor y el cierre de algunos servicios por las vacaciones.


Pienso especialmente en los enfermos, los ancianos, los presos, los desempleados, los refugiados y todos aquellos que están solos o en dificultades.


Que María extienda su protección maternal a cada uno de ellos.

Los invito a hacer un bonito gesto hoy: ir a un santuario mariano para venerar a la Virgen; los que estén en Roma pueden ir a rezar ante el icono de la Salus Populi Romani en la Basílica de Santa María la Mayor.


Les deseo a todos un buen domingo y una feliz fiesta de la Asunción.


Y, por favor, no se olviden de rezar por mí. ¡Que tengan un buen almuerzo y adiós!

 

 

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