Un espacio privilegiado de comunión, evangelización y liberación (AP 178-180) PRO PAPA FRANCISCO Y SUS REFORMAS
martes, 22 de febrero de 2011
Don Samuel Ruiz
En el corazón del pueblo indígena
GUSTAVO GUTIÉRREZ, Gutierrez.30@nd.edu
PERÚ.
ECLESALIA, 21/02/11.- A los 86 años nos ha dejado Mons. Samuel Ruiz García, obispo que fue de Chiapas (México), sucesor –varios siglos después– de Bartolomé de Las Casas, cuyo testimonio y defensa de los habitantes originarios de estas tierras constituyeron para él una fuente de inspiración.
En abril de 1968 tuvo lugar en Melgar (Colombia) una reunión sobre la tarea misionera de la Iglesia; era un jalón en la ruta hacia la Conferencia de Medellín (agosto-septiembre, 1968). El encuentro fue organizado por el Departamento de Misiones del CELAM, presidido por Mons. Gerardo Valencia (pastor de una diócesis –Buenaventura, Colombia– con una amplia población afro-descendiente). En él participó activamente un joven obispo, Samuel Ruiz; Juan XXIII y el Concilio, al que asistió, habían despertado en él, un hombre de formación clásica y académica, inquietudes que lo habían llevado a ver de modo nuevo la cruda realidad de pobreza y exclusión de los indígenas hacia los que había sido enviado como pastor en 1959.
Pero Melgar lo ayudó a considerar las cosas desde una perspectiva latinoamericana y liberadora. Más tarde, y en diversas ocasiones, evocaría, con sencillez, lo que esa reunión, vivaz y fecunda, había significado para él (y en verdad, para todos los que compartimos esa experiencia). Después de analizar la realidad social y eclesial de ese tiempo y de considerarla desde la fe, las conclusiones de Melgar, en referencia a los pueblos indígenas, terminan formulando la esperanza de que “la presencia de de Cristo, Verbo Encarnado, en las poblaciones de América Latina y la acción del Espíritu en ellas” den lugar a “una primavera que revitalice la Iglesia en América Latina en este momento de cambio y opción histórica”.
La mayor parte de los participantes de esa reunión misionera estuvo en Medellín y contribuyó a que la Conferencia recogiera muchas intuiciones de las conclusiones de Melgar. Samuel tuvo una ponencia al inicio de la Conferencia de Medellín en la que insistió en una de ellas. Pidió “una especial consideración sobre la situación de los indígenas en el continente latinoamericano”, y advirtió que de no ser así “seguirán acumulándose los siglos sobre este vergonzoso problema que bien pudiera llamarse el fracaso metodológico de la acción evangelizadora de la Iglesia de América Latina”.
Samuel enfrentó con tesón y creatividad la situación que denunciaba en ese cónclave continental. Más de 45 años de su vida fueron consagrados a la variada y numerosa población indígena de su diócesis. Lo hizo con cercanía y amistad, comprendiendo y valorando sus culturas, aprendiendo sus lenguas, defendiendo sus derechos, proponiendo un Evangelio de amor y justicia, ordenando indígenas como diáconos casados para servir a sus pueblos, sensible al sufrimiento de pueblos secularmente maltratados y marginados. Para todo ello, trabajó siempre en equipo, supo rodearse de laicos, religiosas y sacerdotes con quienes estudiaba la realidad humana y social en la que se encontraban y evaluaba en reuniones diocesanas los proyectos pastorales que compartían. Se trata sin duda de una de las experiencias pastorales más ricas que se hayan hecho en el continente en este terreno.
Hoy, sin embargo, la solidaridad con los pobres e insignificantes no puede limitarse a la, siempre necesaria, ayuda inmediata; debe, asimismo, señalar y denunciar las causas de la situación en que viven. Lo planteó Medellín con firmeza y Samuel no temió hacerlo. Y como ha ocurrido tantas veces, entre nosotros, eso le granjeó incomprensiones, hostilidad y, por momentos, maltrato. Pese a lo doloroso de esa situación, Samuel la vivió como testigo de la paz, pero con la convicción de que ella no puede establecerse sino sobre la justicia social, el respeto a los derechos humanos y la igualdad en la diversidad.
En 1979, Samuel convocó en Chiapas, en coherencia con sus opciones y preocupaciones, a un encuentro sobre ‘Movimientos indígenas y teología de la liberación’. Concurrieron líderes indígenas, obispos, agentes pastorales, teólogos de diferentes países del continente y de diferentes regiones de México, la reunión comenzó con informes sobre la situación social y pastoral de cada lugar. A ello siguió una interesante reflexión teológica sobre un tema cada vez más presente, los años lo habían hecho madurar, pero no dejaban de ser primeros pasos en un asunto de gran importancia.
Si bien la dedicación mayor de Samuel era su zona y los pueblos que con afecto y aprecio lo llamaban jTatic (padre, anciano), su labor se extendió a su país e, incluso más allá de él. Lo prueba su generosa acogida, en Chiapas, a los refugiados guatemaltecos que dejaban atrás una situación de abusos y muerte, así como, una vez obispo emérito, en tanto miembro activo y representativo de asociaciones de solidaridad internacional y defensa de los derechos humanos, especialmente en América Central. Agreguemos el papel que jugó, comprometido con la justicia como fundamento de la paz –mediación no siempre bien comprendida por todos– en el difícil momento del levantamiento del Ejército zapatista de liberación nacional.
Don Samuel era un hombre libre, de una profunda libertad evangélica. En su funeral, otro gran pastor, Mons, Raúl Vera, decía de él: “Con toda verdad vemos que hasta el final de su vida se conservó como un auténtico hijo de Dios por su trabajo por la paz, que nace de la justicia y del amor”. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
viernes, 18 de febrero de 2011
EL DESAFIO DE UNA ESPERANZA ACTIVA
Camilo Maccise
Revista Christus, Mayo-junio de 2010 (778)
La situación actual de nuestro país, sumergido en una crisis profunda de valores, dominado por una violencia creciente e institucionalizada, agobiado por los problemas económicos, de seguridad y los que origina una corrupción generalizada, deja poco espacio para mantener viva la esperanza. Muchos sucumben a la tentación del desaliento y de la impotencia y están convencidos de que nada puede cambiar. Los partidos políticos enfrascados en la lucha por el poder, poco o nada se preocupan por las necesidades del pueblo. Con todo, esta crisis que afecta toda la vida social hay que verla también como oportunidad para recorrer caminos inéditos para enfrentar los retos complejos y difíciles de la coyuntura actual. Es aquí precisamente donde la esperanza cristiana bien entendida, ayuda a hacer una lectura de la realidad desde la perspectiva de la fe y a enfrentar los signos de los tiempos desde un compromiso evangélico a nivel personal y social.
En un contexto de desesperanza y frustración hay que reflexionar sobre las razones para vivir y testimoniar la esperanza en medio de la crisis. En otras palabras, para encontrar los motivos y las formas de dar razón de nuestra esperanza al que nos la pida (cf. 1 P 3,15). El alejamiento de la Palabra de Dios, que se vivió en la teología prácticamente hasta poco antes del Vaticano II, trajo como consecuencia una desvalorización de la esperanza cristiana que se fue reduciendo a una actitud de espera paciente y resignada de la irrupción de lo definitivo en la historia humana. Quedó así relegada a un segundo plano frente a la fe y al amor. El regreso a la Escritura hizo que la esperanza ocupara el lugar que le corresponde en la teología y en la vida de los creyentes en Jesús. Con razón Charles Péguy afirmaba: “la fe que yo prefiero, dice Dios, es la esperanza”. J. Moltmann (1), a fines de los años sesenta e inicio de los setenta, hizo de la esperanza el principio teológico por excelencia y no dudó en afirmar que el cristianismo, por haber predicado una fe sin esperanza como compromiso en la transformación del mundo, contemplaba el surgimiento de muchas esperanzas sin fe.
La esperanza que se requiere en este momento en que vivimos es una esperanza activa, comunitaria y cósmica. Así la presentó el Vaticano II: “la espera de una tierra nueva no debe amortiguar sino más bien avivar, la preocupación de perfeccionar esta tierra, donde crece el cuerpo de la nueva familia humana, el cual puede de alguna manera anticipar un vislumbre del siglo nuevo. Por ello, aunque hay que distinguir cuidadosamente progreso temporal y crecimiento del reino de Cristo, sin embargo, el primero, en cuanto puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa en gran medida al reino de Dios” (2). La esperanza cristiana no es enemiga de las esperanzas intramundanas. San Pablo no habla de una esperanza personalista ni espiritualista. Él pone de relieve el aspecto colectivo de la misma. Es la humanidad entera junto con el mundo visible la que está llamada a la plenitud. La dimensión activa de la esperanza cristiana debe orientarse también al progreso de la persona humana y a su liberación y, a través de ella, al progreso del mundo, de la ciencia y de la técnica. El concilio Vaticano II recordó a los cristianos que no pueden descuidar su compromiso de trabajar para hacer presentes, aunque sea imperfectamente, los valores del reino de Dios: amor, justicia, paz.
Esperanza y responsabilidad común en una sociedad pluralista
En este sentido, hay que testimoniar la esperanza en medio de la crisis, teniendo en cuenta que nuestra sociedad es una sociedad pluralista. En ella se encuentran diversas religiones, concepciones filosóficas, ideologías y sistemas de valores, que se encarnan en diferentes movimientos históricos y se proponen construir la sociedad del futuro. Por otro lado, la globalización económica, social, política y cultural ha tratado de imponer el sistema neoliberal como el camino acertado para la solución de la crisis mundial. Éste se ha revelado ineficaz ya que no ha hecho sino agudizarla. Frente a esta situación, testimoniar la esperanza no puede reducirse a exhortar a los diversos grupos sociales y a las categorías profesionales ni a estimularlos a contribuir con honestidad y competencia en la construcción de una sociedad nueva. Hay que concientizar sobre la responsabilidad común y colaborar con creyentes y no creyentes que, a partir de una ética mundial, se comprometen a favorecer una cultura de la no violencia y respeto de toda vida; de la solidaridad y de un orden económico justo; de la tolerancia y un estilo de vida honrado y veraz; de la igualdad y camaradería entre hombres y mujeres (3).
La luz de los signos de esperanza
Muchos se preguntan si es realista conservar la esperanza en un momento de crisis globalizada que suscita escepticismo ante la constatación de que utopías y esperanzas de hace algunos años se han derrumbado de repente. La situación de la humanidad, especialmente para los pobres, ha empeorado. La liberación del pecado social que los marginaba no se ha realizado. Los que eran excluidos y explotados son ahora “sobrantes” y “desechables” (4). “Las instituciones financieras y las empresas transnacionales se fortalecen al punto de subordinar las economías locales, sobre todo debilitando a los Estados… Con mucha frecuencia, se subordina la preservación de la naturaleza al desarrollo económico, con daños a la biodiversidad, con el agotamiento de las reservas de agua y de otros recursos naturales, con la contaminación del aire y el cambio climático” (5).
Con todo, no deja de haber signos de esperanza que ayudan a superar el desaliento y la desilusión y mantienen abiertos los horizontes para seguir adelante a pesar de las dificultades y los problemas. Además, la historia nos enseña que ha habido épocas más difíciles y desalentadoras y, que en ellas fue posible testimoniar la esperanza y proseguir en los esfuerzos por humanizar más al mundo. La fe en Cristo, Señor de la historia, y las exigencias del mundo de hoy nos piden ponernos en camino, es decir, no contentarnos con lo que hemos conseguido, creer que podemos alcanzar nuevas metas y superar el individualismo, el acomodamiento y el pragmatismo que son capaces de dañar la esperanza y de hacer que se abandonen proyectos, ideales y esfuerzos.
Si tenemos presente que Dios nos habla en la Escritura y en la vida y que el fundamento de nuestra esperanza es la bondad y fidelidad de Dios manifestada en el don de su Hijo y del Espíritu que dirige la historia, seremos capaces de descubrir los principales signos de esperanza en nuestro mundo conflictivo y de testimoniar la esperanza en medio de la crisis que parece oscurecer su presencia, ya que los medios de comunicación no prestan atención a lo que hay de positivo en medio del caos imperante.
Se requiere para ello una visión contemplativa de la realidad que lleva a descubrir a Dios en todas las circunstancias, a contemplar a Cristo en todas las personas y a buscar su voluntad en los acontecimientos (6)-
Algunos motivos que nos ofrecen el mundo y la Iglesia de hoy para vivir y testimoniar la esperanza
Nos limitamos a algunos que consideramos más importantes y que incluyen otros. En el mundo de hoy: la creciente toma de conciencia de la dignidad de la persona humana, la globalización de la solidaridad, los movimientos de liberación y defensa de la vida, el sentido de responsabilidad en relación con la naturaleza, la búsqueda de una ética mundial, los grupos y personas dedicados al servicio generoso y desinteresado de los demás. En la Iglesia: una participación más activa de los laicos y la fuerza transformadora de las comunidades eclesiales de base y de la religiosidad popular.
Existe en la actualidad el despertar de una nueva conciencia en los laicos, favorecida por estos cambios conciliares y por el clima sociocultural que fomenta la responsabilidad personal, el sentido comunitario y social, la crítica positiva a lo institucional. Aquí tenemos una razón para testimoniar la esperanza en medio de la crisis que se tiene también en la Iglesia. Los laicos se han ido comprometiendo cada vez más en diversas tareas pastorales y se han integrado en diferentes organismos eclesiales (comisiones, consejos de pastoral, etc.), también en la acción caritativa y en la liturgia.
Especialmente han sido las mujeres quienes han emprendido este camino. También hay laicos y laicas que actúan desde su fe en estructuras cívicas, culturales y sociales. Han surgido ovimientos, comunidades y asociaciones laicales dentro de la Iglesia.
Es verdad que falta todavía una integración más activa y corresponsable de la mujer en la Iglesia. Con todo, ya en el sínodo sobre los laicos, al menos a nivel de reflexión, se habló de la urgencia de que la Iglesia reconozca los dones de las mujeres y que los lleve a la práctica; de que hay que estar contra todas las formas de discriminación de la mujer (7). Al mismo tiempo se hicieron votos para que se reconozca la dignidad de la mujer en la sociedad civil y en la Iglesia. Por otro lado, tenemos la fuerza transformadora de las comunidades eclesiales de base y de la religiosidad popular. Las CEBs integran familias, adultos y jóvenes, en íntima relación interpersonal en la fe y que son expresión del amor preferente por el pueblo sencillo. En ellas se expresa, valora y purifica la religiosidad popular y se da posibilidad concreta de participación en la tarea eclesial y en el compromiso de transformar la sociedad como motores de liberación y desarrollo. Estas comunidades eclesiales de base, como lo recuerda el documento de Aparecida, han contado entre sus miembros personas que, en su entrega generosa, han derramado su sangre (8).
Por otra parte, la religiosidad popular a pesar de sus límites, contiene muchos valores que demuestran su autenticidad. La gente sencilla vive la esperanza como compromiso activo desde la fe en la búsqueda de la anticipación del Reino a través de la defensa de la dignidad humana, la búsqueda de la libertad y de la fraternidad en el mundo.
Algunos motivos para testimoniar la esperanza a la luz de la Escritura
San Pablo nos recuerda que “todo cuanto fue escrito en el pasado, se escribió para enseñanza nuestra para que con la paciencia y el consuelo que dan las Escrituras mantengamos la esperanza” (Rm 15, 4). La Escritura nos transmite un mensaje de esperanza que nos lleva a testimoniarla en este tiempo de crisis. Es una esperanza que se apoya en la bondad y fidelidad de Dios manifestada en el don de su Hijo, Señor de la historia y del Espíritu que la guía.
La presencia de Cristo resucitado
El Reino ocupa un lugar central en la predicación de Jesús. Él enseña a sus discípulos a esperarlo, a darse cuenta de su presencia en la historia y a pedir que llegue.
En la oración del Padrenuestro se suplica: “venga tu Reino”. El programa de predicación que hace del Reino, Jesús lo presenta en la Sinagoga de Nazaret (Lc 4,18-19). Jesús invita a descubrir a Dios actuando para la realización de ese Reino en los signos de liberación que Él realiza. Libera de la esclavitud del pecado e invita a la conversión (Mc 1,15). Libera de la esclavitud de la ley: colocó el sábado a servicio del hombre (Mc 2,27). Libera de todas las divisiones creadas por las personas: la división entre prójimo y no prójimo (Lc 10,29-37); entre sagrado y profano: Dios puede ser adorado en cualquier lugar, mientras sea en espíritu y verdad y no sólo en el templo (Jn.4, 21-24; Mc.11, 15-17; Jn.2, 19).
En el anuncio del Reino, Jesús ejercita la esperanza. Lo proclama en las condiciones de la situación histórica concreta en la que vive. Dios introduce el Reino en esa realidad y éste tiene que abrirse paso poco a poco y a través de crisis. Jesús las experimenta a lo largo de su vida y vive la esperanza contra toda esperanza en la aceptación de los planes del Padre. Experimenta la oposición y el aparente fracaso de su proyecto. Asume realizarlo no con el poder sino en la impotencia. Detrás de cada crisis de la misión de Jesús aparece el Dios paciente; el Dios del presente y del futuro que deja crecer el trigo y la cizaña en la vida de cada uno y en la historia (Mt 13,29); el Dios creador y liberador que saca de la nada lo que existe: de la derrota, el triunfo, y de la muerte, la vida. Como los discípulos de Emaús podemos superar el pesimismo y la desesperanza cuando descubrimos la presencia de Cristo resucitado en la fracción del pan de la caridad concreta y eficaz.
La presencia y la acción del Espíritu
En todos estos motivos para esperar, a pesar de las grandes crisis por las que atraviesa el mundo, está la convicción que tenemos los cristianos de la presencia y de la acción del Espíritu como señor de la historia. Nosotros tenemos la certeza de ser conducidos por el Espíritu del Señor, que llena el universo. y, por eso, la Iglesia “procura discernir en los acontecimientos, exigencias y deseos, de los cuales participa juntamente con sus contemporáneos, los signos verdaderos de la presencia o de los planes de Dios” (9). Gaudium et Spes, hablando del desarrollo de la humanidad y de los cambios que se van operando en la historia del mundo, afirma que “el Espíritu de Dios, que con admirable providencia guía el curso de los tiempos y renueva la faz de la tierra, está presente en esta evolución” (10). “En consecuencia, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en forma de solo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual” (11).
Otra fuerte razón para vivir y testimoniar la esperanza es la convicción de que el Espíritu se hace presente en las culturas y religiones. Actúa concretamente también en la vida de los pueblos a través las “semillas del Verbo” que Él mismo coloca en ellas.
En cada una, en su modo de relacionarse con Dios, con los demás y con las cosas, el Espíritu se abre un camino para que las diversas espiritualidades y experiencias místicas guiadas por Él se encarnen en un determinado pueblo y en una determinada cultura, generalmente por medio de una religión o visión religiosa de la realidad.
La perspectiva esperanzadora del Apocalipsis
Otro motivo de esperanza lo encontramos en el Apocalipsis que describe la lucha entre el bien y el mal. Allí se nos dice que aparentemente triunfa éste, pero definitivamente triunfará el primero. En medio de la persecución, el cristiano debe vivir la esperanza con una actitud de paciencia perseverante, con la mirada puesta en la segunda venida del Señor, apoyado en la fe. Jesús vive resucitado y triunfante en el cielo. “Cuando la destrucción de la vida es tan intensa, el pueblo de Dios necesita de apocalipsis, de revelación, para tener claro dónde está Dios y dónde está el demonio en esta historia. La revelación va contra el ocultamiento; la revelación está contra la ideología. Lo que oculta el Imperio, la apocalíptica lo revela, pero lo revela a los pobres, a los oprimidos por el Imperio” (12)
El Apocalipsis es como la “sinfonía de un nuevo mundo”: cielos nuevos y tierra nueva (Ap 21,1). Al mismo tiempo orienta a los cristianos para que sepan interpretar y vivir su inserción en la historia, con sus interrogantes y sus penas, a la luz de la victoria definitiva de Cristo, sabiendo que “no tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos buscando la futura” (Hb 13,14).
CONCLUSIÓN
Esperar en un mundo de mayor paz, solidaridad, armonía, justicia puede parecer algo irrealizable. Pero se suele decir que la esperanza es el sueño de los que están despiertos. Dom Helder Cámara, profeta de nuestro tiempo, afirmaba: “dichosos vosotros que soñáis y lucháis porque correréis el dulce riesgo de ver realizado vuestro sueño”. Necesitamos aprender a descubrir los signos de esperanza siempre presentes por la acción del Espíritu. Y debemos hacerlo guiados por las enseñanzas de Jesús. En las tres parábolas sobre la semilla, que Marcos coloca en el capítulo cuarto de su evangelio, tenemos sintetizadas las actitudes que nos deben acompañar como creyentes, llamados a dar razón de nuestra esperanza (1 P 3,15). La primera parábola, la del sembrador, nos ayuda a comprender que sin nuestra colaboración responsable, la semilla de la Palabra no da fruto. En cambio, la parábola de la semilla que crece por sí sola, es una invitación a la confianza; a sembrar y despreocuparnos, porque es Dios quien hace crecer la simiente sea que velemos o sea que durmamos. La parábola del grano de mostaza nos invita a no desanimarnos por lo poco que podemos hacer. En la lógica del evangelio de lo pequeño surge lo grande. En conclusión: hay que abrir los ojos de la fe para percibir los motivos de esperanza que hemos señalado y otros muchos, y frente a ellos hay que actuar con responsabilidad y confianza, aceptando la lógica del evangelio, que no es la lógica humana. Entonces, el Dios de la esperanza nos llena de alegría y paz en la fe para que abundemos en esperanza por la fuerza del Espíritu Santo (cf. Rm 15,13).
*****
1 J. MOLTMANN, Teología de la esperanza, Sígueme, Salamanca, 1969; Esperanza y planificación del futuro. Sígueme, Salamanca, 1971.
2 Gaudium et Spes, 39.
3 Cf. II Parlamento de las religiones del mundo (Chicago, 1993), Hacia una ética mundial. Una
declaración inicial.
4 Cf. Documento de Aparecida, 65.
5 Ib. 66.
6 Cf. Apostolicamactuositatem, 4.
7 Cf. Proposiciones, n. 46.
8 Cf. Documento de Aparecida, 178.
9 Gaudium et Spes, 11.
10 Ib. 26.
11 Ib. 21.
12 P. RICHARD, Apocalíptica: Esperanca dos Pobres, RIBLA, 7 (1990/3) p. 6. Cit. en B. FERRARO, Función de la teología en medio de las crisis de referentes, de utopías y de esperanza, AA.VV. Teología y nuevos paradigmas, (Bilbao, 1999) pp. 204-
jueves, 17 de febrero de 2011
La Articulación Eclesial
Construyendo una red de comunidades
N°13, Abril de 2011
La Articulación Eclesial
VER
La Comunión Eclesial ha sido una de nuestras prioridades pastorales. Tan difícil hoy en día debido al fuerte individualismo que domina en general nuestra cultura. Cada una de las personas, pequeñas comunidades, grupos, movimientos, y todos los organismos eclesiales que participan en la pastoral parroquial y diocesana, ¿están en comunión? Los obispos en Aparecida percibieron una gran necesidad de la comunión al afirmar que “una urgencia pastoral de hoy es dar testimonio de comunión eclesial y santidad” (AP 368). ¿Por qué cree usted que se diga urgencia pastoral? Por otra parte, conviene preguntarnos: ¿Qué es la comunión? ¿Qué condiciones se requieren para lograr la comunión?
PENSAR
Si el documento de Aparecida nos decía que los lugares eclesiales para vivir la comunión son la diócesis, la parroquia, las comunidades eclesiales de base, las pequeñas comunidades y las conferencias episcopales (AP 164-183), esto significa que para vivir la comunión es necesario que todos las estructuras y organismos eclesiales estén incluidos y en articulación, es decir, en comunicación como paso previo a la organización y comunión.
San Pablo nos habla del símil del cuerpo (1 Corintios 12, 12-27) en el que nos hace ver la necesaria relación con los hermanos y de que todos son importantes en el cuerpo. Podemos decir que todos los bautizados somos importantes y tenemos una función, un servicio que ofrecer a los demás. En nuestras parroquias existen pequeñas comunidades misioneras pero no para que cada una camine aislada, sola, sino que se articulan entre sí para intercambiar, para planear diferentes acciones. Existe la comunidad de Jesús cuando cada persona participa activamente, poniendo sus talentos al servicio de los demás. Con la articulación se favorece la vida comunitaria.
En Hech 6, 1-7 se nos narra cómo la primera comunidad cristiana se organiza ante los problemas que van surgiendo. Podemos decir que la Iglesia se organiza para continuar la misión de Jesús y esto requiere de la articulación, de la unión y participación de sus miembros, lo que proporciona fuerza para llevar a cabo lo que nos proponemos. Cuando los esfuerzos y capacidades se unen se pueden superar las necesidades o problemáticas que se presenten.
En Jn 17, 21-22 vemos que Jesús oró insistentemente para que todos fuésemos uno. Él sabe que si nos unimos, resolveremos los problemas y necesidades que se nos presenten. Los grupos que existen en la parroquia, en la Iglesia, no deben estar separados o ser una pieza suelta del conjunto. Es necesario unirse y tener metas comunes.
La articulación nos permite conocer y encontrarnos con otros. Nos fortalece y nos enseña a trabajar en equipo, como una gran familia. Entre los frutos que podemos obtener de la articulación en sus diferentes niveles: local, regional, nacional, continental, podemos mencionar los siguientes:
--Contar con espacios de encuentro
--Formar polos de articulación, participación en temas de interés o problemáticas comunes.
--Compartir recursos, de manera especial los relativos a la formación.
--Ser fuente de apoyo eclesial de obispos, presbíteros, religios@s y laicos.
--Canalización a diversas instancias u organizaciones.
--La solidaridad con diversas luchas a favor del Reino de Dios.
ACTUAR
¿Qué tenemos que hacer para evitar una Iglesia desarticulada? ¿Qué tenemos que hacer para evitar una Iglesia centralizada? ¿Qué tenemos que hacer para evitar una Iglesia instalada en la comodidad?
¿Qué tenemos que hacer, y cómo, para mejorar la articulación en todos los niveles eclesiales, y en sus organismos pastorales, de manera que se favorezca la misión y la vivencia de la Iglesia de Jesús?
Agustín de Rem
Perfil pastoral de Monseñor Romero
Construyendo una red de comunidades
N° 13, Marzo de 2011
Perfil pastoral de
Monseñor Romero
Un mensaje para los jóvenes
Yahvé dijo: "He visto la humillación de mi pueblo en Egipto. He escuchado sus gritos cuando lo maltrataban sus mayordomos.
Yo conozco sus sufrimientos,
Y por esta razón estoy bajando, para librarlo
(Éxodo 3, 7-8)
Los jóvenes de hoy
En el ambiente en que vivo es frecuente oír que los jóvenes de hoy son unos vagos que ni estudian ni trabajan. Yo, por mi parte observo que la sociedad actual con los bajos salarios para los trabajadores, hace imposible que el padre de familia pueda costear las altas colegiaturas que exige la educación media y superior de sus hijos.
Es cierto que se les ofrecen oportunidades de trabajar, pero sólo por corto tiempo y cuando se les ofrece un trabajo estable, la remuneración es desventajosa para ellos.
Esta situación y su capacidad para el manejo de la tecnología los convierten fácilmente en presas del crimen organizado.
La situación de el Salvador en la época de Monseñor Romero
El Salvador en la década de 1970 fue una época llena de conflictos sociales efervescentes que desembocaría en una guerra civil debido a un sistema económico, social y político totalmente injusto, opresor y generador de muerte y lo peor del caso, cerrado al cambio.
La pobreza galopante afectó de modo particular a los campesinos y a los obreros.
En esta época sectores de la población comenzaron a organizarse de manera más comprometida con el cambio social y de este modo surgieron las organizaciones populares.
Rasgos pastorales de Monseñor Romero
Inspirado en la Constitución Pastoral “Iglesia y Mundo” del Concilio Vaticano II, Monseñor Romero se esforzó por impulsar una Iglesia con rostro nuevo al servicio del mundo, entendiendo que, como Jesús, su misión era evangelizar a los pobres.
Las palabras del Éxodo que encabezan este artículo le dieron nuevos ojos para ver la realidad. Ahí descubrió, como lo dijeran los Obispos en el documento de Puebla, los rostros sufrientes de Cristo, en particular los rostros de los campesinos y obreros.
Ahí encontró también a las organizaciones populares que luchaban a favor de una vida digna para la mayoría del pueblo salvadoreño.
Al acercarse al mundo de los pobres, Monseñor Romero se comprometió con la defensa de los pobres, como lo había indicado la Asamblea de Medellín.
Para realizarlo hizo denuncias fuertes, sobre todo en contra de la represión realizada por los militares. Las últimas palabras de su última homilía dominical, dirigiéndose a los militares fueron: “En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡Cese la represión...!”
Monseñor Romero utilizó como medio primordial de su opción por los pobres la homilía dominical en la que después de comentar sucesos de la semana, realizaba un estudio profundo de la Sagrada Escritura iluminando esa realidad.
Monseñor Romero se valió de la radio católica YSAX, mediante la cual su palabra llegaba a varios países del continente. Igualmente creó el Socorro jurídico del Arzobispado para la defensa de los derechos humanos.
Monseñor Romero decía: “La dimensión política de la fe no es otra cosa que la respuesta de la Iglesia a las exigencias del mundo real socio-político en que vive la Iglesia”.
Como Iglesia de Monterrey, al ponernos al servicio del mundo desde la opción por los pobres, nos encontramos con el rostro de los jóvenes. El ejemplo de Monseñor Romero nos impulsa a tomar su defensa exigiendo que haya para ellos oportunidad de estudiar, oportunidad de tener un empleo digno y bien remunerado, oportunidades de una sana recreación. Podríamos crear una comisión de derechos humanos de los jóvenes.
El ejemplo de Monseñor Romero nos impulsa a darle a nuestras homilías un enfoque bíblico y una profundidad que ayude al crecimiento integral de los jóvenes.
Como Monseñor Romero, sería bueno que hagamos uso de las tecnologías de la comunicación para acercarnos al mundo de los jóvenes y hablarles en su lenguaje.
Que el reflexionar sobre Monseñor Romero nos dé nuevos ojos para ver la realidad sufriente de los jóvenes.
Pbro. Cosme Carlos Ríos
martes, 15 de febrero de 2011
ZOMBIE
viernes, 11 de febrero de 2011
MANERAS DE SER IGLESIA
¿Una Iglesia instalada?
¿O una Iglesia articulada?