AMLO, ¿socialista del siglo XXI?
Hasta ahora, el Gobierno del presidente mexicano se ha mostrado bastante apartado de los proyectos de izquierda que marcaron a Latinoamérica durante los últimos 20 años
El triunfo electoral de Andrés Manuel López Obrador, el primer presidente de izquierda en la historia de la democracia mexicana, ha canalizado, por lo menos hasta ahora, una buena parte del descontento que en el resto de América Latina han generado las deudas políticas y sociales acumuladas tanto por la era neoliberal como por los límites y contradicciones de los regímenes bolivarianos. Este descontento se ha manifestado visiblemente mediante la reciente ola de protestas, movilizaciones y estallidos sociales que han marcado la vida política de la región durante el último año.
Al tratar de responder estas preguntas, un hecho resalta de inmediato: por diversas razones, resulta difícil clasificar a AMLO dentro de la perspectiva bolivariana. En lo que va de su administración, iniciada a finales de 2018, López Obrador ha favorecido una lógica de gobierno que ha estado alejada tanto de políticas de nacionalización de la economía como de posturas antiimperialistas militantes, ambos rasgos distintivos que caracterizaron a los regímenes de la “marea rosa”. AMLO ha adoptado en realidad ideas muy diferentes de las bolivarianas, tales como su defensa de la “austeridad republicana” (los recortes a los sueldos y gastos de la burocracia del sector público) como medio para financiar nuevos programas sociales, o su esfuerzo por preservar ciertos pilares del proceso de integración asimétrica de México con Estados Unidos (otorgando prioridad al sostenimiento del acuerdo de libre comercio con ese país) o incluso crear unos nuevos (como lo ha sido la adopción de una política migratoria punitiva y alineada con los intereses norteamericanos).
Más aún, el proyecto de López Obrador se ha mostrado, hasta ahora, bastante apartado de los rasgos más rescatables del legado de la “marea rosa”, como podrían ser, por ejemplo, el reconocimiento desde las instituciones democráticas de la pluralidad étnica y cultural de los pueblos latinoamericanos (el caso de Bolivia), la afirmación constitucional de la naturaleza como sujeto de derechos (el caso de Ecuador, cuya constitución consagró esta idea que podría ser la base de una nueva ecología política) y, especialmente, la búsqueda de una sinergia positiva entre el Estado y los movimientos sociales.
AMLO no representa entonces una nueva encarnación del “socialismo del siglo XXI” en un sentido bolivariano. Y habría que agregar que este sentido de la expresión está ahora ya caducado, como lo demuestra el hartazgo social frente a los fracasos de los gobiernos bolivarianos en las naciones que han tenido gobiernos de ese signo político. No obstante, dado el creciente ascenso de la desigualdad y la llegada de nuevas formas de exclusión ocasionadas por el cambio tecnológico y la globalización, hay una cuestión de fondo que sigue siendo relevante: ¿cuáles podrían ser los contornos de un socialismo “del siglo XXI”, es decir, uno que fuera realmente contemporáneo? Y aterrizando esta cuestión en la circunstancia latinomericana actual, ¿en qué medida las ideas y políticas de una figura como AMLO podría contribuir a la revitalización de ese proyecto?
Sin duda, un aspecto fundamental de cualquier programa para un socialismo contemporáneo debería ser la articulación de una postura frente a los flujos económicos globales y sus consecuencias en la sociedad. En esta área, la propuesta de AMLO se podría describir, en términos generales, como una reivindicación de la dimensión nacional de la política y la economía. Esta reivindicación se ha expresado en el plan de acelerar el crecimiento y la redistribución de la riqueza mediante medidas como el estímulo de la demanda interna, el fomento de la soberanía alimentaria y energética y la generación de redes de protección social, sobre todo mediante programas de transferencia de efectivo a grupos vulnerables. En el contexto de una globalización que ha relativizado la capacidad de acción de los gobiernos nacionales, con efectos muchas veces destructivos, políticas de este tipo sin duda pueden representar una opción legítima y contribuir a generar una sociedad más igualitaria. Sin embargo, y debido precisamente a la naturaleza internacional ineludible de una parte fundamental de los procesos económicos, este tipo de medidas son probablemente insuficientes para la reformulación de una nueva versión del socialismo adaptada a las condiciones del presente.
Esta insuficiencia hace resaltar una de las principales debilidades del proyecto del presidente mexicano: la ausencia de un discurso internacional. Como es bien sabido, AMLO ha insistido en repetidas ocasiones que “la mejor política exterior es una buena política interior”, pero en un mundo globalizado esta postura tiene límites evidentes. Si bien se puede contribuir a una sociedad más incluyente mediante políticas internas, lo cierto es que el efecto de largo plazo de esas políticas va a ser siempre incompleto si no se complementa con respuestas propiamente globales a los problemas de desigualdad. De hecho, la falta de una conciencia internacional por parte de López Obrador podría ser lo que explicaría, por ejemplo, el hecho de que su gobierno ha buscado no la ruptura sino la continuidad de los acuerdos de libre comercio con Norteamérica creados y negociados por los gobiernos neoliberales anteriores. A falta de un discurso propio, crítico, de izquierda, sobre lo global, AMLO se ha visto condicionado a heredar y mantener las políticas del pasado.
En el mismo sentido, la administración de López Obrador no ha mostrado interés en lo que debería ser uno de los aspectos esenciales de un auténtico y efectivo socialismo contemporáneo: la creación de una nueva infraestructura de instituciones regionales y globales que puedan contribuir a la puesta en práctica de políticas para afrontar los actuales desafíos transnacionales, como la desigualdad económica, la regulación de las tecnologías digitales o la crisis climática. Desde esta perspectiva, ¿qué podría significar entonces el anuncio hecho por AMLO acerca de que su gobierno representa el “fin de la era neoliberal”? Es difícil proclamar algo así si las políticas en el ámbito nacional no están acompañadas de políticas internacionales que aspiren a ser efectivas en el ámbito global, que es precisamente el espacio en el que se mueve el neoliberalismo y que lo hace tan difícil de regular o controlar.
De hecho, dada su importancia regional, con un gobierno de izquierda México podría tomar el relevo en uno de los proyectos más llamativos de la izquierda latinoamericana reciente: la construcción de nuevas instituciones internacionales (como lo fueron en su momento los foros y organismos de integración latinoamericana), e incluso llevarlo más allá, hacia una propuesta de reforma de las organizaciones internacionales ya existentes o la creación de nuevos institutos globales de cooperación en ámbitos como la regulación de las agencias calificadoras o el combate a la evasión fiscal. El fin del ciclo de la “marea rosada” ha puesto al gobierno de AMLO en un lugar que parece no querer ocupar: el de un liderazgo progresista internacional, una dimensión indispensable en un momento como el actual en el que la naturaleza de los problemas demanda inevitablemente ese tipo de aproximación.
Otra área en la que el gobierno de AMLO carece de una perspectiva realmente crítica e indispensable para la articulación de un socialismo adecuado a las demandas de la actualidad es el medioambiente. Muy alejado del impulso a las energías renovables o de iniciativas más radicales y novedosas para conciliar el bienestar colectivo con la preservación de la naturaleza y la igualdad social (como el decrecimiento o el “Green New Deal”), el proyecto de López Obrador ha puesto más bien el énfasis en una serie de “megaproyectos” de impacto ambiental incierto y probablemente nocivo, como el Tren Maya y el Corredor Transístmico. También ha hecho un particular hincapié en la explotación de los combustibles fósiles –los más contaminantes– mediante la construcción de nuevas refinerías y la entronización de Pemex, la compañía petrolera nacional, como “motor económico de México”. Una parte de estos planes se han justificado apelando a la lógica de la soberanía energética. Y, aunque ciertamente no se puede ignorar la geopolítica de la energía, muchos menos se puede ignorar la catástrofe climática y la probable contribución de estos proyectos a su intensificación.
Finalmente, un aspecto adicional y en especial inquietante del gobierno de AMLO es lo que por momentos parece ser un marcado desinterés por los movimientos sociales. Como lo muestra su rechazo a recibir y dialogar con los representantes de la Marcha por la Paz, la reciente movilización de las víctimas de la violencia encabezada por Javier Sicilia y Julián LeBarón, López Obrador parece mantener en ocasiones una actitud de indiferencia, incluso desdén, frente al activismo social independiente. El lopezobradorismo parece no darse cuenta de que el triunfo democrático de un proyecto político de izquierda no tiene por qué implicar una pausa del dinamismo cívico ni de la autonomía de los movimientos sociales como generadores de nuevos temas, demandas y horizontes. Y es que, para tener éxito en tanto gobierno de izquierda con ambiciosos proyectos igualitarios, para llegar a acercarse a la propuesta de un socialismo verdaderamente contemporáneo, el proyecto de AMLO en realidad precisa de más, y no menos, exigencias y apremio por parte de la sociedad.
Humberto Beck es profesor e investigador del Centro de Estudios Internacionales de El Colegio de México. Es autor de Otra modernidad es posible: el pensamiento de Iván Illich y co-editor de El futuro es hoy: ideas radicales para México. Su libro más reciente es The Moment of Rupture: Historical Consciousness in Interwar German Thought. @humbertobeck
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