lunes, 21 de noviembre de 2011

ADVIENTO2011, HILO1: Tejiendo alianzas por la paz (MPF2012)

HILO 1
Tejiendo alianzas por la paz


VER
La creación gime dolores de parto:
una realidad de violencia estructural que interpela nuestros corazones

Vivimos en México uno de los momentos más dolorosos de nuestra historia, caracterizado por una violencia e inseguridad estructurales, cuyas raíces más profundas son la pobreza y la desigualdad generadas por un modelo económico y político que ha sumido a nuestra nación en una absurda situación de guerra que ha cobrado la vida de más de 50 mil personas los últimos tres años.

Este agravamiento social, de dimensiones insostenibles para la sobrevivencia cotidiana de la población a lo largo y ancho del territorio nacional, ha sido detonado en gran medida por la estrategia militar impulsada desde el gobierno federal en un supuesto combate al crimen organizado, pero, lejos de arrojar resultados positivos, ha provocado más muertes sobre todo de gente inocente.

En una carta de los obispos católicos mexicanos, Exhortación Pastoral de los Obispos al Pueblo de México con motivo de la violencia en el país “Que en Cristo Nuestra Paz, México tenga Vida Digna”, de febrero de 2010, se realiza precisamente un análisis de la realidad en clave de inseguridad y violencia, confirmando que las situaciones ya mencionadas no son “hechos aislados o infrecuentes”, sino que se trata “de una situación que se ha vuelto habitual, estructural, que tiene distintas manifestaciones y en la que participan diversos agentes” (n. 10).

También señala que las causas profundas de esta crisis de inseguridad y violencia, son principalmente “la desigualdad y la exclusión social, la pobreza, el desempleo, los bajos salarios, la discriminación, la migración forzada y los niveles inhumanos de vida, exponen a la violencia a muchas personas: por la irritación social que implican; por hacerlas vulnerables ante las propuestas de actividades ilícitas y porque favorecen, en quienes tienen dinero, la corrupción y el abuso de poder” (n. 28).

Otro de los factores principales de que los graves problemas sociales que hoy vivimos no estén en vías de solución adecuada, ha sido colocado por algunos expertos en el hecho de que la estrategia de seguridad del gobierno federal tenga la militarización como único camino de combate al crimen organizado, careciendo de una visión integral, que considere la desigualdad y la pobreza y que vaya acorde a las dimensiones de la problemática.

Si sumamos a ello que la clase política falta continuamente a su compromiso con la sociedad ante la indignante situación de desastre nacional, ya que legisla a su beneficio y mina cada vez más nuestras instituciones democráticas; y que la publicidad en los medios masivos de comunicación está orientada a favorecer los intereses de un pequeño grupo de poder y a desvirtuar la defensa pacífica de los derechos humanos; nos hallamos en una gran encrucijada, que no puede mantenernos inertes.

Sobre todo, cuando lo anterior apunta a una clara intención de nuestras autoridades de entregar el territorio y la soberanía nacional, mediante la privatización y la militarización que ocasiona la creciente pérdida de libertades individuales y colectivas.

No vale más el argumento de que la violencia es un hecho aislado, propio de algunos lugares allá muy lejos de nuestra cotidianidad. NO es verdad. La realidad es totalmente otra y dura: la violencia y la guerra existen como el componente esencial de nuestra cultura, y afecta todos los estratos de nuestra vida. Por ello, mucho menos debe valer el argumento de que, como la violencia no me afecta, entonces no me siento responsable de ayudar a quienes son víctimas de ella. La indiferencia es quizás una de las formas más sutiles y certeras de violencia. Ante esta realidad vale preguntarnos:

  ¿Cómo se manifiesta en nuestra localidad o comunidad este escenario presentado?
  ¿Cuáles son sus causas más visibles? ¿Y las invisibles? ¿Quiénes son los responsables?
  ¿Qué papel jugamos nosotros/as en la violencia estructural? ¿Somos víctimas? ¿Victimarios? ¿Indiferentes?


PENSAR
La paz esté con ustedes (Jn 14:27):
inspirándonos en un evangelio que nos compromete con la paz y la justicia

Desde la fe, la realidad ya descrita, tal vez nos provoque sentimientos encontrados: un mal sabor de boca por el silencio o complicidad de las estructuras religiosas con la estrategia de guerra del Estado; muchas preguntas que se hacen a las religiones, preguntas que quedan sin respuesta o con desafortunadas posturas anti-éticas. Bien recuerda el teólogo Pablo Richard que los pobres ya no luchan hoy solamente contra las clases opresoras y sus mecanismos de explotación, sino también contra los fetiches e ídolos de opresión del sistema dominante, donde se da incluso la justificación religiosa de la guerra, donde los dioses exigen el sacrificio humano de gente inocente para alcanzar purificación y salvación. Es una fe perversa la que aún sostiene esto. ¿Qué le pasa a las religiones y sus prominentes líderes? ¿Cuándo el inocente, a quien deben proteger a toda costa, se convirtió en el costo de la liberación? ¿Qué le pasa al Estado que sacraliza la guerra y a sus ejércitos?

Tenemos que apostar, en cambio, por otra fe, aquella que hoy puebla los corazones de muchas y muchos, ante el hartazgo de la violencia y la impunidad. Una fe (religiosa y no) en lo humano, en la paz, en otro camino posible libre de violencia. Esa fe sostiene el camino y el caminar de las y los hacedores de paz, e invita a despertar del letargo o del miedo, que nos arrincona, nos esconde del otro y al otro. No podemos justificar la violencia tanto como no podemos permanecer impasibles ante ella. Desde la fe, hemos de sentirnos convocadas y convocados, interpelados, a tomar postura y sumarnos a la paz como camino de reconciliación nacional, reconciliación de unos con otros, para salir de la apatía (que significa la negación del sufrimiento propio o ajeno) y sumar esfuerzos.

Hoy la fe y la esperanza se tornan fundamentales, sea que profesemos una creencia u otra, o ninguna; nada nos exenta de ser humanos, hermanas y hermanos. El caminar empieza, y no habrá un final deseado sin el apoyo de todas y todos.

En el corazón de este camino está el evangelio judeo-cristiano: la No-violencia activa, la certeza de que no hay camino para la paz, sino la paz es el camino (M. Gandhi). Es un cambio de paradigma hacia el sentido común que nos dice que no se puede hacer la paz a partir de la guerra y la violencia, y que no podemos responder a las provocaciones con violencia, pues significaría sumirnos en la interminable espiral del “ojo por ojo, diente por diente”. Antes anteponer el saludo de paz: el Shalom que es paz y vida digna y justa para todas y todos, incluidos nuestros enemigos.

Frente a la tentación de la violencia, el Evangelio propone la alternativa de la paz, que puede tomar muchas formas y que en la praxis de Jesús significa el acuerpamiento (ponernos cuerpo a cuerpo, acercamiento entrañable) de las comunidades como acompañamiento de nuestras soledades (consuelo) y aislamientos provocados por el miedo. La experiencia de la violencia y el sufrimiento humano debe tocar nuestro corazón de piedra y hacerlo corazón de carne y animarnos a caminar por el camino de la paz.

Es un reclamo legítimo el que hacen los familiares de 50 mil víctimas cuando preguntan: ¿donde están más de 100 millones de mexicanos y mexicanas? Y es nuestra responsabilidad cristiana responder, no sólo personalmente, sino hacer todo lo posible para que la voz de las víctimas rompan el silencio impuesto al tema de la guerra y a sus consecuencias en la vida cotidiana de miles y millones de personas. No puede seguir negándose una realidad que devasta el país.

Nuestra respuesta sensible al dolor humano, es hoy una promesa que le hacemos al mundo, un don necesario que nadie puede exigir, sólo otorgar voluntariamente y así recuperar nuestra humanidad perdida.

¿Qué podemos hacer al respecto, cuando además parece que vivimos en una sociedad mexicana indolente e indiferente ante el dolor y la pobreza ajenos? Aquí tenemos un enorme reto, un largo y arduo camino por recorrer. ¿Dónde están? Ha sido la pregunta recurrente de muchas y muchos que han perdido a sus hijos, hijas, hermanos, hermanas, padres, madres, compañeras, compañeros. ¿Dónde están nuestros desaparecidos, dónde los culpables, dónde las autoridades, dónde la justicia…? Y ¿dónde está la sociedad? ¿Dónde la solidaridad con lo humano?

Podríamos añadir, ¿dónde están las iglesias?, cuya misión precisamente, además del consuelo y alivio del dolor humano, es ser abogadas de la justicia. ¿Dónde está la fe comprometida con la dignidad? ¿Dónde una fe activa que no cierra los ojos ante el pueblo que ha caído a un lado del camino, herido de muerte por criminales y sus encubridores? Siendo más de 100 millones de personas que dicen profesar una fe en nuestro país, ¿por qué el abandono de las causas de la justicia?

La realidad de sufrimiento, como venas abiertas que no sanan sino se abren más y más, ¿nos va a mantener impasibles?, ¿temerosos?, ¿indiferentes? Más que nunca estamos invitadas e invitados a la reflexión profunda y ética, sobre lo humano, sobre la fragilidad, sobre la miseria, sobre la corrupción de la que formamos parte, si no nos oponemos abiertamente a ella.

Como recuerda el pastor metodista César Pérez, a propósito de la Caravana por la Paz que recorrió el norte del país, los días 4 al 11 de junio de 2011, llevando consuelo y esperanza:

"Nuestra presencia como cristianos se vuelve realidad cuando como personas asumimos la responsabilidad de unirnos en solidaridad con aquellos que sufren violencia. El Reino de Dios lo construyen los valientes y, valientes son los que recorren los caminos de México llevando el mensaje de paz con justicia que nos animan a mantener viva la fe y la esperanza..."

Esta presencia (cristiana y no, de fe, atea, agnóstica… pero profundamente humana) puede ser el comienzo de una nueva historia y un nuevo rumbo para nuestro país, y requiere la participación de todas y todos.


ACTUAR
Bienaventuradas/os las y los que trabajan por la paz (Mt 5,9)

En un pronunciamiento de las iglesias ante la situación de violencia nos convence de que “el cambio que requiere el país debe iniciarse al interior de la persona reconociendo toda forma de violencia en lo cotidiano y comprometiéndonos a erradicarla en nuestra familia, en la pareja, en el trabajo, en la sociedad; con acciones afirmativas y expansivas, como las hondas provocadas por la piedra en el agua, que logran transformar la realidad desde la fe, desde la relación profunda con el Señor de la historia y en íntima relación con los más pobres, con las víctimas, mis hermanos y hermanas”. (Posicionamiento de las iglesias por la paz, 12 de septiembre de 2011.)

Los acontecimientos de creciente inhumanidad, violencia y dolor que padecemos las y los mexicanos sacuden nuestra conciencia y atizan el corazón. Con la fuerza del amor, la verdad y la justicia, mujeres y hombres de fe de este país podemos ser agentes de paz, promotores de la concordia y la reconciliación. ¿Qué acciones concretas podemos hacer ante estos sucesos que constriñen el espíritu y amenazan la integridad de tantos y tantas compatriotas?

Ante este vacío en el estado de derecho y la incapacidad del Estado para asegurar el bienestar de la población, son los sectores más vulnerados quienes hoy reinventan salidas y dan respuesta a la violencia institucionalizada en el país. Sobre la base de la singular experiencia de la espiritualidad de la liberación, con la cual se han alimentado las luchas, muchos cristianos y cristianas en el continente y en el mundo, pero que también ha entrado en diálogo y fusión con otras espiritualidades: autóctonas, orientales, filosóficas, políticas… muchos movimientos, grupos, procesos se inspiran para una transformación en perspectiva de paz por la justicia, y desde la base hacia la transformación estructural de nuestras sociedades.

Siguiendo este itinerario, estamos llamados y llamadas a ser iglesias por la paz, reconocer con humildad y autocrítica que no hemos realizado nuestra misión evangelizadora con la fuerza y energía que hoy la situación amerita; y comprometernos a trabajar públicamente por la justicia, la verdad y el amor en el camino de la no-violencia y la resistencia civil pacífica.

El evangelio nos convoca a que, con creatividad y entusiasmo, entre otras cosas:
ü  Coloquemos por delante de nuestras acciones la defensa del oprimido y de las víctimas de la violencia en nuestro país, como sujetos activos de transformación.
ü  Nuestro anuncio, y sobre todo nuestras acciones por la paz salgan de la comodidad de nuestros templos y sean escuchados en las plazas públicas, que llegue a todas las gentes en todos los rincones del país.
ü  Desde el profetismo, la fe, la espiritualidad que nos comprometamos a hacer del Evangelio una acción para la paz que nazca de la justicia.
ü  Exijamos desde ya una reforma política integral por parte del gobierno, que atienda a la verdadera causa de la inseguridad y la violencia en nuestro país, que es la injusticia social y económica.
ü  Asumamos el firme compromiso de emprender acciones conjuntas, organizadas, como iglesias y personas de fe, para que la justicia y la paz se besen en nuestro adolorido territorio mexicano (Sal 85,10).

  ¿Qué acciones concretas nos sugiere este itinerario, para nuestro barrio, comunidad, pueblo?
  ¿Qué causas conocemos en lo local, regional nacional que trabajan por la paz?
  ¿Con quiénes podemos y tenemos que aliarnos para hacer posible la paz que nazca de la justicia?

Oración pública por la paz
Tras haber reflexionado sobre la necesidad de aliarnos por la paz; convoquemos al mayor número de personas, iglesias, comunidades, grupos de fe, jóvenes a un acto público de denuncia de la violencia y anuncio de la paz. Con actividades culturales, alternativas, reflexivas, para encontrar más y más caminos de paz.

Puede concluirse el acto recitando todas y todos juntos la siguiente oración por la paz:

Renueva tu paz en medio de tu pueblo

Queremos pedirte
paz para aquellos que lloran en silencio;
paz para los que no pueden hablar;
paz cuando parece que todo perece.

Renueva tu paz en medio de tu pueblo.

En medio de la ira, la violencia y el desencanto,
de las guerras y la destrucción de la tierra:
muéstranos, en esta oscuridad, tu luz.

Renueva tu paz en medio de tu pueblo.

Queremos pedirte
paz para aquellos que alzan su voz en reclamo;
paz cuando muchos no la quieran escuchar;
paz mientras hallamos el camino y a la justicia.

Renueva tu paz en medio de tu pueblo.

(Imagina la Paz, Celebraciones, 2009, Consejo Mundial de Iglesias)

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