UN AÑO DEL PAPA FRANCISCO
Víctor Codina sj
El Pbro. Victor Codina nos acerca el artículo “Un año del Papa
Francisco”, donde nos invita a reflexionar sobre el nuevo clima
pastoral, los gestos, el retomar el impulso del Concilio Vaticano II.
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Un viaje en helicóptero que cambió la historia
El 28 de
febrero de 2013, Benedicto XVI abandonaba el Vaticano en helicóptero para
dirigirse a Castelgandolfo. Comenzaba así en la Iglesia católica el tiempo
llamado Sede vacante que concluyó el 13 de marzo de 2013 con la elección de
Jorge Mario Bergoglio como Papa Francisco.
Pero este viaje
de Benedicto XVI a Castelgandolfo no solo cerraba su pontificado, ni
significaba solo un relevo en el Vaticano, sino que iba a suponer un profundo
cambio eclesial.
Para comprender esta afirmación nos hemos de
remontar al tiempo de Juan XXIII y a la
convocatoria del concilio Vaticano II en 1959. El Vaticano II (1962-1965) significó el “réquiem del
Constantinismo”, es decir la superación del estilo de Iglesia de Cristiandad
vigente desde el siglo IV y que se reforzó y consolidó en tiempo de Gregorio
VII: una Iglesia convertida en una gran institución clerical, centralizada
desde Roma, cerrada al mundo, única áncora de salvación, una especie de gran
pirámide monárquica y vertical, triunfalista y dominadora.
El Vaticano II ofrece otra imagen de Iglesia,
Pueblo de Dios, que camina con toda la humanidad hacia el Reino de Dios, que
respeta la libertad religiosa y reconoce que el Espíritu del Señor guía no solo
a la Iglesia católica sino a todas las Iglesias cristianas y a todas las
religiones y a todos pueblos hacia la
salvación. De ahí nació el talante misericordioso, esperanzador y dialogante
del Vaticano II, frente al dogmatismo intransigente e inquisitorial de la
Iglesia Cristiandad. Fue un verdadero Pentecostés, como Juan XXIII había
deseado y pedido.
Pero este concilio inaugurado por Juan XXIII y
clausurado por Pablo VI pronto suscitó sospechas, reacciones contrarias y
miedos. Se criticaron los abusos y exageraciones cometidos en nombre del
concilio, se temía una pérdida de la identidad eclesial, preocupaba que se
pudiese llegar a una ruptura y división eclesial, se añoraba la vieja y
tradicional Iglesia de Cristiandad, la Iglesia de las catedrales y de las Sumas
teológicas…
Esto explica que los
últimos años del pontificado de Pablo VI (algunos creen que ya desde la
publicación de la encíclica Humanae vitae
sobre “la píldora” en 1968) y sobre todo en los pontificados de Juan Pablo II y
Benedicto XVI, se realizara una lectura y una hermenéutica del Vaticano II más
en continuidad con la tradición anterior que con la novedad y aggiornamento que había impulsado el
buen Papa Juan.
Desde entonces el impulso conciliar se diluyó y se frenó en todas sus
direcciones (liturgia, ecumenismo, colegialidad episcopal, autonomía de las Iglesias
locales, responsabilidad laical, profetismo de la vida religiosa, nuevos signos
de los tiempos, nuevas teologías, inculturación…) y se
pasó de la primavera conciliar al invierno eclesial.
Sin duda Juan Pablo II tuvo un gran dinamismo
geopolítico y quería reformar la Iglesia e implantar el concilio, pero
manteniendo inalterada la doctrina y la estructura eclesial existente. No es
casual que el Papa polaco formase parte del grupo minoritario del Vaticano II
que disentía de muchas de las propuestas conciliares y
defendía la llamada “línea cracoviense”. Ratzinger por su parte,
respaldó teológicamente el pontificado
de Juan Pablo II y una vez elegido pontífice como Benedicto XVI buscó sin duda una renovación
eclesial pero desde una
filosofía y una teología tan ortodoxas y racionales que cerraban el camino a
una real innovación en la Iglesia.
Sería falso deducir de lo anterior que el Vaticano
II no produjo frutos positivos, aun en medio del invierno eclesial. Como sería
falso creer que en época de Cristiandad
no hubo grandes elementos de vida y santidad. El Espíritu no deja de
vivificar siempre la Iglesia y suscita continuamente movimientos de reforma y
de vuelta al evangelio: nunca en la Iglesia han faltado santos y santas,
profetas y místicos, reformadores y renovadores. Pero no se puede ocultar que
las consecuencias eclesiales de la postura neoconservadora del posconcilio han
sido funestas. Benedicto XVI, comentando el
episodio evangélico de la tempestad calmada, confesaba:
“También hoy la barca de la Iglesia con el viento
contrario de la historia, navega por el océano agitado del tiempo. Se tiene con
frecuencia la impresión de que está para hundirse. Pero el Señor está presente”[1].
En realidad no era solo el viento adverso de la
historia el que zarandeaba la barca eclesial, sino la misma estructura de la
barca, muy pesada y con muchas hendiduras. Si a esto se añaden los abusos
sexuales del clero y los escándalos económicos de la Banca Vaticana, se
comprenderá el descrédito a que había llegado la Iglesia y el éxodo creciente
de fieles que abandonaron la Iglesia. No es extraño que Benedicto XVI con gran
humildad, realismo y valentía renunciase y afirmase: “Ya no tengo más fuerzas”.
Los gestos simbólicos del Papa
Francisco
El nuevo Papa Francisco, antes de pronunciar
discursos y de escribir encíclicas ha ido realizado una serie de gestos
simbólicos de gran carga significativa que han sido fácilmente captados por
todo el mundo y han sido ampliamente
difundidos por los MCS.
Estos gestos han ido cambiando el ambiente eclesial
dominante, han acercado la Iglesia al mundo de hoy y han suscitado la esperanza
de una nueva primavera eclesial: se proclama simplemente Obispo de Roma, asume el nombre de Francisco el poverello
de Asís que quería reparar la Iglesia, pide oraciones por él al pueblo, besa a un niño
discapacitado y abraza a un hombre con la cara totalmente deformada, el jueves
santo lava los pies a una joven musulmana de una prisión, come en Asís con
niños con síndrome de Down, va a la isla de Lampedusa en su primer viaje fuera
de Roma, y lanza una corona de flores amarillas y blancas en memoria de los
emigrantes fallecidos, convoca una jornada mundial de oración de ayuno para la paz en Siria interpelado
fuertemente por los rostros de los niños muertos por armas químicas, usa sus
zapatos viejos en vez de los zapatos rojos de su antecesor, no vive en los
Palacios Apostólicos Vaticanos sino en la residencia de Santa Marta, viaja por
Roma en un sencillo y pequeño coche utilitario para no escandalizar a la gente
de los barrios periféricos populares, contesta a las preguntas de un periodista
no creyente, invita a Santa Marta a rabinos de Argentina, regala unos zapatitos
al nieto de Cristina Fernández de Kirschner, recibe a Gustavo Gutiérrez el
padre de la teología de la liberación, lleva un ramo de flores a la tumba del
P. Pedro Arrupe, invita para su cumpleaños a cuatro mendigos, visita favelas en
Río y hogares de migrantes africanos en Roma……Estas “florecillas del
Papa Francisco”, como las “florecillas de Juan XXIII”, han sido fácilmente
entendidas por el pueblo.
Los expertos en semiótica resaltan el valor
significativo de los gestos simbólicos, que van más allá de las palabras pues
los símbolos siempre dan qué pensar. Esto es cierto, pero al margen de esta
explicación semiótica, hay otra razón más profunda que explica este cambio de
receptividad eclesial y mundial: estos gestos simbólicos de Francisco tienen un
profundo sabor evangélico, huelen a evangelio, a Jesús de Nazaret. Por esto, no
solo sus gestos sino sus mismas palabras son acogidas ahora de una forma nueva.
Lo que Francisco dice y hace no es otra cosa que
traducir el evangelio al mundo de hoy: está más
preocupado del hambre del mundo que de los problemas intraeclesiales, afirma
que más que centrarse obsesivamente en problemas morales hay que anunciar la gran alegría de la
salvación que viene de Jesús, sueña que la Iglesia sea una Iglesia pobre y de
los pobres.
Poco a poco ha ido añadiendo a los gestos
simbólicos mensajes de gran contenido pastoral desde sus homilías cotidianas en
la capilla de Santa Marta hasta la
Exhortación apostólica Evangelii gaudium,
Sobre el anuncio del evangelio en el mundo actual. Si Juan Pablo II y
Benedicto XVI eran profesores de universidad, Francisco es ante todo pastor,
como Juan XXIII.
Ha cambiado totalmente el clima pastoral, hay un
aire nuevo venido esta vez del Sur, “del fin del mundo”, del mundo de los
pobres. Los gestos y palabras de Francisco no son fruto de una improvisación sino
consecuencia de su trabajo pastoral en Buenos Aires, de su contacto con el
pueblo, con las villas miserias, con los curas “villeros”. Ha cambiado también
el clima eclesial, hay alegría y entusiasmo entre los fieles, hay expectativa y
sorpresa en los ambientes sociales y políticos que le han nombrado el hombre
del año, 2013 ha sido el año del Papa Francisco.
La Iglesia del Papa Francisco
Después de un año
¿cuál es el balance del pontificado de Francisco, cuál es la imagen de
Iglesia de Francisco que se va dibujando? ¿Cuáles son los rasgos de la Iglesia
según Francisco? Presentemos un pequeño decálogo.
1. De una
Iglesia poderosa, distante, fría, acartonada, miedosa, reaccionaria, de la cual la gente se aleja y
se va… a una Iglesia pobre, sencilla,
cercana, acogedora, sincera, realista, que promueve la cultura del encuentro
y de la ternura. El nuevo obispo de Roma, Francisco se reconoce pecador y pide oraciones;
recuerda que la Iglesia necesita una conversión y una continua reforma
evangélica, una reforma a lo Francisco de Asís.
2. De una Iglesia moralista obsesionada por el aborto, el control de
natalidad, el matrimonio homosexual… a
una Iglesia que va a lo
esencial, que se centra en Jesucristo contemplado y adorado, recupera el
evangelio, anuncia la gran buena noticia de la salvación en Cristo, pues Jesús
es lo único que atrae; quiere difundir el olor del evangelio de Jesús, pide a
los jóvenes que no se avergüencen de ser cristianos, que pongan a Jesucristo en
el centro de su vida, la fe en Jesucristo es cosa seria, no una fe
descafeinada. No puede ser un cristianismo de meras devociones sin Jesús. El
Papa, como Pedro, no tiene oro ni plata pero trae lo más valioso: Jesucristo,
él es la única riqueza. Pero un Jesucristo muerto y resucitado, no hay que
quedarse en el sepulcro, no ser cristianos de cuaresma sin Pascua… La alegría
del evangelio llena el corazón de todos los que se encuentran con Jesús.
3. De una Iglesia centrada en el pecado y que ha
hecho una tortura del sacramento de la confesión y ha convertido la petición de
sacramentos en una aduana inquisitorial…a una Iglesia de la misericordia de
Dios, de la ternura, de la compasión, con entrañas maternales, que refleje la
misericordia del Padre, una Iglesia ante todo hospital de campaña que cure heridas de
emergencia, que cuide la creación, en la que los sacramentos son para todos, no
solo para los perfectos. La convocatoria de un Sínodo sobre la familia y la
encuesta que ha enviado sobre temas pastorales acuciantes como la situación de
los divorciados vueltos a casar, la unión de homosexuales, las relaciones
prematrimoniales, el matrimonio a prueba, el control de natalidad y el
magisterio sobre moral sexual…indica que hay un deseo de ampliar el campo de la
misericordia y extenderlo a todas las situaciones conflictivas.
4. De una Iglesia centrada en ella misma,
autorreferencial, preocupada por el proselitismo…a una Iglesia
de los pobres preocupada ante todo del dolor y del sufrimiento humano, de la
guerra, del hambre, del paro juvenil, de los ancianos, donde los últimos sean los primeros, donde no se pueda servir a Dios y al dinero; una Iglesia
profética, libre ante los poderes de este mundo; en Evangelii gaudium afirma que el actual sistema económico basado en la idolatría del dinero es injusto,
pues enriquece a unos pocos y convierte
a una gran mayoría en masas sobrantes, es un sistema excluyente que mata; por
esto lanza un “no” a una economía de exclusión, un “no” a la nueva idolatría
del dinero, un “no” al dinero que gobierna en lugar de servir, un “no” a la
inequidad que genera violencia. En Lampedusa critica la actitud de los países
ricos ante los emigrantes africanos y asiáticos, muchos de los cuales mueren en
el intento de llegar a las costas europeas: es una vergüenza, vivimos en la
burbuja del consumo y con el corazón anestesiado ante el sufrimiento ajeno; en
Brasil les dice a los jóvenes que hagan lío y sean revolucionarios en busca de
un mundo mejor y más justo; afirma que las confesiones religiosas del mundo deben aunarse para
resolver el problema del hambre y de la falta de educación...
5. De una Iglesia encerrada en sí misma, reliquia
del pasado, con tendencia a mirarse el ombligo, con sabor a invernadero, que
espera que vengan los otros… a una Iglesia que sale a la calle, “callejea la
fe”, va los márgenes sociales y existenciales, a las fronteras, a los que están lejos, aun
con riesgo de tener accidentes; no teme una Iglesia minoritaria
y pequeña, con tal que sea semilla y levadura, que abra caminos nuevos,
que vaya sin miedo a servir, una Iglesia a la intemperie, que sale a las
cunetas del mundo, una Iglesia en estado de misión.
6. De una Iglesia que discrimina a los que piensan diferente, a los
diversos, a los otros… a una Iglesia que
respeta a los que siguen su propia conciencia, a
las otras religiones, a los ateos, a los homosexuales, dialoga con no
creyentes, con judíos, nuestros hermanos mayores, una Iglesia de puertas abiertas, atenta a los
nuevos signos de los tiempos.
7. De una Iglesia con tendencia restauracionista y
de vuelta atrás que añora el pasado…a una Iglesia que considera que el Vaticano II es irreversible,
que hay que implementar sus intuiciones sobre la colegialidad, evitar el centralismo y el autoritarismo en
el gobierno, caminar en medio de las diferencias. El mismo título de Obispo de
Roma es un refrendo a la colegialidad episcopal, a la colegialidad con sus
hermanos obispos. El Papa reconoce que no tiene la respuesta a todas las
cuestiones, que hay que reformar el Papado, que hay que dar responsabilidad a
los laicos, dar mayor protagonismo a la mujer, desclericalizar la Iglesia, pues
el clericalismo no es cristiano.
8. De una Iglesia con pastores encerrados en sus
parroquias, clérigos de despacho, que buscan hacer carrera, que están en el
laboratorio y a veces acaban siendo
coleccionistas de antigüedades, con obispos siempre en aeropuertos … a pastores que huelan a oveja,
que caminen delante, detrás y en medio del pueblo; el carrerismo es la lepra
del Papado, la curia es vaticano-céntrica y fácilmente traslada su visión al
mundo.
9. De una Iglesia envejecida, triste, con gente con
cara de cadáver o con sonrisas de azafata… a una Iglesia
joven y alegre, levadura y fermento en la sociedad, con la alegría y la
libertad del Espíritu, con luz y transparencia, sin nada que ocultar, con flores en la ventana y olor de hogar,
donde los jóvenes sean protagonistas, pues son como las niñas de los
ojos de la Iglesia.
10. De una Iglesia ONG piadosa, clerical, machista,
monolítica, narcisista,…a una Iglesia
Casa y Pueblo de Dios, mesa más que estrado, que respete la diversidad, donde
jueguen un papel relevante los laicos, las mujeres, las familias. Es la Iglesia de Aparecida, de
discípulos y misioneros para que
nuestros pueblos en Cristo tengan vida, una casa eclesial donde reina la
alegría.
En
realidad, después de un año de su gestión pastoral como Obispo de Roma podemos
afirmar que con Francisco se ha retomado el Vaticano II que había quedado de
algún modo silenciado y aparcado. No inventa nada nuevo, reasume
el impulso pentecostal del Vaticano II. La Iglesia del Papa Francisco en el
fondo es la Iglesia del Vaticano II, la misma Iglesia que soñó Juan XXIII y que
hasta ahora había sido fuertemente frenada y diluida. Vuelve a renacer una
primavera eclesial.
No es casual que Bergoglio provenga de América Latina, una Iglesia que recibió el
Vaticano II con gran creatividad y profundidad: la Iglesia de Medellín y
Aparecida, la Iglesia con algunos obispos verdaderos Santos Padres de la
Iglesia de los pobres -como Helder Cámara y Romero-, la Iglesia de las comunidades
de base, de la Biblia devuelta al pueblo, la Iglesia de la profunda religiosidad
popular de los pobres, la Iglesia de laicos comprometidos con la justicia y
con la pastoral, la Iglesia de una vida religiosa inserta entre los pobres, la
Iglesia de numerosos mártires asesinados por defender la fe y la
justicia.
Cuestionamientos e interrogantes
Es mucho lo que ha realizado el Papa Francisco en
su primer año de pontificado, pero es mucho lo que queda por hacer todavía. Le toca a Francisco llevar a
término cuestiones que el concilio inició pero no llegó a concretar, como el modo de elección de los obispos, hacer que los sínodos
sean no solo consultivos sino deliberativos, favorecer la autonomía y
responsabilidad de las Iglesias locales…
Y afrontar lo que el Vaticano II no trató pero que son tareas y desafíos
urgentes: reforma del papado y de la curia, abandono de la jefatura del
Estado Vaticano, cambiar el modo de elección del Papa, revisión de la
estructura de cardenales y nuncios, abandonar el episcopado honorífico y sin
diócesis real de los dirigentes de los dicasterios de la curia, repensar el
papel de la mujer en la Iglesia, promover la ordenación de hombres casados,
revisar la moral sexual y matrimonial,
la pastoral con los divorciados vueltos a casar, el problema de la homosexualidad, la relación
con los teólogos, asumir el gran desafío ecológico…
Añadamos a lo anterior la necesidad de responder a
la problemática religiosa y espiritual que surge del nuevo contexto
socio-cultural, científico y técnico del mundo de hoy, del nuevo tiempo axial
que está apareciendo con paradigmas que rompen los esquemas religiosos
provenientes del neolítico- centrados en el sacerdote, el altar y el
sacrificio-, reaccionar ante las nuevas formas de espiritualidad y de
agnosticismo, etc. Hoy el problema ya no es, como en el Vaticano II, preguntar
“Iglesia ¿qué dices de ti misma”, sino “Iglesia, ¿qué dices acerca del misterio
de Dios?”
¿Podrá un solo hombre llevar a cabo estas reformas tan necesarias y
urgentes? ¿No es excesiva carga para el primado de Pedro? ¿No debería ser una
tarea colegial de todos los obispos, más aún de toda la Iglesia? ¿No es el
mismo Francisco el que nos pide que todos seamos “audaces y creativos”?
Hay que afirmar que es una ilusión el pensar que
las reformas y cambios eclesiales solo vienen de arriba. La historia nos enseña
que las grandes transformaciones de la Iglesia (como también de la
sociedad…) han surgido desde abajo, desde donde
ordinariamente actúa el Espíritu: desde los laicos, desde los pobres, desde las mujeres, desde la gente
marginada. A todos nos toca renovar y
reformar la Iglesia desde el evangelio, convirtiéndonos a Jesús de
Nazaret y a su Reino. Sin la cooperación e iniciativa de la base, la Iglesia no
podrá cambiar nunca.
Mientras agradecemos al Señor por el gran don del
Papa Francisco que devolvió la alegría a la Iglesia, estemos dispuestos a
colaborar en la renovación de la Iglesia. El Papa Francisco ya nos ha abierto
el camino.
…