sábado, 28 de junio de 2014

UN AÑO DEL PAPA FRANCISCO (Víctor Codina sj)

UN AÑO DEL PAPA FRANCISCO
                                                                                     Víctor Codina sj

El Pbro. Victor Codina nos acerca el artículo “Un año del Papa Francisco”, donde nos invita a reflexionar sobre el nuevo clima pastoral, los gestos, el retomar el impulso del Concilio Vaticano II.
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Un viaje en helicóptero que cambió la historia

El 28 de febrero de 2013, Benedicto XVI abandonaba el Vaticano en helicóptero para dirigirse a Castelgandolfo. Comenzaba así en la Iglesia católica el tiempo llamado Sede vacante que concluyó el 13 de marzo de 2013 con la elección de Jorge Mario Bergoglio como Papa Francisco.

Pero este viaje de Benedicto XVI a Castelgandolfo no solo cerraba su pontificado, ni significaba solo un relevo en el Vaticano, sino que iba a suponer un profundo cambio eclesial.

Para comprender esta afirmación nos hemos de remontar  al tiempo de Juan XXIII y a la convocatoria del concilio Vaticano II en 1959. El Vaticano II  (1962-1965) significó el “réquiem del Constantinismo”, es decir la superación del estilo de Iglesia de Cristiandad vigente desde el siglo IV y que se reforzó y consolidó en tiempo de Gregorio VII: una Iglesia convertida en una gran institución clerical, centralizada desde Roma, cerrada al mundo, única áncora de salvación, una especie de gran pirámide monárquica y vertical, triunfalista y dominadora.

El Vaticano II ofrece otra imagen de Iglesia, Pueblo de Dios, que camina con toda la humanidad hacia el Reino de Dios, que respeta la libertad religiosa y reconoce que el Espíritu del Señor guía no solo a la Iglesia católica sino a todas las Iglesias cristianas y a todas las religiones y a todos  pueblos hacia la salvación. De ahí nació el talante misericordioso, esperanzador y dialogante del Vaticano II, frente al dogmatismo intransigente e inquisitorial de la Iglesia Cristiandad. Fue un verdadero Pentecostés, como Juan XXIII había deseado y pedido.

Pero este concilio inaugurado por Juan XXIII y clausurado por Pablo VI pronto suscitó sospechas, reacciones contrarias y miedos. Se criticaron los abusos y exageraciones cometidos en nombre del concilio, se temía una pérdida de la identidad eclesial, preocupaba que se pudiese llegar a una ruptura y división eclesial, se añoraba la vieja y tradicional Iglesia de Cristiandad, la Iglesia de las catedrales y de las Sumas teológicas…

Esto explica que los últimos años del pontificado de Pablo VI (algunos creen que ya desde la publicación de la encíclica Humanae vitae sobre “la píldora” en 1968) y sobre todo en los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI, se realizara una lectura y una hermenéutica del Vaticano II más en continuidad con la tradición anterior que con la novedad y aggiornamento que había impulsado el buen Papa Juan.

Desde entonces el impulso conciliar se diluyó y se frenó en todas sus direcciones (liturgia, ecumenismo, colegialidad episcopal, autonomía de las Iglesias locales, responsabilidad laical, profetismo de la vida religiosa, nuevos signos de los tiempos, nuevas teologías, inculturación…)  y se  pasó de la primavera conciliar al invierno eclesial.

Sin duda Juan Pablo II tuvo un gran dinamismo geopolítico y quería reformar la Iglesia e implantar el concilio, pero manteniendo inalterada la doctrina y la estructura eclesial existente. No es casual que el Papa polaco formase parte del grupo minoritario del Vaticano II que disentía de muchas de las propuestas conciliares y defendía la llamada “línea cracoviense”. Ratzinger por su parte, respaldó  teológicamente el pontificado de Juan Pablo II y una vez elegido pontífice como Benedicto XVI buscó sin duda una renovación eclesial pero desde una filosofía y una teología tan ortodoxas y racionales que cerraban el camino a una real innovación en la Iglesia.

Sería falso deducir de lo anterior que el Vaticano II no produjo frutos positivos, aun en medio del invierno eclesial. Como sería falso creer que en época de Cristiandad  no hubo grandes elementos de vida y santidad. El Espíritu no deja de vivificar siempre la Iglesia y suscita continuamente movimientos de reforma y de vuelta al evangelio: nunca en la Iglesia han faltado santos y santas, profetas y místicos, reformadores y renovadores. Pero no se puede ocultar que las consecuencias eclesiales de la postura neoconservadora del posconcilio han sido funestas. Benedicto XVI, comentando el episodio evangélico de la tempestad calmada, confesaba:
“También hoy la barca de la Iglesia con el viento contrario de la historia, navega por el océano agitado del tiempo. Se tiene con frecuencia la impresión de que está para hundirse. Pero el Señor está presente”[1].

En realidad no era solo el viento adverso de la historia el que zarandeaba la barca eclesial, sino la misma estructura de la barca, muy pesada y con muchas hendiduras. Si a esto se añaden los abusos sexuales del clero y los escándalos económicos de la Banca Vaticana, se comprenderá el descrédito a que había llegado la Iglesia y el éxodo creciente de fieles que abandonaron la Iglesia. No es extraño que Benedicto XVI con gran humildad, realismo y valentía renunciase y afirmase: “Ya no tengo más fuerzas”.

Los gestos simbólicos del Papa  Francisco

El nuevo Papa Francisco, antes de pronunciar discursos y de escribir encíclicas ha ido realizado una serie de gestos simbólicos de gran carga significativa que han sido fácilmente captados por todo el mundo y han sido  ampliamente difundidos por  los MCS.

Estos gestos han ido cambiando el ambiente eclesial dominante, han acercado la Iglesia al mundo de hoy y han suscitado la esperanza de una nueva primavera eclesial: se proclama simplemente  Obispo de Roma, asume el nombre de Francisco el poverello de Asís que quería reparar la Iglesia, pide oraciones por él al pueblo, besa a un niño discapacitado y abraza a un hombre con la cara totalmente deformada, el jueves santo lava los pies a una joven musulmana de una prisión, come en Asís con niños con síndrome de Down, va a la isla de Lampedusa en su primer viaje fuera de Roma, y lanza una corona de flores amarillas y blancas en memoria de los emigrantes fallecidos, convoca una jornada mundial de oración  de ayuno para la paz en Siria interpelado fuertemente por los rostros de los niños muertos por armas químicas, usa sus zapatos viejos en vez de los zapatos rojos de su antecesor, no vive en los Palacios Apostólicos Vaticanos sino en la residencia de Santa Marta, viaja por Roma en un sencillo y pequeño coche utilitario para no escandalizar a la gente de los barrios periféricos populares, contesta a las preguntas de un periodista no creyente, invita a Santa Marta a rabinos de Argentina, regala unos zapatitos al nieto de Cristina Fernández de Kirschner, recibe a Gustavo Gutiérrez el padre de la teología de la liberación, lleva un ramo de flores a la tumba del P. Pedro Arrupe, invita para su cumpleaños a cuatro mendigos, visita favelas en Río y hogares de migrantes africanos en Roma……Estas “florecillas del Papa Francisco”, como las “florecillas de Juan XXIII”, han sido fácilmente entendidas por el pueblo.

Los expertos en semiótica resaltan el valor significativo de los gestos simbólicos, que van más allá de las palabras pues los símbolos siempre dan qué pensar. Esto es cierto, pero al margen de esta explicación semiótica, hay otra razón más profunda que explica este cambio de receptividad eclesial y mundial: estos gestos simbólicos de Francisco tienen un profundo sabor evangélico, huelen a evangelio, a Jesús de Nazaret. Por esto, no solo sus gestos sino sus mismas palabras son acogidas ahora de una forma nueva.

Lo que Francisco dice y hace no es otra cosa que traducir el evangelio al mundo de hoy: está más preocupado del hambre del mundo que de los problemas intraeclesiales, afirma que más que centrarse obsesivamente en problemas morales  hay que anunciar la gran alegría de la salvación que viene de Jesús, sueña que la Iglesia sea una Iglesia pobre y de los pobres.
Poco a poco ha ido añadiendo a los gestos simbólicos mensajes de gran contenido pastoral desde sus homilías cotidianas en la capilla de Santa Marta  hasta la Exhortación apostólica Evangelii gaudium, Sobre el anuncio del evangelio en el mundo actual. Si Juan Pablo II y Benedicto XVI eran profesores de universidad, Francisco es ante todo pastor, como Juan XXIII.

Ha cambiado totalmente el clima pastoral, hay un aire nuevo venido esta vez del Sur, “del fin del mundo”, del mundo de los pobres. Los gestos y palabras de Francisco no son fruto de una improvisación sino consecuencia de su trabajo pastoral en Buenos Aires, de su contacto con el pueblo, con las villas miserias, con los curas “villeros”. Ha cambiado también el clima eclesial, hay alegría y entusiasmo entre los fieles, hay expectativa y sorpresa en los ambientes sociales y políticos que le han nombrado el hombre del año, 2013 ha sido el año del Papa Francisco.

La Iglesia del Papa Francisco 

Después de un año  ¿cuál es el balance del pontificado de Francisco, cuál es la imagen de Iglesia de Francisco que se va dibujando? ¿Cuáles son los rasgos de la Iglesia según Francisco? Presentemos un pequeño decálogo.

1.      De una Iglesia poderosa, distante, fría, acartonada, miedosa, reaccionaria, de la cual la gente se aleja y se  va… a una Iglesia pobre, sencilla, cercana, acogedora, sincera, realista, que promueve la cultura del encuentro y de la ternura. El nuevo obispo de Roma, Francisco se reconoce pecador y pide oraciones; recuerda que la Iglesia necesita una conversión y una continua reforma evangélica, una reforma a lo Francisco de Asís.

2. De una Iglesia moralista obsesionada por el aborto, el control de natalidad, el  matrimonio homosexual… a una Iglesia que va a lo esencial, que se centra en Jesucristo contemplado y adorado, recupera el evangelio, anuncia la gran buena noticia de la salvación en Cristo, pues Jesús es lo único que atrae; quiere difundir el olor del evangelio de Jesús, pide a los jóvenes que no se avergüencen de ser cristianos, que pongan a Jesucristo en el centro de su vida, la fe en Jesucristo es cosa seria, no una fe descafeinada. No puede ser un cristianismo de meras devociones sin Jesús. El Papa, como Pedro, no tiene oro ni plata pero trae lo más valioso: Jesucristo, él es la única riqueza. Pero un Jesucristo muerto y resucitado, no hay que quedarse en el sepulcro, no ser cristianos de cuaresma sin Pascua… La alegría del evangelio llena el corazón de todos los que se encuentran con Jesús.

3. De una Iglesia centrada en el pecado y que ha hecho una tortura del sacramento de la confesión y ha convertido la petición de sacramentos en una aduana inquisitorial…a una Iglesia de la misericordia de Dios, de la ternura, de la compasión, con entrañas maternales, que refleje la misericordia del Padre, una Iglesia ante todo hospital de campaña que cure heridas de emergencia, que cuide la creación, en la que los sacramentos son para todos, no solo para los perfectos. La convocatoria de un Sínodo sobre la familia y la encuesta que ha enviado sobre temas pastorales acuciantes como la situación de los divorciados vueltos a casar, la unión de homosexuales, las relaciones prematrimoniales, el matrimonio a prueba, el control de natalidad y el magisterio sobre moral sexual…indica que hay un deseo de ampliar el campo de la misericordia y extenderlo a todas las situaciones conflictivas. 

4. De una Iglesia centrada en ella misma, autorreferencial, preocupada por el proselitismo…a una Iglesia de los pobres preocupada ante todo del dolor y del sufrimiento humano, de la guerra, del hambre, del paro juvenil, de los ancianos,  donde los últimos sean los primeros, donde no se pueda servir a Dios y al dinero; una Iglesia profética, libre ante los poderes de este mundo; en Evangelii gaudium afirma que el actual sistema económico  basado en la idolatría del dinero es injusto, pues  enriquece a unos pocos y convierte a una gran mayoría en masas sobrantes, es un sistema excluyente que mata; por esto lanza un “no” a una economía de exclusión, un “no” a la nueva idolatría del dinero, un “no” al dinero que gobierna en lugar de servir, un “no” a la inequidad que genera violencia. En Lampedusa critica la actitud de los países ricos ante los emigrantes africanos y asiáticos, muchos de los cuales mueren en el intento de llegar a las costas europeas: es una vergüenza, vivimos en la burbuja del consumo y con el corazón anestesiado ante el sufrimiento ajeno; en Brasil les dice a los jóvenes que hagan lío y sean revolucionarios en busca de un mundo mejor y más justo; afirma que las confesiones religiosas del mundo deben aunarse para resolver el problema del hambre y de la falta de educación...

5. De una Iglesia encerrada en sí misma, reliquia del pasado, con tendencia a mirarse el ombligo, con sabor a invernadero, que espera que vengan los otros… a una Iglesia que sale a la calle, “callejea la fe”, va los márgenes sociales y existenciales, a las fronteras, a los que están lejos, aun con riesgo de tener accidentes; no teme una Iglesia minoritaria y pequeña, con tal que sea semilla y levadura, que abra caminos nuevos, que vaya sin miedo a servir, una Iglesia a la intemperie, que sale a las cunetas del mundo, una Iglesia en estado de misión.

6. De una Iglesia que discrimina a los que piensan diferente, a los diversos, a los otros… a una Iglesia que  respeta a los que siguen su propia conciencia, a las otras religiones, a los ateos, a los homosexuales, dialoga con no creyentes, con judíos, nuestros hermanos mayores, una  Iglesia de puertas abiertas, atenta a los nuevos signos de los tiempos.

7. De una Iglesia con tendencia restauracionista y de vuelta atrás que añora el pasado…a una Iglesia que considera que el Vaticano II es irreversible, que hay que implementar sus intuiciones sobre la colegialidad,  evitar el centralismo y el autoritarismo en el gobierno, caminar en medio de las diferencias. El mismo título de Obispo de Roma es un refrendo a la colegialidad episcopal, a la colegialidad con sus hermanos obispos. El Papa reconoce que no tiene la respuesta a todas las cuestiones, que hay que reformar el Papado, que hay que dar responsabilidad a los laicos, dar mayor protagonismo a la mujer, desclericalizar la Iglesia, pues el clericalismo no es cristiano.

8. De una Iglesia con pastores encerrados en sus parroquias, clérigos de despacho, que buscan hacer carrera, que están en el laboratorio y a veces acaban siendo coleccionistas de antigüedades, con obispos siempre en aeropuertos … a pastores que huelan a oveja, que caminen delante, detrás y en medio del pueblo; el carrerismo es la lepra del Papado, la curia es vaticano-céntrica y fácilmente traslada su visión al mundo.

9. De una Iglesia envejecida, triste, con gente con cara de cadáver o con sonrisas de azafata… a una Iglesia joven y alegre, levadura y fermento en la sociedad, con la alegría y la libertad del Espíritu, con luz y transparencia, sin nada que ocultar,  con flores en la ventana y olor de hogar, donde los jóvenes sean protagonistas, pues son como las niñas de los ojos de la Iglesia.

10. De una Iglesia ONG piadosa, clerical, machista, monolítica,  narcisista,…a una Iglesia Casa y Pueblo de Dios, mesa más que estrado, que respete la diversidad, donde jueguen un papel relevante los laicos, las mujeres, las familias. Es la Iglesia de Aparecida, de discípulos y misioneros  para que nuestros pueblos en Cristo tengan vida, una casa eclesial donde reina la alegría.

En realidad, después de un año de su gestión pastoral como Obispo de Roma podemos afirmar que con Francisco se ha retomado el Vaticano II que había quedado de algún modo silenciado y aparcado. No inventa nada nuevo, reasume el impulso pentecostal del Vaticano II. La Iglesia del Papa Francisco en el fondo es la Iglesia del Vaticano II, la misma Iglesia que soñó Juan XXIII y que hasta ahora había sido fuertemente frenada y diluida. Vuelve a renacer una primavera eclesial.

No es casual que Bergoglio provenga de América Latina, una Iglesia que recibió el Vaticano II con gran creatividad y profundidad: la Iglesia de Medellín y Aparecida, la Iglesia con algunos obispos verdaderos Santos Padres de la Iglesia de los pobres -como Helder Cámara y Romero-, la Iglesia de las comunidades de base, de la Biblia devuelta al pueblo, la Iglesia de la profunda religiosidad popular de los pobres, la Iglesia de laicos comprometidos con la justicia y con la pastoral, la Iglesia de una vida religiosa inserta entre los pobres, la Iglesia de numerosos mártires asesinados por defender la fe y la justicia.

Cuestionamientos e interrogantes

Es mucho lo que ha realizado el Papa Francisco en su primer año de pontificado, pero es mucho lo que queda por hacer todavía. Le toca a Francisco llevar a término cuestiones que el concilio inició pero no llegó a concretar, como el modo de elección de los obispos, hacer que los sínodos sean no solo consultivos sino deliberativos, favorecer la autonomía y responsabilidad  de las Iglesias locales

Y afrontar lo que el Vaticano II no trató pero que son tareas y desafíos urgentes: reforma del papado y de la curia, abandono de la jefatura del Estado Vaticano, cambiar el modo de elección del Papa, revisión de la estructura de cardenales y nuncios, abandonar el episcopado honorífico y sin diócesis real de los dirigentes de los dicasterios de la curia, repensar el papel de la mujer en la Iglesia, promover la ordenación de hombres casados, revisar la moral  sexual y matrimonial, la pastoral con los divorciados vueltos a casar, el  problema de la homosexualidad, la relación con los teólogos, asumir el gran desafío ecológico…

Añadamos a lo anterior la necesidad de responder a la problemática religiosa y espiritual que surge del nuevo contexto socio-cultural, científico y técnico del mundo de hoy, del nuevo tiempo axial que está apareciendo con paradigmas que rompen los esquemas religiosos provenientes del neolítico- centrados en el sacerdote, el altar y el sacrificio-, reaccionar ante las nuevas formas de espiritualidad y de agnosticismo, etc. Hoy el problema ya no es, como en el Vaticano II, preguntar “Iglesia ¿qué dices de ti misma”, sino “Iglesia, ¿qué dices acerca del misterio de Dios?”  

¿Podrá un solo hombre llevar  a cabo estas reformas tan necesarias y urgentes? ¿No es excesiva carga para el primado de Pedro? ¿No debería ser una tarea colegial de todos los obispos, más aún de toda la Iglesia? ¿No es el mismo Francisco el que nos pide que todos seamos “audaces y creativos”?

Hay que afirmar que es una ilusión el pensar que las reformas y cambios eclesiales solo vienen de arriba. La historia nos enseña que las grandes transformaciones de la Iglesia (como también de la sociedad…) han surgido desde abajo, desde donde ordinariamente actúa el Espíritu: desde los laicos, desde los  pobres, desde las mujeres, desde la gente marginada. A todos nos toca renovar y  reformar la Iglesia desde el evangelio, convirtiéndonos a Jesús de Nazaret y a su Reino. Sin la cooperación e iniciativa de la base, la Iglesia no podrá cambiar nunca.

Mientras agradecemos al Señor por el gran don del Papa Francisco que devolvió la alegría a la Iglesia, estemos dispuestos a colaborar en la renovación de la Iglesia. El Papa Francisco ya nos ha abierto el camino.




[1] J.Ratzinger-Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, vol  II, Madrid 2011, pág 330

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