Entrevista al papa Francisco: "La secesión de una
nación hay que tomarla con pinzas"
"Nuestro sistema
económico mundial ya no se aguanta", dice el Obispo de Roma |"No soy ningún
iluminado; no traje bajo el brazo ningún proyecto personal", asegura |"Descartamos toda
una generación por mantener un sistema que no es bueno", opina respecto a
los jóvenes parados
HENRIQUE CYMERMAN | VATICANO
Enviado especial
13/06/2014
“Los cristianos
perseguidos son una preocupación que me toca de cerca como pastor. Sé muchas
cosas de persecuciones que no me parece prudente contarlas aquí para no ofender
a nadie. Pero en algún sitio está prohibido tener una Biblia o enseñar
catecismo o llevar una cruz... Lo que sí quiero dejar claro una cosa: estoy
convencido de que la persecución contra los cristianos hoy es más fuerte que en
los primeros siglos de la Iglesia. Hoy hay más cristianos mártires que en
aquella época. Y no es por fantasía, es por números".
El papa Francisco nos
recibió el pasado lunes en el Vaticano –un día después de la oración
por la paz con los presidentes de Israel y Palestina– para esta entrevista
en exclusiva con "La Vanguardia". El Papa estaba contento de haber
hecho todo lo posible por el entendimiento entre israelíes y palestinos.
La violencia en nombre
de Dios domina Oriente Medio.
Es una contradicción. La
violencia en nombre de Dios no se corresponde con nuestro tiempo. Es algo
antiguo. Con perspectiva histórica hay que decir que los cristianos, a veces,
la hemos practicado. Cuando pienso en la guerra de los Treinta Años, era
violencia en nombre de Dios. Hoy es inimaginable, ¿verdad? Llegamos, a veces, por
la religión a contradicciones muy serias, muy graves. El fundamentalismo, por
ejemplo. Las tres religiones tenemos nuestros grupos fundamentalistas, pequeños
en relación a todo el resto.
¿Y qué opina del
fundamentalismo?
Un grupo
fundamentalista, aunque no mate a nadie, aunque no le pegue a nadie, es
violento. La estructura mental del fundamentalismo es violencia en nombre de
Dios.
Algunos dicen de usted
que es un revolucionario.
Deberíamos llamar a la
gran Mina Mazzini, la cantante italiana, y decirle “prendi questa mano,
zinga" y que me lea el pasado, a ver qué (risas). Para mí, la gran
revolución es ir a las raíces, reconocerlas y ver lo que esas raíces tienen que
decir el día de hoy. No hay contradicción entre revolucionario e ir a las
raíces. Más aún, creo que la manera para hacer verdaderos cambios es la
identidad. Nunca se puede dar un paso en la vida si no es desde atrás, sin
saber de dónde vengo, qué apellido tengo, qué apellido cultural o religioso
tengo.
Usted ha roto muchos
protocolos de seguridad para acercarse a la gente.
Sé que me puede pasar
algo, pero está en manos de Dios. Recuerdo que en Brasil me habían preparado un
papamóvil cerrado, con vidrio, pero yo no puedo saludar a un pueblo y decirle
que lo quiero dentro de una lata de sardinas, aunque sea de cristal. Para mí
eso es un muro. Es verdad que algo puede pasarme, pero seamos realistas, a mi
edad no tengo mucho que perder.
¿Por qué es importante
que la Iglesia sea pobre y humilde?
La pobreza y la humildad
están en el centro del Evangelio y lo digo en un sentido teológico, no
sociológico. No se puede entender el Evangelio sin la pobreza, pero hay que
distinguirla del pauperismo. Yo creo que Jesús quiere que los obispos no seamos
príncipes, sino servidores.
¿Qué puede hacer la
Iglesia para reducir la creciente desigualdad entre ricos y pobres?
Está probado que con la comida que sobra podríamos alimentar a la gente que tiene hambre. Cuando usted ve fotografías de chicos desnutridos en diversas partes del mundo se agarra la cabeza, no se entiende. Creo que estamos en un sistema mundial económico que no es bueno. En el centro de todo sistema económico debe estar el hombre, el hombre y la mujer, y todo lo demás debe estar al servicio de este hombre. Pero nosotros hemos puesto al dinero en el centro, al dios dinero. Hemos caído en un pecado de idolatría, la idolatría del dinero. La economía se mueve por el afán de tener más y, paradójicamente, se alimenta una cultura del descarte. Se descarta a los jóvenes cuando se limita la natalidad. También se descarta a los ancianos porque ya no sirven, no producen, es clase pasiva… Al descartar a los chicos y a los ancianos, se descarta el futuro de un pueblo porque los chicos van a tirar con fuerza hacia adelante y porque los ancianos nos dan la sabiduría, tienen la memoria de ese pueblo y deben pasarla a los jóvenes. Y ahora también está de moda descartar a los jóvenes con la desocupación. A mí me preocupa mucho el índice de paro de los jóvenes, que en algunos países supera el 50%. Alguien me dijo que 75 millones de jóvenes europeos menores de 25 años están en paro. Es una barbaridad. Pero descartamos toda una generación por mantener un sistema económico que ya no se aguanta, un sistema que para sobrevivir debe hacer la guerra, como han hecho siempre los grandes imperios. Pero como no se puede hacer la Tercera Guerra Mundial, entonces se hacen guerras zonales. ¿ Y esto qué significa? Que se fabrican y se venden armas, y con esto los balances de las economías idolátricas, las grandes economías mundiales que sacrifican al hombre a los pies del ídolo del dinero, obviamente se sanean. Este pensamiento único nos quita la riqueza de la diversidad de pensamiento y por lo tanto la riqueza de un diálogo entre personas. La globalización bien entendida es una riqueza. Una globalización mal entendida es aquella que anula las diferencias. Es como una esfera, con todos los puntos equidistantes del centro. Una globalización que enriquezca es como un poliedro, todos unidos pero cada cual conservando su particularidad, su riqueza, su identidad, y esto no se da.
Está probado que con la comida que sobra podríamos alimentar a la gente que tiene hambre. Cuando usted ve fotografías de chicos desnutridos en diversas partes del mundo se agarra la cabeza, no se entiende. Creo que estamos en un sistema mundial económico que no es bueno. En el centro de todo sistema económico debe estar el hombre, el hombre y la mujer, y todo lo demás debe estar al servicio de este hombre. Pero nosotros hemos puesto al dinero en el centro, al dios dinero. Hemos caído en un pecado de idolatría, la idolatría del dinero. La economía se mueve por el afán de tener más y, paradójicamente, se alimenta una cultura del descarte. Se descarta a los jóvenes cuando se limita la natalidad. También se descarta a los ancianos porque ya no sirven, no producen, es clase pasiva… Al descartar a los chicos y a los ancianos, se descarta el futuro de un pueblo porque los chicos van a tirar con fuerza hacia adelante y porque los ancianos nos dan la sabiduría, tienen la memoria de ese pueblo y deben pasarla a los jóvenes. Y ahora también está de moda descartar a los jóvenes con la desocupación. A mí me preocupa mucho el índice de paro de los jóvenes, que en algunos países supera el 50%. Alguien me dijo que 75 millones de jóvenes europeos menores de 25 años están en paro. Es una barbaridad. Pero descartamos toda una generación por mantener un sistema económico que ya no se aguanta, un sistema que para sobrevivir debe hacer la guerra, como han hecho siempre los grandes imperios. Pero como no se puede hacer la Tercera Guerra Mundial, entonces se hacen guerras zonales. ¿ Y esto qué significa? Que se fabrican y se venden armas, y con esto los balances de las economías idolátricas, las grandes economías mundiales que sacrifican al hombre a los pies del ídolo del dinero, obviamente se sanean. Este pensamiento único nos quita la riqueza de la diversidad de pensamiento y por lo tanto la riqueza de un diálogo entre personas. La globalización bien entendida es una riqueza. Una globalización mal entendida es aquella que anula las diferencias. Es como una esfera, con todos los puntos equidistantes del centro. Una globalización que enriquezca es como un poliedro, todos unidos pero cada cual conservando su particularidad, su riqueza, su identidad, y esto no se da.
¿Le preocupa el
conflicto entre Catalunya y España?
Toda división me
preocupa. Hay independencia por emancipación y hay independencia por secesión.
Las independencias por emancipación, por ejemplo, son las americanas, que se
emanciparon de los estados europeos. Las independencias de pueblos por secesión
es un desmembramiento, a veces es muy obvio. Pensemos en la antigua Yugoslavia.
Obviamente, hay pueblos con culturas tan diversas que ni con cola se podían
pegar. El caso yugoslavo es muy claro, pero yo me pregunto si es tan claro en
otros casos, en otros pueblos que hasta ahora han estado juntos. Hay que
estudiar caso por caso. Escocia, la Padania, Catalunya Habrán casos que serán
justos y casos que no serán justos, pero la secesión de una nación sin un
antecedente de unidad forzosa hay que tomarla con muchas pinzas y analizarla
caso por caso.
La oración por la paz
del domingo no fue fácil de organizar ni tenía precedentes en Oriente Medio ni
en el mundo. ¿Cómo se sintió usted?
Sabe que no fue fácil
porque usted estaba en el ajo y se le debe gran parte del logro. Yo sentía que
era algo que se nos escapa a todos. Acá, en el Vaticano, un 99% decía que no se
iba a hacer y después el 1% fue creciendo. Yo sentía que nos veíamos empujados
a una cosa que no se nos había ocurrido y que, poco a poco, fue tomando cuerpo.
No era para nada un acto político –eso lo sentí de entrada– sino que era un
acto religioso: abrir una ventana al mundo.
¿Por qué eligió
meterse en el ojo del huracán que es Oriente Medio?
El verdadero ojo del
huracán, por el entusiasmo que había, fue la Jornada Mundial de la Juventud de
Río de Janeiro el año pasado. A Tierra Santa decidí ir porque el presidente
Peres me invitó. Yo sabía que su mandato terminaba esta primavera, así que me
vi obligado, de alguna manera, a ir antes. Su invitación precipitó el viaje. Yo
no tenía pensando hacerlo.
¿Por qué es importante
para todo cristiano visitar Jerusalén y Tierra Santa?
Por la revelación. Para
nosotros, todo empezó ahí. Es como “el cielo en la tierra”, un adelanto de lo
que nos espera en el más allá, en la Jerusalén celestial.
Usted y su amigo el
rabino Skorka se abrazaron frente al muro de las Lamentaciones. ¿Qué
importancia ha tenido este gesto para la reconciliación entre cristianos y
judíos?
Bueno, en el Muro
también estaba mi buen amigo el profesor Omar Abu, presidente del Instituto del
Diálogo Interreligioso de Buenos Aires. Quise invitarlo. Es un hombre muy
religioso, padre de dos hijos. También es amigo del rabino Skorka y los quiero
a los dos un montón, y quise que esta amistad entre los tres se viera como un
testimonio.
Me dijo hace un año
que “dentro de cada cristiano hay un judío”.
Quizá lo más correcto
sería decir que “usted no puede vivir su cristianismo, usted no puede ser un
verdadero cristiano, si no reconoce su raíz judía”. No hablo de judío en el
sentido semítico de raza sino en sentido religioso. Creo que el diálogo
interreligioso tiene que ahondar en esto, en la raíz judía del cristianismo y
en el florecimiento cristiano del judaísmo. Entiendo que es un desafío, una
papa caliente, pero se puede hacer como hermanos. Yo rezo todos los días el
oficio divino con los salmos de David. Los 150 salmos los pasamos en una
semana. Mi oración es judía, y luego tengo la eucaristía, que es cristiana.
¿Cómo ve el
antisemitismo?
No sabría explicar por
qué se da, pero creo que está muy unido, en general, y sin que sea una regla
fija, a las derechas. El antisemitismo suele anidar mejor en las corrientes
políticas de derecha que de izquierda, ¿no? Y aún continúa. Incluso tenemos
quien niega el holocausto, una locura.
Uno de sus proyectos
es abrir los archivos del Vaticano sobre el holocausto.
Traerán mucha luz.
Traerán mucha luz.
¿Le preocupa alguna
cosa que pueda descubrirse?
En este tema lo que me
preocupa es la figura de Pío XII, el papa que lideró la Iglesia durante la
Segunda Guerra Mundial. Al pobre Pío XII le han tirado encima de todo. Pero hay
que recordar que antes se lo veía como el gran defensor de los judíos. Escondió
a muchos en los conventos de Roma y de otras ciudades italianas, y también en
la residencia estival de Castel Gandolfo. Allí, en la habitación del Papa, en
su propia cama, nacieron 42 nenes, hijos de los judíos y otros perseguidos allí
refugiados. No quiero decir que Pío XII no haya cometido errores –yo mismo
cometo muchos–, pero su papel hay que leerlo según el contexto de la época.
¿Era mejor, por ejemplo, que no hablara para que no mataran más judíos, o que
lo hiciera? También quiero decir que a veces me da un poco de urticaria
existencial cuando veo que todos se la toman contra la Iglesia y Pío XII, y se
olvidan de las grandes potencias. ¿Sabe usted que conocían perfectamente la red
ferroviaria de los nazis para llevar a los judíos a los campos de
concentración? Tenían las fotos. Pero no bombardearon esas vías de tren. ¿Por
qué? Sería bueno que habláramos de todo un poquito.
¿Usted se siente aún
como un párroco o asume su papel de cabeza de la Iglesia?
La dimensión de párroco es la que más muestra mi vocación. Servir a la gente me sale de dentro. Apago la luz para no gastar mucha plata, por ejemplo. Son cosas que tiene un párroco. Pero también me siento Papa. Me ayuda a hacer las cosas con seriedad. Mis colaboradores son muy serios y profesionales. Tengo ayuda para cumplir con mi deber. No hay que jugar al papa párroco. Sería inmaduro. Cuando viene un jefe de Estado, tengo que recibirlo con la dignidad y el protocolo que se merece. Es verdad que con el protocolo tengo mis problemas, pero hay que respetarlo.
La dimensión de párroco es la que más muestra mi vocación. Servir a la gente me sale de dentro. Apago la luz para no gastar mucha plata, por ejemplo. Son cosas que tiene un párroco. Pero también me siento Papa. Me ayuda a hacer las cosas con seriedad. Mis colaboradores son muy serios y profesionales. Tengo ayuda para cumplir con mi deber. No hay que jugar al papa párroco. Sería inmaduro. Cuando viene un jefe de Estado, tengo que recibirlo con la dignidad y el protocolo que se merece. Es verdad que con el protocolo tengo mis problemas, pero hay que respetarlo.
Usted está cambiando
muchas cosas. ¿Hacia qué futuro llevan estos cambios?
No soy ningún iluminado.
No tengo ningún proyecto personal que me traje debajo del brazo, simplemente
porque nunca pensé que me iban a dejar acá, en El Vaticano. Lo sabe todo el
mundo. Me vine con una valija chiquita para volver enseguida a Buenos Aires. Lo
que estoy haciendo es cumplir lo que los cardenales reflexionamos en las
Congregaciones Generales, es decir, en las reuniones que, durante el cónclave,
manteníamos todos los días para discutir los problemas de la Iglesia. De ahí
salen reflexiones y recomendaciones. Una muy concreta fue que el próximo Papa
debía contar con un consejo exterior, es decir, con un equipo de asesores que
no viviera en el Vaticano.
Y usted creó el
llamado consejo de los Ocho.
Son ocho cardenales de
todos los continentes y un coordinador. Se reúnen cada dos o tres meses acá.
Ahora, el primero de julio tenemos cuatro días de reunión, y vamos haciendo los
cambios que los mismos cardenales nos piden. No es obligatorio que lo hagamos
pero sería imprudente no escuchar a los que saben.
También ha hecho un
gran esfuerzo para acercarse a la Iglesia ortodoxa.
La ida a Jerusalén de mi
hermano Bartolomé I era para conmemorar el encuentro de 50 años atrás entre
Pablo VI y Atenágoras I. Fue un encuentro después de más de mil años de
separación. Desde el Concilio Vaticano II, la Iglesia católica hace los
esfuerzos de acercarse y la Iglesia ortodoxa lo mismo. Con algunas iglesias
ortodoxas hay más cercanía que otras. Quise que Bartolomé I tuviera conmigo en
Jerusalén y allí surgió el plan de que viniera también a la oración del
Vaticano. Para él fue un paso arriesgado porque se lo pueden echar en cara,
pero había que estrechar este gesto de humildad, y para nosotros es necesario
porque no se concibe que los cristianos estemos divididos, es un pecado
histórico que tenemos que reparar.
Ante el avance del
ateísmo, ¿qué opina de la gente que cree que la ciencia y la religión son
excluyentes?
Hubo un avance del
ateísmo en la época más existencial, quizás sartriana. Pero después vino un
avance hacia búsquedas espirituales, de encuentro con Dios, en mil maneras, no
necesariamente las religiosas tradicionales. El enfrentamiento entre ciencia y
fe tuvo su auge en la Ilustración, pero que hoy no está tan de moda, gracias a
Dios, porque nos hemos dado cuenta todos de la cercanía que hay entre una cosa
y la otra. El papa Benedicto XVI tiene un buen magisterio sobre la relación
entre ciencia y fe. En líneas generales, lo más actual es que los científicos sean
muy respetuosos con la fe y el científico agnóstico o ateo diga “no me atrevo a
entrar en ese campo”.
Usted ha conocido a
muchos jefes de Estado.
Han venido muchos y es
interesante la variedad. Cada cual tiene su personalidad. Me ha llamado la
atención un hecho transversal entre los políticos jóvenes, ya sean de centro,
izquierda o derecha. Quizás hablen de los mismos problemas pero con una nueva
música, y eso me gusta, me da esperanza porque la política es una de las formas
más elevadas del amor, de la caridad. ¿Por qué? Porque lleva al bien común, y
una persona que, pudiendo hacerlo, no se involucra en política por el bien
común, es egoísmo; o que use la política para el bien propio, es corrupción.
Hace unos quince años los obispos franceses escribieron una carta pastoral que
es una reflexión con el título "Réhabiliter la politique". Es un
texto precioso hace darte cuenta de todas estas cosas.
¿Qué opina de la
renuncia de Benedicto XVI?
El papa Benedicto ha
hecho un gesto muy grande. Ha abierto una puerta, ha creado una institución, la
de los eventuales papas eméritos. Hace 70 años, no había obispos eméritos. ¿Hoy
cuántos hay? Bueno, como vivimos más tiempo, llegamos a una edad donde no
podemos seguir adelante con las cosas. Yo haré lo mismo que él, pedirle al
Señor que me ilumine cuando llegue el momento y que me diga lo que tengo que
hacer, y me lo va a decir seguro.
Tiene una habitación
reservada en una casa de retiro en Buenos Aires.
Sí, en una casa de
retiro de sacerdotes ancianos. Yo dejaba el arzobispado a finales del año
pasado y ya había presentado la renuncia al papa Benedicto cuando cumplí 75
años. Elegí una pieza y dije “quiero venir a vivir acá”. Trabajaré como cura,
ayudando a las parroquias. Ése iba a ser mi futuro antes de ser Papa.
No le voy a preguntar
a quién apoya en el Mundial...
Los brasileros me
pidieron neutralidad (ríe) y cumplo con mi palabra porque siempre Brasil y
Argentina son antagónicos.
¿Cómo le gustaría que
le recordara la historia?
No lo he pensado, pero
me gusta cuando uno recuerda a alguien y dice: “Era un buen tipo, hizo lo que
pudo, no fue tan malo”. Con eso me conformo.
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