Claves del contexto social y eclesial en la Región Norte
José Guadalupe Sánchez Suárez
Centro de Estudios Ecuménicos
5 de Octubre de 2011
Oigo voces gritando desde el desierto, rompiendo el silencio y la oscuridad; voces de mujeres y niñas, de hombres y niños, voces de aves y peces, de ríos y montañas que gimen con preocupación, con dolor, con firmeza. Sus nombres son lejanos y cercanos, se llaman Marisela, Juan, Alfonso, María, Hilda, Gilberto, Brad; también selva chiapaneca, montaña de guerrero, costa chica, cañada, mina, glaciar, río verde, cerro de san Pedro, don Goyo, indio sioux, latino, indocumentado, niño rico, desempleado, subempleada, náhuatl, maya, navajo, huasteco, purépecha, mixteco, esquimal, mestizo, negro, blanco; se llaman masa, iglesia, sociedad, juventud, vejez, enfermedad, creyente, ateo, adicto, migrante, feminicidio, derecho a decidir; se llaman “sin nombres” y son lista interminable; se llaman esperanza.
Caminan todos los días, y todas las noches, a nuestro lado; pasan por aquí o por allá, vienen, se van, duermen, sueñan… despiertan. Son nuestra carne, nuestra sangre, nuestra alma; el alma del mundo que vivimos y respiramos. Son rostro y mirada, aliento, cansancio, tesón. Cuentan historias, hacen historias, son la historia. Son el presente y la promesa de futuro posible. Son prescindibles y desechables. Somos.
Estamos en búsqueda, huyendo del desierto y del destierro; tratando de comprender, de sentir, de creer. De leer desde el corazón, o las entrañas, el acontecer social contemporáneo en la Región Norte de nuestro continente americano y no es tarea sencilla. No es fácil hallar claves de lectura que den cuenta del portentoso abismo que se abre a nuestro paso o de los necesarios puentes que nos permitan seguir caminando. La celeridad es lo propio del presente, que nos hace vivir sin darnos cuenta, sin un alto en el camino, sin un momento de inflexión, reflexión o genuflexión (es decir admiración). Por eso aquí estamos, congregados en la diversidad y en la hermandad. Con ansias de encontrar caminos de esperanza y liberación, conscientes del agotamiento de los cuerpos, las almas y las mentes; agotados los discursos, agotada la esperanza, mas no acabada; es decir, bebiéndola a cuentagotas de aquí o de allá.
Y sin embargo vamos en río caudaloso; necesitamos barcas apropiadas desde donde mirar y sumergirnos, sin ahogarnos en el mar de información o desinformación; no tragar “a discreción” las falsas lecturas de la historia, las que ignoran aquellas voces del desierto, esos rostros que he traído como llaves que abren la puerta trasera de la historia, desde la cual se la toma por sorpresa y no le damos tiempo de maquillarse con la ideología o la mercadotecnia, nos muestra su rostro craso. Vemos así la madeja de la historia, y podemos desentrañarla entrañándonos en ella. Contextualizar es eso: tejer y destejer, encontrar los hilos de los acontecimientos, sus títeres y titiriteros; es también, a partir de eso, reconstruir el tejido social humano y ecológico, desenmarañar, restaurar la obra maestra de la Sabiduría creadora.
Halemos algunos hilos conductores, como pistas o claves interpretativas, que nos ayuden a comprender y sentir la intensidad del presente, su densidad. También a modo de lugares comunes, aunque no únicos, desde los cuales exploremos a profundidad los grandes temas que hoy nos congregan.
1. Vivimos tiempos de crisis global
No es sólo la suma de todas las crisis, sino su propagación a todos los ámbitos humanos y no-humanos, afectando las fibras más íntimas del tejido socio-ambiental y llevándonos a transformaciones igual de profundas afectando la naturaleza misma de las cosas. La crisis global se entiende hoy como un cambio de época (y no sólo época de cambios) donde lo cultural se ha tornado económico pero no ecuménico.
La imposición global del modelo económico neoliberal, tenemos que entender, es hoy la respuesta a todas nuestras preguntas, la raíz más profunda de todos nuestros dolores, la fibra más íntima del deterioro social y ambiental. Porque ha triunfado en ella la razón instrumental, olvidándose de toda ética de la dignidad humana o de la naturaleza, convirtiendo (pervirtiendo) su medio en fin y viceversa. La riqueza desmedida como fin, la vida como medio. Se pierde el equilibrio propio de la economía, las buenas reglas de organización de la casa común, la oikoumene, de donde viene el ecumenismo: una economía global al cuidado de la dignidad humana y de la naturaleza.
Desentrañar las trampas y consecuencias del modelo económico imperante, es paso necesario para evidenciar intereses en juego en todos los ámbitos de la vida del planeta, y en particular de la región norte del continente, raíz geográfica del neoliberalismo.
2. Vivimos tiempos de inestabilidad global
Las consecuencias de lo anterior las vivimos en carne y sangre propias y ajenas. Principalmente como ruptura de las fronteras otrora definidas y el endurecimiento de otras. La crisis está afectando a todos y todas sin excepción; de manera desigual, claro, pero con un final común por nadie deseado. Las recurrentes recesiones económicas en los países ricos, son quizá la señal más clara de lo volátil que se ha tornado el capitalismo neoliberal; la falta de riendas precisas a los procesos económicos, tecnológicos e industriales está devastando las condiciones de vida en todos los estratos sociales, convirtiendo la economía mundial en un viejo trapo rasgado y parchado por todos lados, pero imposible de conservar o restaurar.
Las altas (pero especulativas) deudas causadas por esta inestabilidad sistémica, se subsanan subsumiendo más y más a los países pobres, pues a pesar de haber avanzado tanto el progreso humano, las contadas grandes economías mundiales siguen sosteniéndose en la explotación masiva de la fuerza humana y de la naturaleza. En riesgo está no sólo la estabilidad social y cultural (que ya es bastante grave), sino la vida toda del planeta, nuestra hermana tierra.
3. Vivimos tiempos de inestabilidad religiosa
En el terreno de lo religioso y la espiritualidad en general, hay que ver también verificadas estas consecuencias o síntomas de un modelo decadente e insostenible: acudimos a la desestructuración no necesariamente re-estructurante de lo religioso, que comparte la inestabilidad propia de estos tiempos posmodernos. Diversificación religiosa, trasgresión de las fronteras institucionales vistas como insuficientes, facilidad de transitar de una práctica religiosa a su contraria, comercialización de lo religioso, proliferación de pequeñas espiritualidades individuales, pérdida de credibilidad moral de los grandes relatos de la humanidad son síntomas no necesariamente negativos, si no estuvieran estrechamente ligados al surgimiento de nuevos fundamentalismos e integrismos que impiden que las religiones, como es su naturaleza, sean mecanismos estructurantes y armonizadores de las sociedades.
La fe se sostiene hoy en los micro-relatos, fés de corto alcance, para sobrevivir el sinsentido cotidiano, sin visos de un compromiso más allá del metro cuadrado. Fe de buenas intenciones y pocas proposiciones. Sin puentes hacia el dolor ajeno.
4. Vivimos tiempos de dolor e indiferencia
Nuestro continente muere de tristeza y de dolor, mismos que han endurecido el corazón humano. Incapaces de sentir con el otro, las masas transitan por el mundo indiferentes al ocaso de la historia. No ven y no quieren ver, están cansadas de sentir y prefieren evadir, para lo cual el sistema ofrece múltiples y eficaces alternativas.
Por ello, hacer un análisis desde esta parte del continente, nos invita a ir a las causas profundas del dolor y la abismal desigualdad en el tener y el poder: es la avaricia de unos pocos, sí, pero también la necedad de algunos otros, la complicidad de tantos otros… la indiferencia de muchos.
Vivimos tiempos de emergencia global que nos atañe a todas y todos, pues pone en riesgo la seguridad y la vida de millones de personas y ecosistemas; no es aceptable vivir al margen del sufrimiento de tantos, solo porque a mí no me ha pasado (todavía) o porque aquí donde vivo no pasa (todavía) lo que le pasa a muchos. Hoy más que nunca nuestra indiferencia y omisión, está haciendo mucho daño.
5. Vivimos tiempos violentos
Hay una “bestia” que camina de sur a norte. Así llaman nuestros y nuestras migrantes al tren que los acerca al paraíso (o al infierno). Es un camino de riesgo y violencia, no gratuitamente, sino porque antes que esta bestia de metal, ha caminado en sentido contrario otra bestia ideológica de la muerte. La violencia que hoy ha puesto su tienda entre nosotros, no es causada por el deterioro social sino primordialmente por un proyecto de desestabilización democrática en los países del “subcontinente” orquestado y ejecutado como Alianza para la Seguridad y Prosperidad de América del Norte (ASPAN, antes llamado TLC), Iniciativa Mérida (Antes Plan Puebla Panamá), Ley de Seguridad Nacional, privatización de los servicios públicos y recursos naturales, criminalización de la protesta social (hoy llamada guerra contra el narcotráfico).
Proyectos económicos que apuntan el despojo de los pueblos y a la subsecuente justificación del uso y abuso de la fuerza pública y militar. Los estragos de la guerra, del norte al sur de nuestro territorio nacional, los han pagado no el crimen organizado, sino más de 50 mil vidas inocentes y más de 100 mil desplazados los últimos 4 años, sin contar la pérdida (de facto) de garantías individuales fundamentales a raíz del actuar irrestricto de las fuerzas armadas y policiales. El lado perverso, pocas veces visto, de este escenario, es que la guerra es un negocio; y hoy, nuestros territorios, nuestros cuerpos, son el campo de exhibiciones y negociaciones de multimillonarios tratos entre los gobiernos y consorcios de América del Norte.
6. ¿Vivimos tiempos de esperanza de liberación?
Estamos, pues, en búsqueda de nuevas herramientas para entender el tiempo presente, que nos permitan leer desde el reverso de la historia, desde las historias cotidianas que la Historia (con Mayúscula) vuelve invisibles porque en ellas está el reclamo y la esperanza.
No he visto aún pastar al león junto al cordero, pero sí he visto al huérfano y a la viuda subvertir la injusticia, y a la mujer iletrada convertirse en abogada de la paz y la justicia. He visto a la víctima renunciar al miedo y la venganza y ser protectora de otras víctimas; y a muchas y muchos convertir el dolor en esperanza de liberación.
Ante este momento histórico de dolor y gran quebranto, ellas y ellos, los más pobres, nos enriquecen con su pobreza y nos animan a caminar de su lado siendo signos visibles y emergentes de una nueva expresión espiritual ecuménica que denuncie con firmeza la injusticia hoy imperante y anuncie la Buena Noticia que traen los mensajeros de paz.
Son éstas últimas, palabras emanadas de la voz pública de muchas personas de fe, y que también nos animan a seguir el ejemplo de las y los pequeños, a no tener miedo, levantarnos sin titubeos ni dudas, y salir con la lámpara de la fe, la esperanza y el amor encendida por delante, con la confianza en la Sabiduría que habita la tierra, para hacer presente la liberación.
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