jueves, 28 de abril de 2016

El Papa denuncia el 'clericalismo' y la creación de una 'élite' de laicos en la Iglesia


El Papa denuncia el "clericalismo" y la creación de una "élite" de laicos en la Iglesia


"Cuando nos desarraigamos como pastores de nuestro pueblo, nos perdemos"

Redacción, 26 de abril de 2016

El Papa ha lamentado que en la Iglesia se ha creado una "élite" de laicos que creen que son solo ellos los que trabajan en las obras de la Iglesia y/o en las cosas de la parroquia o de la diócesis, en un carta enviada al cardenal Ouellet y publicada hoy por el Vaticano.

En este sentido, en la misiva alerta del olvido o el descuido ante el creyente que muchas veces "quema su esperanza en la lucha cotidiana por vivir la fe". "La Iglesia no es una élite de los sacerdotes, de los consagrados, de los obispos, sino que todos formamos el Santo Pueblo fiel de Dios", ha subrayado.

Francisco ha advertido de que "no es el pastor el que le dice al laico lo que tiene que hacer o decir, ellos lo saben tanto o mejor que nosotros".

Recientemente, el Papa participó en el encuentro de la Comisión para América Latina y el Caribe en el que se abordó el tema de la participación de los laicos en la vida de nuestros pueblos.

"No es el pastor el que tiene que determinar lo que tienen que decir en los distintos ámbitos los fieles. Como pastores, unidos a nuestro pueblo, nos hace bien preguntamos cómo estamos estimulando y promoviendo la caridad y la fraternidad, el deseo del bien, de la verdad y la justicia. Cómo hacemos para que la corrupción no anide en nuestros corazones", ha exclamado.

Francisco ha precisado que el pastor es pastor de un pueblo, y al pueblo se lo sirve "desde dentro". "Mirar al Pueblo de Dios es recordar que todos ingresamos a la Iglesia como laicos", ha agregado.

Asimismo ha invitado a la Iglesia de Latinoamérica a enfrentar "el clericalismo". "Esta actitud no solo anula la personalidad de los cristianos, sino que tiene una tendencia a disminuir y desvalorizar la gracia bautismal que el Espíritu Santo puso en el corazón de nuestra gente", ha manifestado.

Por otro lado, ha reconocido que el laico, por su propia realidad e identidad, "tiene exigencias de nuevas formas de organización y de celebración de la fe". "Los ritmos actuales son tan distintos (no digo mejor o peor) a los que se vivían 30 años atrás", ha comentado. Por último, ha alertado de que los pastores cuando se desarraigan, se pierden.



Texto completo de la Carta del Papa Francisco

A Su Eminencia Cardenal

Marc Armand Ouellet, P.S.S.

Presidente de la Pontificia Comisión para América Latina

Eminencia:

Al finalizar el encuentro de la Comisión para América Latina y el Caribe tuve la oportunidad de encontrarme con todos los participantes de la asamblea donde se intercambiaron ideas e impresiones sobre la participación pública del laicado en la vida de nuestros pueblos.

Quisiera recoger lo compartido en esa instancia y continuar por este medio la reflexión vivida en esos días para que el espíritu de discernimiento y reflexión "no caiga en saco roto"; nos ayude y siga estimulando a servir mejor al Santo Pueblo fiel de Dios.

Precisamente es desde esta imagen, desde donde me gustaría partir para nuestra reflexión sobre la actividad pública de los laicos en nuestro contexto latinoamericano. Evocar al Santo Pueblo fiel de Dios, es evocar el horizonte al que estamos invitados a mirar y desde donde reflexionar. El Santo Pueblo fiel de Dios es al que como pastores estamos continuamente invitados a mirar, proteger, acompañar, sostener y servir. Un padre no se entiende a sí mismo sin sus hijos. Puede ser un muy buen trabajador, profesional, esposo, amigo pero lo que lo hace padre tiene rostro: son sus hijos. Lo mismo sucede con nosotros, somos pastores. Un pastor no se concibe sin un rebaño al que está llamado a servir. El pastor, es pastor de un pueblo, y al pueblo se lo sirve desde dentro. Muchas veces se va adelante marcando el camino, otras detrás para que ninguno quede rezagado, y no pocas veces se está en el medio para sentir bien el palpitar de la gente.

Mirar al Santo Pueblo fiel de Dios y sentirnos parte integrante del mismo nos posiciona en la vida y, por lo tanto, en los temas que tratamos de una manera diferente. Esto nos ayuda a no caer en reflexiones que pueden, en sí mismas, ser muy buenas pero que terminan funcionalizando la vida de nuestra gente, o teorizando tanto que la especulación termina matando la acción. Mirar continuamente al Pueblo de Dios nos salva de ciertos nominalismos declaracionistas (slogans) que son bellas frases pero no logran sostener la vida de nuestras comunidades. Por ejemplo, recuerdo ahora la famosa expresión: "es la hora de los laicos" pero pareciera que el reloj se ha parado.

Mirar al Pueblo de Dios, es recordar que todos ingresamos a la Iglesia como laicos. El primer sacramento, el que sella para siempre nuestra identidad y del que tendríamos que estar siempre orgullosos es el del bautismo. Por él y con la unción del Espíritu Santo, (los fieles) quedan consagradas como casa espiritual y sacerdocio santo (LG 10) Nuestra primera y fundamental consagración hunde sus raíces en nuestro bautismo. A nadie han bautizado cura, ni obispo. Nos han bautizados laicos y es el signo indeleble que nunca nadie podrá eliminar. Nos hace bien recordar que la Iglesia no es una elite de los sacerdotes, de los consagrados, de los obispos, sino que todos formamos el Santo Pueblo fiel de Dios. Olvidarnos de esto acarrea varios riesgos y/o deformaciones en nuestra propia vivencia personal como comunitaria del ministerio que la Iglesia nos ha confiado. Somos, como bien lo señala el Concilio Vaticano II, el Pueblo de Dios, cuya identidad es la dignidad y la libertad de los hijos de Dios, en cuyos corazones habita el Espíritu Santo como en un templo (LG 9). El Santo Pueblo fiel de Dios está ungido con la gracia del Espíritu Santo, por tanto, a la hora de reflexionar, pensar, evaluar, discernir, debemos estar muy atentos a esta unción.

A su vez, debo sumar otro elemento que considero fruto de una mala vivencia de la eclesiología planteada por el Vaticano II. No podemos reflexionar el tema del laicado ignorando una de las deformaciones más fuertes que América Latina tiene que enfrentar - y a las que les pido una especial atención - el clericalismo. Esta actitud no sólo anula la personalidad de los cristianos, sino que tiene una tendencia a disminuir y desvalorizar la gracia bautismal que el Espíritu Santo puso en el corazón de nuestra gente. El clericalismo lleva a la funcionalización del laicado; tratándolo como "mandaderos", coarta las distintas iniciativas, esfuerzos y hasta me animo a decir, osadías necesarios para poder llevar la Buena Nueva del Evangelio a todos los ámbitos del quehacer social y especialmente político. El clericalismo lejos de impulsar los distintos aportes, propuestas, poco a poco va apagando el fuego profético que la Iglesia toda está llamada a testimoniar en el corazón de sus pueblos. El clericalismo se olvida que la visibilidad y la sacramentalidad de la Iglesia pertenece a todo el Pueblo de Dios (cfr. LG 9-14) Y no solo a unos pocos elegidos e iluminados.

Hay un fenómeno muy interesante que se ha producido en nuestra América Latina y me animo a decir, creo que es de los pocos espacios donde el pueblo de Dios fue soberano de la influencia del clericalismo: me refiero a la pastoral popular. Ha sido de los pocos espacios donde el pueblo (incluyendo a sus pastores) y el Espíritu Santo se han podido encontrar sin el clericalismo que busca controlar y frenar la unción de Dios sobre los suyos. Sabemos que la pastoral popular como bien lo ha escrito Pablo VI en la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, tiene ciertamente sus límites. Está expuesta frecuentemente a muchas deformaciones de la religión, pero prosigue, cuando está bien orientada, sobre todo mediante una pedagogía de evangelización, contiene muchos valores. Refleja una sed de Dios que solamente los pobres y sencillos pueden conocer. Hace capaz de generosidad y sacrificio hasta el heroísmo, cuando se trata de manifestar la fe. Comporta un hondo sentido de los atributos profundos de Dios: la paternidad, la providencia, la presencia amorosa y constante. Engendra actitudes interiores que raramente pueden observarse en el mismo grado en quienes no poseen esa religiosidad: paciencia, sentido de la cruz en la vida cotidiana, desapego, aceptación de los demás, devoción. Teniendo en cuenta esos aspectos, la llamamos gustosamente "piedad popular", es decir, religión del pueblo, más bien que religiosidad ... Bien orientada, esta religiosidad popular puede ser cada vez más, para nuestras masas populares, un verdadero encuentro con Dios en Jesucristo. (EN 48) El Papa Pablo usa una expresión que considero es clave, la fe de nuestro pueblo, sus orientaciones, búsquedas, deseo, anhelos, cuando se logran escuchar y orientar nos terminan manifestando una genuina presencia del Espíritu. Confiemos en nuestro Pueblo, en su memoria y en su "olfato", confiemos que el Espíritu Santo actúa en y con ellos, y que este Espíritu no es solo "propiedad" de la jerarquía eclesial.

He tomado este ejemplo de la pastoral popular como clave hermenéutica que nos puede ayudar a comprender mejor la acción que se genera cuando el Santo Pueblo fiel de Dios reza y actúa. Una acción que no queda ligada a la esfera íntima de la persona sino por el contrario se transforma en cultura; una cultura popular evangelizada contiene valores de fe y de solidaridad que pueden provocar el desarrollo de una sociedad más justa y creyente, y posee una sabiduría peculiar que hay que saber reconocer con una mirada agradecida. (EG 68)

Entonces desde aquí podemos preguntarnos, ¿qué significa que los laicos estén trabajando en la vida pública?

Hoy en día muchas de nuestras ciudades se han convertidos en verdaderos lugares de supervivencia. Lugares donde la cultura del descarte parece haberse instalado y deja poco espacio para una aparente esperanza. Ahí encontramos a nuestros hermanos, inmersos en esas luchas, con sus familias, intentando no solo sobrevivir, sino que en medio de las contradicciones e injusticias, buscan al Señor y quieren testimoniar lo. ¿Qué significa para nosotros pastores que los laicos estén trabajando en la vida pública? Significa buscar la manera de poder alentar, acompañar y estimular todo los intentos, esfuerzos que ya hoy se hacen por mantener viva la esperanza y la fe en un mundo lleno de contradicciones especialmente para los más pobres, especialmente con los más pobres. Significa como pastores comprometernos en medio de nuestro pueblo y, con nuestro pueblo sostener la fe y su esperanza. Abriendo puertas, trabajando con ellos, soñando con ellos, reflexionando y especialmente rezando con ellos. Necesitamos reconocer la ciudad -y por lo tanto todos los espacios donde se desarrolla la vida de nuestra gente- desde una mirada contemplativa, una mirada de fe que descubra al Dios que habita en sus hogares, en sus calles, en sus plazas... Él vive entre los ciudadanos promoviendo la caridad, la fraternidad, el deseo del bien, de verdad, de justicia. Esa presencia no debe ser fabricada sino descubierta, develada. Dios no se oculta a aquellos que lo buscan con un corazón sincero. (EG 71) No es nunca el pastor el que le dice al laico lo que tiene que hacer o decir, ellos lo saben tanto o mejor que nosotros. No es el pastor el que tiene que determinar lo que tienen que decir en los distintos ámbitos los fieles. Como pastores, unidos a nuestro pueblo, nos hace bien preguntamos cómo estamos estimulando y promoviendo la caridad y la fraternidad, el deseo del bien, de la verdad y la justicia. Cómo hacemos para que la corrupción no anide en nuestros corazones.

Muchas veces hemos caído en la tentación de pensar que el laico comprometido es aquel que trabaja en las obras de la Iglesia y/o en las cosas de la parroquia o de la diócesis y poco hemos reflexionado como acompañar a un bautizado en su vida pública y cotidiana; cómo él, en su quehacer cotidiano, con las responsabilidades que tiene se compromete como cristiano en la vida pública. Sin darnos cuenta, hemos generado una elite laical creyendo que son laicos comprometidos solo aquellos que trabajan en cosas "de los curas" y hemos olvidado, descuidado al creyente que muchas veces quema su esperanza en la lucha cotidiana por vivir la fe. Estas son las situaciones que el clericalismo no puede ver, ya que está muy preocupado por dominar espacios más que por generar procesos. Por eso, debemos reconocer que el laico por su propia realidad, por su propia identidad, por estar inmerso en el corazón de la vida social, pública y política, por estar en medio de nuevas formas culturales que se gestan continuamente tiene exigencias de nuevas formas de organización y de celebración de la fe. ¡Los ritmos actuales son tan distintos (no digo mejor o peor) a los que se vivían 30 años atrás! Esto requiere imaginar espacios de oración y de comunión con características novedosas, más atractivas y significativas -especialmente-para los habitantes urbanos. (EG 73) Es obvio, y hasta imposible, pensar que nosotros como pastores tendríamos que tener el monopolio de las soluciones para los múltiples desafíos que la vida contemporánea nos presenta. Al contrario, tenemos que estar al lado de nuestra gente, acompañándolos en sus búsquedas y estimulando esta imaginación capaz de responder a la problemática actual. Y esto discerniendo con nuestra gente y nunca por nuestra gente o sin nuestra gente. Como diría San Ignacio, "según los lugares, tiempos y personas". Es decir, no uniformizando. No se pueden dar directivas generales para una organización del pueblo de Dios al interno de su vida pública. La inculturación es un proceso que los pastores estamos llamados a estimular alentado a la gente a vivir su fe en donde está y con quién está. La inculturación es aprender a descubrir cómo una determinada porción del pueblo de hoy, en el aquí y ahora de la historia, vive, celebra y anuncia su fe. Con la idiosincrasia particular y de acuerdo a los problemas que tiene que enfrentar, así como todos los motivos que tiene para celebrar. La inculturación es un trabajo de artesanos y no una fábrica de producción en serie de procesos que se dedicarían a "fabricar mundos o espacios cristianos".

Dos memorias se nos pide cuidar en nuestro pueblo. La memoria de Jesucristo y la memoria de nuestros antepasados. La fe, la hemos recibido, ha sido un regalo que nos ha llegado en muchos casos de las manos de nuestras madres, de nuestras abuelas. Ellas han sido, la memoria viva de Jesucristo en el seno de nuestros hogares. Fue en el silencio de la vida familiar, donde la mayoría de nosotros aprendió a rezar, a amar, a vivir la fe. Fue al in terno de una vida familiar, que después tomó forma de parroquia, colegio, comunidades que la fe fue llegando a nuestra vida y haciéndose carne. Ha sido también esa fe sencilla la que muchas veces nos ha acompañado en los distintos avatares del camino. Perder la memoria es desarraigarnos de donde venimos y por lo tanto, nos sabremos tampoco a donde vamos. Esto es clave, cuando desarraigamos a un laico de su fe, de la de sus orígenes; cuando lo desarraigamos del Santo Pueblo fiel de Dios, lo desarraigamos de su identidad bautismal y así le privamos la gracia del Espíritu Santo. Lo mismo nos pasa a nosotros, cuando nos desarraigamos como pastores de nuestro pueblo, nos perdemos.

Nuestro rol, nuestra alegría, la alegría del pastor está precisamente en ayudar y estimular, al igual que hicieron muchos antes que nosotros, sean las madres, las abuelas, los padres los verdaderos protagonistas de la historia. No por una concesión nuestra de buena voluntad, sino por propio derecho y estatuto. Los laicos son parte del Santo Pueblo fiel de Dios y por lo tanto, los protagonistas de la Iglesia y del mundo; a los que nosotros estamos llamados a servir y no de los cuales tenemos que servirnos.

En mi reciente viaje a la tierra de México tuve la oportunidad de estar a solas con la Madre, dejándome mirar por ella. En ese espacio de oración pude presentarle también mi corazón de hijo. En ese momento estuvieron también ustedes con sus comunidades. En ese momento de oración, le pedí a María que no dejara de sostener, como lo hizo con la primera comunidad, la fe de nuestro pueblo. Que la Virgen Santa interceda por ustedes, los cuide y acompañe siempre,

Vaticano, 19 de marzo de 2016

+Francisco




(RD/Ep)


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viernes, 22 de abril de 2016

El gatopardismo de los resistentes ante la 'Amoris laetitia'


El gatopardismo de los resistentes ante la 'Amoris laetitia'


"La estrategia consiste en asegurar que todo sigue igual, que no ha cambiado nada de nada"

José Manuel Vidal, 22 de abril de 2016 a las 09:45

Papa en viñetas

Agustín de la Torre

Deja en evidencia la estrategia de grupos de la Curia romana que se empeñan en decir que con 'Amoris Laetitia' no ha cambiado absolutamente nada y que todo sigue como en 'Familiaris Consortio'

(José M. Vidal).- Las resistencias son la prueba evidente de que las reformas de Francisco van en serio y siguen adelante con el ritmo adecuado. Y los "resistentes", para ejercer sus resistencias activas, pasivas y perifrásticas, tienen sus estrategias. Muchas y variadas. Entre ellas, quiero destacar hoy dos: la de "la tormenta de verano" y la de "la simulación".

La primera, la de un Papa como una simple y corta tormenta de verano, consiste en hacer como si el papado de Francisco esté siendo (y tenga que ser) una tormenta y, por lo tanto, una tempestad pasajera. Tras la cual, todo vuelve a la calma de antes, del inmovilismo y del clericalismo anteriores. Volver a la Iglesia aduana, que protege a los de dentro de los de fuera y remite constantemente a seguridades doctrinales. Ser Iglesia en salida y hospital de campaña pone en jaque seguridades, deja a la intemperie y, sobre todo, cuestiona formas principescas de vivir. Y, por eso, la casta clerical se retuerce y busca poner toda clase de palos en las ruedas de las reformas del Papa.

La segunda es, quizás, más sibilina todavía y consiste en poner en marcha la maquinaria de la "disimulación". Disimular los cambios, afeitar los toros de las diferencias, simular que sólo cambian las formas (los gestos), pero no lo fundamental. El gatopardismo: Todo cambia, para que nada cambie.

En el caso concreto de la 'Amoris laetitia', la estrategia consiste en asegurar, por activa y por pasiva, que todo sigue igual, que no ha cambiado nada de nada. Es la tesis que están difundiendo Melina o Pérez Soba y demás miembros del Instituto Juan Pablo II para la Familia.

De ahí la importancia que tiene un artículo como el que publicamos ayer, titulado 'La verdadera novedad de 'Amoris laetitia', en el que se explican, con autoridad académica y con absoluto rigor, los cambios significativos que introduce la exhortación papal. Lean el artículo, por favor y extraigan sus propias consecuencias.

El artículo refleja a la perfección la filosofía de fondo y la interpretación exacta de las aplicaciones prácticas que el Papa quiere poner en marcha con su exhortación. Los que remamos a favor de la primavera de Francisco no podemos caer en la engañifa de los resistentes. Por eso, no voy a repetir aqui lo que el artículo expresa con máxima solvencia y claridad.

El artículo, que recmoiendo vivamente a nuestros lectores y a nuestros columnistas, deja en evidencia la estrategia de grupos de la Curia romana que se empeñan en decir que con 'Amoris Laetitia' no ha cambiado absolutamente nada y que todo sigue como en 'Familiaris Consortio'. Se empeñan en propagar esa idea y, en parte lo están consiguiendo, porque mucha gente se lo cree y lo hace correr por las redes sociales.

A eso responde el artículo, asi como a toda una serie de objecciones más comunes. A nosotros, nos corresponde empaparnos de sus claves y contrarrestar, con ellas, las tesis 'gatopardistas' de los resistentes de toda clase y condición. Que también abundan entre nosotros.




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martes, 12 de abril de 2016

Burke desprecia la exhortación papal: 'No es un texto magisterial'


Burke desprecia la exhortación papal: "No es un texto magisterial"


El cardenal es uno de los líderes de la oposición a Francisco

Redacción, 12 de abril de 2016 a las 18:14


El cardenal estadounidense Raymond Burke, líder del sector conservador de la Iglesia católica, desdeñó la exhortación apostólica que Francisco acaba de publicar y se opone al acceso según el caso y autorizado por el papa a la comunión para los divorciados que se vuelven a casar.

"Se trata de una simple reflexión personal", lamentó el cardenal Burke en un comentario para la página católica estadounidense National Catholic Register.

Recibido por la prensa como un documento revolucionario, por su apertura "en algunos casos" a los divorciados que se vuelven a casar, la exhortación de Francisco sobre la familia, Amoris Laetitia, no ha gustado a los sectores más conservadores de la Iglesia católica.

"No es un documento magisterial", es decir que no atañe el magisterio de la Iglesia, pese a que la exhortación firmada por el pontífice es el fruto de dos consultas a los obispos de todo el mundo, recalca indignado el purpurado.

Por su parte la revista estadounidense ultraconservadora Foreign Policy, criticó la forma en que Francisco impone sus criterios para lograr con un estilo inocente sus objetivos "liberales" como papa, sostiene la publicación.

"Es un verdadero ideólogo", "un dictador", "sospechosamente humilde", sostiene la revista.



(RD/Agencias)


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lunes, 11 de abril de 2016

Gustavo Gutiérrez: “La Teología de la Liberación es una carta de amor a Dios, a la Iglesia y al pueblo”


Gustavo Gutiérrez: "La Teología de la Liberación es una carta de amor a Dios, a la Iglesia y al pueblo"


"El Vaticano II es el Concilio más teológico de todos los de la historia de la Iglesia", dice el teólogo



(José Manuel Vidal, enviado especial a Lima, 8 de abril de 2015).- Es tan pequeño de estatura que apenas se le ve en el estrado, pero, cuando toma la palabra, se eleva y se convierte en un icono gigante. Gustavo Gutiérrez participó ayer en la presentación del libro 'La Iglesia pobre y para los pobres' del cardenal Müller, con prólogo del Papa y una colaboración especial del 'padre de la Teología de la Liberación'. Con lenguaje llano y sencillo, al alcance de todos, recordó, entre otras cosas, que la TL es "una carta de amor a Dios, a la Iglesia y al pueblo" y, quizás por eso, está más viva que nunca.

En el enorme salón de actos del colegio de 'Nuestra Señora de Belén' de las corazonistas de Lima no cabía un alfiler. Calculo que había en torno a las 1.000 personas. El todo Lima de la Iglesia de las periferias. Algo que tampoco aquí es muy habitual. "Hacía tiempo que no veía tanta gente en torno a Gustavo. Has tenido mucha suerte", decía, a mi lado, el padre Gastón Garatea, otro de los líderes de esta sensibilidad eclesial.

Entre las personalidades presentes, además de Garatea, estaba el obispo jesuita Bambarén, ya jubilado, o el ex ministro de Justicia Fernández Sesaredo. Entre el público, gente mayor, pero también de mediana edad e, incluso, bastantes jóvenes. Se nota en el ambiente que, tras años de sufrimiento y hasta de "martirio", el pontificado de Francisco les ha vuelto a dar alas.

Así lo dijo claramente el misionero español del IEME, Andrés Gallegos: "El sueño de Francisco de una Iglesia pobre y para los pobres lo cumplimos todos los aquí presentes y es parte de una larga historia de alegrías y de sufrimientos".

A su juicio, en este proceso, se puede hablar incluso de "experiencias de martirio". Desde la de monseñor Romero, a las de "otros mártires que dieron su vida día a día, gota a gota y poco a poco". Porque también en la Iglesia limeña, como en la española, la opción por este modelo eclesial de Iglesia abierta a la misericordia y a los pobres ocasionó muchas persecuciones.



Aquí, de hecho, comparan la situación que vivieron (y, en cierto sentido, siguen viviendo) con el cardenal Cipriani, con la del cardenal Rouco en Madrid. Y hablan de "dos almas cardenalicias gemelas, que trataron de imponer por medio del control el viejo modelo de la Iglesia del poder. Con la diferencia que vosotros ya os habéis librado de él y nosotros le seguimos sufriendo".

Antes de Andrés Gallegos, intervino en la presentación, el jesuita Alberto Simons y, después, la hermana Glafira Jiménez. El profesor jesuita defendió la opción por los pobres y señaló que "uno de los mayores signos de credibilidad del Dios de Jesús es optar por los pobres" y, por lo tanto, "la Iglesia sólo será fiel al Dios de Jesús, si lo es a la opción preferencial por los pobres".

En el mismo sentido, la hermana Glafira, que estudió teología en la Universidad Comillas de Madrid, subrayó que "Dios es enemigo de la muerte y de todo aquello que la provoca o la adelanta" y que "Jesús nos llama a visibilizar a los pobres, porque la opción preferencial por los pobres es una manera de hacer teología y de seguir a Jesús".

Para finalizar el acto, la intervención esperada de Gustavo Gutiérrez, que comenzó recordando la sintonía del cardenal Müller, su amigo, con la esencia de la Teología de la Liberación, que es el corazón mismo del mensaje cristiano: "Que venga a nosotros tu Reino", es decir que "venga su Reino a la historia humana, porque el mensaje cristiano está llamado a transformar la Historia con justicia, libertad, verdad, amor e igualdad".

Porque, según Gutiérrez, la TL nace de la convergencia de tres procesos: La situación de Latinoamérica en los años 60; la celebración del Concilio y su continuación en la Conferencia de Medellín. En los años 60 tuvo lugar "la irrupción de lo pobres en América Latina". Juan XXIII y el Concilio "hablan de la Iglesia de los pobres". Y Medellín "forma parte, para mí, del acontecimiento conciliar". "En ésa confluencia de factores se ubica la TL y, en ese proceso, se alimentan mutuamente", explicó.



Gutiérrez quiso dejar claro que, a su juicio, el Vaticano II no es un Concilio pastoral, como algunos tratan de repetir hasta la saciedad en un intento de desactivarlo. "El Vaticano II es el Concilio más teológico de todos los de la historia de la Iglesia".

Desde esa confluencia con el Concilio, "la TL no ha descubierto a los pobres, aunque algunos crean que sí, ni propone un tema nuevo; lo único que hace es proponer el tema de los pobres de una manera nueva". Y es que lo nuevo de la TL es "su lenguaje y el tomar mayor conciencia de las causas y de la complejidad de la pobreza"

La TL es, pues, una teología pastoral, en la que insiste mucho el Papa Francisco, porque "la Teología se hace para ayudar a la gente a vivir plenamente el Evangelio". Por eso, está cada vez más de moda. Por eso, no puede morir o "al menos, a mí no me han invitado a su entierro".

Más viva que nunca en la estela de Francisco. De ahí que el padre de esta corriente teológica termine su intervención, invitando a los presentes a "acompañar al Papa, como hermanos y compañeros de camino, como él mismo dice en el prólogo del libro".

Ovación cerrada para el pequeño-gran genio teológico, al que la gente se acerca para abrazar, hacerse selfies con él, darle la enhorabuena o, simplemente agradecerle su martirio incruento a lo largo de todos estos años de marginación y de intentos de linchamiento. La 'gárgola', que es como aquí llaman al cardenal Cipriani, "quiso eliminarlo de la presencia pública eclesial, pero no lo ha conseguido, porque la fuerza de los pobres, que es la de Dios, está con él". Y, ahora, Francisco y hasta el conservador presidente de Doctrina de la Fe, le han rehabilitado.





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domingo, 10 de abril de 2016

Xabier Pikaza: 'Amoris Laetitia (Alegría de amor). El Papa abre una puerta'


Xabier Pikaza: "Amoris Laetitia (Alegría de amor). El Papa abre una puerta"


"Ha sido prudente, no ha querido quemar las naves, ni condenar a los que piensan de otras formas"

Redacción, 10 de abril de 2016 a las 15:42

(Xabier Pikaza).- Nada más, pero nada menos que eso. Ésta es la impresión que ha recibido tras la lectura de la Exhortación Postsinodal, Amoris Laetitia, del Papa Francisco sobre la familia, firmada 19 de marzo y presentada después de tres años de preparación y dos de Sínodo.

No me ha defraudado, aunque tampoco ha llegado a entusiasmarme como la Evangelii Gaudium, ni a removerme como Laudato Sí. Pero la puerta queda abierta, removidos los obstáculos principales que la jerarquía de la Iglesia había puesto ante el tema, para que pasen los que quieran al otro lado del amor.

La cuestión queda ahora en manos del conjunto de las iglesias y de los cristianos, que tienen la oportunidad de replegarse, quedando en lo que había (con el miedo y las prohibiciones), diciendo que para ellos todo sigue igual, pero también la de un paso en adelante, un paso al amor, para cruzar la puerta, y situarse en el gran campo de la alegría del evangelio, en gesto de libertad creadora, en este momento esencial de la vida de la humanidad.

No me ha defraudado, pues el Papa nos dice que la puerta queda abierta, que podemos pasar al otro lado, pero tampoco me ha hecho saltar de alegría, pues los grandes problemas quedan aún pendientes. Es un texto inteligente, escrito con muchísimo cuidado, quizá más importante por lo que no dice que por aquello lo que dice.

‒ Por un lado, parece aceptar (y acepta, en un plano más alto) todo lo que ha dicho el Magisterio en los últimos cincuenta años, desde la Humanae Vitae del Papa Pablo VI, 1969, hasta Juan Pablo II y Benedicto XVI... Los que quieran leer desde el pasado pueden quedarse si quieren, aferrados a la letra de un pasado triste de mucha ley, de poca libertad cristiana.

‒ Pero, al mismo tiempo, este nuevo Documento, lo sitúa todo (o casi todo) en otra perspectiva, tras la línea divisoria de las aguas, para que vayamos en otra dirección, al otro lado, sin acusaciones ni pecados, en línea de madurez personal y responsabilidad. No lo resuelve todo, quedan los grandes problemas (la valoración de la mujer, la homosexualidad, un tipo de celibato...), pero el Papa nos ha dicho que por encima de todo está la libertad cristiana, en gesto de amor.

El Papa ha hecho lo que ha podido (lo que le han dejado hacer...). Ha sido prudente, no ha querido quemar las naves, ni condenar a los que piensan de otras formas... Somos ahora nosotros los que debemos cruzar la puerta y pasar al otro lado, al lado del Evangelio, que es Amoris Laetitia, alegría de amor.

Desde ese fondo quiero ofrecer algunas rápidas reflexiones, a partir de aquello que vengo diciendo sobre el tema, al que he dedicado un largo libro titulado La Familia en la Biblia (Verbo Divino, Estella 2014).



1. Buena base bíblica, pero insuficiente

Comenzaré con una reserva general: El documento es bíblicamente positivo, pero todavía le falta mucha Biblia. En otras palabras: lo que dice es bueno, pero, a mi entender, resulta insuficiente, no sólo por lo que oculta o calla (gran parte de la problemática del Antiguo Testamento, la novedad de la ruptura y re-creación familiar de Jesús...), sino incluso por lo que dice.

Está bien el canto a la mujer el que empieza (Sal 128), pero ese canto nos sitúa en la línea de una mujer naturaleza más que ante la mujer persona, como la que aparece, por ejemplo, en los versos de M. Benedetti, Te quiero (Poemas de otros), canto del uno al otro (esposo o esposa, amigo o amiga), una recreación del Cantar de los Cantares (¡muy silenciado en este documento!).

El Papa Francisco no sabe quizá mucha Biblia, pero conoce bien la poesía y así puede decir, en nombre del varón y/o de la mujer, en un camino de amor abierto a la justicia:

«Tus manos son mi caricia
mis acordes cotidianos
te quiero porque tus manos
trabajan por la justicia.
Si te quiero es porque sos
mi amor mi cómplice y todo
y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos».

En este campo bíblico, está muy bien el comentario al canto al amor de 1 Cor 13, que el documento ha tomado como leitmotiv, pero hay otros pasajes del evangelio y de Pablo que son más novedosos y profundos en relación a la nueva familia mesiánica.

Queda todavía por explicar y aplicar lo que Jesús dice y hace (lo que rompe, lo que crea... ) en línea de amor, según los evangelios. Por eso sigo diciendo que la fundamentación bíblica es buena, debo añadir que resulta insuficiente, y quizá sesgada (¿donde queda el celibato de Jesús, su ministerio al lado de los distintos sexuales..., donde queda la exigencia de superar un tipo de padre y madre, de hermanos y parientes, para crear una comunión distinta, una alternativa de amor....?).



2. Es buena, muy buena, la reserva del documento que no quiere definir las cosas desde arriba

El texto empieza con un reconocimiento de las limitaciones (yo diría de las equivocaciones") de un tipo de Magisterio de la Iglesia en este campo. Bastará con citar estas frases, para entender que la puerta queda abierta

"Tenemos que ser humildes y realistas, para reconocer que a veces nuestro modo de presentar las convicciones cristianas, y la forma de tratar a las personas, han ayudado a provocar lo que hoy lamentamos, por lo cual nos corresponde una saludable reacción de autocrítica. Por otra parte, con frecuencia presentamos el matrimonio de tal manera que su fin unitivo, el llamado a crecer en el amor y el ideal de ayuda mutua, quedó opacado por un acento casi excluyente en el deber de la procreación (36).

"Durante mucho tiempo creímos que con sólo insistir en cuestiones doctrinales, bioéticas y morales, sin motivar la apertura a la gracia, ya sosteníamos suficientemente a las familias, consolidábamos el vínculo de los esposos y llenábamos de sentido sus vidas compartidas" (37).

Esto que se dice aquí es muy bueno, una puerta abierta, pero yo hubiera esperado aún más en este campo. Hubiera querido que el Magisterio hubiera perdón a los cristianos por haber legislado en temas sobre los que no tenía autoridad ni claridad (como en cuestiones de regulación de la natalidad), causando gran dolor en muchas familias, y logrando que al fin la inmensa mayoría de los cristianos no siguiera sus orientaciones.

En este campo (regulación de la natalidad) el Documento no dice nada nuevo. Simplemente constata (sin confesarlo externamente, con un estilo muy eclesial... de no negar, pero dejar a un lado) que el magisterio anterior, desde la Humanae Vitae (1968) no ha sido recibido en la Iglesia, que hay que abrir la puerta de otro modo.

De todas formas, la respuesta general de este documento me parece positiva, pues de pronto vemos que orienta y anima, pero deja en libertad a las iglesias y a los fieles, como si el gran Magisterio se retirara de la escena concreta, tras haberse metido excesivamente en ellas. Ésto es algo que quizá no se ve con claridad desde fuera, hay que saber un poco de lenguaje eclesiástico para descubrirlo... por eso habrá muchos que dirán que todo sigue igual (lo que no es cierto, pues la puerta queda abierta, para los que quieran pasar).



3. Hay cosas que no están maduras todavía.

Ciertamente, el documento se atreve a condenar una ideología llamada de "gender" (cf. num 56), pero lo hace a mi juicio sin verdadero convencimiento, porque algo hay que decir, sin penetrar en el tema, desde el evangelio. Quizá le falta el descubrimiento y desarrollo radical del valor de la persona, desde una clave mesiánica.

En esa línea resulta ejemplar la forma en que el documento valora la doctrina tradicional del Magisterio, tal como quedó fijada hasta la actualidad desde Pablo VI (el año 1968):

Es preciso redescubrir el mensaje de la Encíclica Humanae vitae de Pablo VI, que hace hincapié en la necesidad de respetar la dignidad de la persona en la valoración moral de los métodos de regulación de la natalidad [...] La opción de la adopción y de la acogida expresa una fecundidad particular de la experiencia conyugal» (82).

Quien entienda un poco el lenguaje eclesiástico, sabe que aquí se está diciendo "sí, pero no". Los principios generales de la Humanae Generis sobre la dignidad de la persona y el amor fecundo de los esposos son muy buenos..., pero su práctica no puede imponerse en la forma en que lo hacía el mismo documento de Pablo VI.

Alguien dirá que esta es una forma "jesuítica" de formular las cosas. Puede ser. Pero se trata de una forma inteligente de pasar página, admitiendo los valores generales de un Magisterio pasado, pero sin sacar las consecuencias que antes se sacaban, dejándolas estar en el pasado.

Por eso, las consecuencias que Pablo VI deducía de esa dignidad y de ese amor ya no se entienden como entonces, especialmente en lo que se refiere a la regulación de la concepción (métodos anticonceptivos). La Humanae Generis queda así como una declaración de principios, para seguir pensando en los temas, pero sin imponer sus consecuencias.

4. Queda abierta la puerta, lo importante es el camino

Este documento no ofrece en este campo ninguna palabra de condena, ninguna regulación externa. El tema queda (después de cincuenta año de dolor y de rechazo de muchos) en manos de la propia conciencia de los esposos y de la animación al amor de las iglesias... El tema queda en manos de las iglesias, de los obispos y sus comunidades, con más evangelio (¡alegría de amor!) y con mucho menos Derecho Canónico. No se trata de dar leyes, más leyes, sino de animar y acompañar a los creyentes en el camino.

Así me parece, pero me da un poco de miedo, pues quizá no haya obispos capaces de situarse en esa línea, de asumir a pie el camino, a pie de calle, a pie de vida, con olor de oveja... Muchos obispos de los que tenemos están creados para mirar y organizar desde arriba, sin entrar en el agua y el barro del evangelio, por donde andaba Jesús.

Este documento del Papa Francisco necesita obispos nuevos, nuevos pastores, que sepan de vida, de ovejas y gentes, poesía de vida, con más evangelio y menos Derecho Canónico, con más evangelio y menos miedos legales: Desde aquí se entienden las palabras principales del documento, aquellas donde alienta mejor el espíritu de Francisco, pues de trata de

"asumir el matrimonio como un camino de maduración, donde cada uno de los cónyuges es un instrumento de Dios para hacer crecer al otro. Es posible el cambio, el crecimiento, el desarrollo de las potencialidades buenas que cada uno lleva en sí. Cada matrimonio es una «historia de salvación», y esto supone que se parte de una fragilidad que, gracias al don de Dios y a una respuesta creativa y generosa, va dando paso a una realidad cada vez más sólida y preciosa. Quizás la misión más grande de un hombre y una mujer en el amor sea esa, la de hacerse el uno al otro más hombre o más mujer. Hacer crecer es ayudar al otro a moldearse en su propia identidad. Por eso el amor es artesanal" (221).



5. Planificación familiar, un tema de los esposos

Ciertamente, el Papa quiere que los matrimonios sean generosos en el don de la vida, es decir, en la comunicación del mismo amor, pero sin imposiciones externas, sin leyes dadas desde arriba. Ellos (marido y mujer) "están llamados redescubrir el mensaje de la Encíclica Humanae vitae (cf. 10-14) y la Exhortación apostólica Familiaris consortio (cf. 14; 28-35) para contrarrestar una mentalidad a menudo hostil a la vida".

Se trata de redescubrir el mensaje profundo, no la letra de ley... Se trata de redescubrir la alegría del amor y la libertad de la búsqueda persona, con responsabilidad... a pie de vida..., volviendo así a la palabra radical del Vaticano II:

Ellos, marido y mujer, son la verdadera "ley", como decía el Vaticano II: «Cumplirán su tarea [...] de común acuerdo y con un esfuerzo común, se formarán un recto juicio, atendiendo no sólo a su propio bien, sino también al bien de los hijos, ya nacidos o futuros, discerniendo las condiciones de los tiempos y del estado de vida, tanto materiales como espirituales, y, finalmente, teniendo en cuenta el bien de la comunidad familiar, de la sociedad temporal y de la propia Iglesia. En último término, son los mismos esposos los que deben formarse este juicio ante Dios» (Gaudium et spes 50).

Ciertamente, el documento sigue citando la Humanae Vitae, diciendo que «se ha de promover el uso de los métodos basados en los ritmos naturales de fecundidad" (Num 11). Pero no dice lo que son los "ritmos naturales", no los fija por ley. El texto abre la puerta, y recuerda lo que se decía, desde Pablo VI hasta Juan Pablo II, pero lo sitúa todo en otro campo, al otro lado de la puerta que se abre con llave de evangelio.

El Papa Francisco no se fija por ley el sentido de esos "ritmos naturales", de manera que debemos pensar que se trata de "ritmos personales", de líneas de evangelio, respetando la vida (es decir, el cuerpo y alma) de los esposos" (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2370), sabiendo evidentemente que los hijos son un maravilloso don de Dios, una alegría para los padres y para la Iglesia (250)... y queriendo así que sean eso, expresión de amor y de voluntad creadora, sin fijarse en prohibiciones físicas o química.

Que sean ellos, los esposos, hombre y mujer, los que se aman, como buenos artesanos/artistas del amor, los que decidan con libertad responsable, dentro de una Iglesia que no les impone leyes desde fuera, sino que camina con ellos en el barro enamorado de la tierra, llena de la gloria de Dios.



6. Temas colaterales: divorciados, homosexuales...

Evidentemente, el documento defiende la unidad familiar, como experiencia radical de comunión entre personas, pero dice (sin que nadie se lo haya exigido) que "los divorciados no están excomulgados" en cuanto divorciados (243), lo cual significa, dentro del contexto en que se dice, que, en cuanto divorciados (si viven el evangelio) pueden participar de la comunión eucarística de las iglesias.

En esa línea, el documento pide (num 244) que se agilicen los "procedimientos de nulidad", que de hecho, en las condiciones actuales, son procesos de "divorcio", bajo la autoridad de los mismos obispos (es decir, de las iglesias concretas), sin necesidad de recurrir a la Santa Sede. Eso significa que las iglesias (obispados, parroquias...) son las que tienen que decidir en cada casa sin los divorciados y vueltos a casar pueden comulgar y participar en la vida entera de la Iglesia si son creyentes, que es lo que importa (Dicho sea de paso, el Papa Francisco no ha inventado aquí nada: Esto es lo que se viene haciendo en miles y miles de parroquias, desde Buenos Aires hasta Madrigalete de Abajo).

Con respecto a los homosexuales, en contra de una teoría y praxis que ha sido normal en las iglesias, el documento (num 250) pide que las familias cristianas y las comunidades acojan con respeto a los homosexuales, no para "curarles" de la homosexualidad, sino para que puedan vivir cristianamente siendo homosexuales.

"Que les acojan las familias...", bien leído, significa que ellos mismos pueden crear sus familias; que se les acoja no como personas descarriadas, sino como signo y momento de un camino distinto dentro de la Gran Iglesia, madre y espacio de vida para todos.

Ciertamente, el documento tiene que decir que no se pueden equiparar las uniones entre dos homosexuales con el matrimonio cristiano... Pero en ningún momento critica las uniones afectivas y de comunión cristiana entre los homosexuales (251). Son uniones distintas, pueden ponerse otros nombres, pero son "uniones de valor cristiano".

En la línea del documento, la iglesia debería no sólo reconocer esas uniones (repito, aunque no les llame matrimonios), buscando una forma de ofrecerles su "bendición", es decir, su reconocimiento. El documento no lo dice así, pero de hecho lo presupone.

(Todo depende de la forma en que se lea el texto de ese documento equilibrista... La puerta está abierta, se trata de leer el documento desde un lado o desde el otro:

-- Si se parte del hecho de que los homosexuales han de ser respetados "en familia" se está suponiendo que ellos pueden crear una familia, se llame matrimonio o no (que eso es cuestión de palabras...).

-- Si se parte de decir que "no se pueden equiparar" las uniones de dos homosexuales con el matrimonio cristiano... se está diciendo que hay una diferencia (lo que es obvio...), pero se está valorando de hecho esa unión de los homosexuales, en línea cristiana...)

Mi interpretación del texto ha quedado clara en la exposición anterior).

7. Y muchas más cosas....

Muchas más cosas se pueden decir de este documento, que abre una puerta... El tema está en que las iglesias en conjunto (con sus obispos concretos) y los cristianos de a pie (¡todos vamos a pie en la Iglesia!) pasemos sin miedo al otro lado, con la alegría del amor.

Decía al principio que el documento es bueno, aunque le falta mucha más Biblia, buena Biblia (con el Cantar de los Cantares, con la opción de Jesús por los distintos, con la gran ruptura y novedad mesiánica del Evangelio....), leída desde la historia actual, desde la vida. De eso quizá seguiré hablando en otras ocasiones, desde la misma Biblia, con el Papa Francisco, abriendo la puerta del amor en la Iglesia.

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viernes, 25 de marzo de 2016

TEXTO: Las meditaciones del Vía Crucis 2016 que el Papa Francisco presidirá en Roma

TEXTO: Las meditaciones del Vía Crucis 2016 que el Papa Francisco presidirá en Roma

Vía Crucis del año 2015 presidido por el Papa Francisco / Foto: L'Osservatore Romano

VATICANO, 22 Mar. 16 / 10:19 am (ACI).- Este martes la Santa Sede publicó las meditaciones del Vía Crucis que el Papa Francisco presidirá este 25 de marzo, Viernes Santo, en el Coliseo Romano y que fueron elaboradas por el Arzobispo de Perugia (Italia), Cardenal Gualtiero Bassetti, con el lema "Dios es Misericordia".
El texto es el siguiente:

OFICINA PARA LAS CELEBRACIONES LITÚRGICAS DEL SUMO PONTÍFICE
VIERNES SANTO PASIÓN DEL SEÑOR
VÍA CRUCIS 2016 PRESIDIDO POR EL SANTO PADRE FRANCISCO EN EL COLISEO ROMANO
«DIOS ES MISERICORDIA»



MEDITACIONES
Cardenal Gualtiero Bassetti
Arzobispo de Perugia – Città della Pieve

INTRODUCCIÓN

¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo! (2 Co 1,3)
En este Jubileo Extraordinario, el Vía Crucis del Viernes Santo nos atrae con una fuerza particular, la de la misericordia del Padre Celeste, que quiere derramar sobre todos nosotros su Espíritu de gracia y de consuelo.
La misericordia es el canal de la gracia de Dios que llega a todos los hombres y mujeres de hoy. Hombres y mujeres a menudo perdidos y confundidos, materialistas e idólatras, pobres y solos. Miembros de una sociedad que parece haber desterrado el pecado y la verdad.
«Volverán sus ojos hacia mí, al que traspasaron» (Za 12,10). Que las palabras proféticas de Zacarías se cumplan también en nosotros esta tarde. Que se eleve la mirada de nuestras infinitas miserias para posarse sobre él, Cristo Señor, Amor misericordioso. Entonces podremos contemplar su rostro y escuchar sus palabras: «Con amor eterno te amé» (Jr 31,3). Él, con su perdón, borra nuestros pecados y nos abre el camino de la santidad, en el que abrazaremos nuestra cruz, junto con él, por amor a los hermanos. La fuente que ha lavado nuestro pecado se transformará dentro de nosotros «en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna» (Jn 4,14).

Breve pausa de silencio
Oremos
Padre eterno,
Por medio de la Pasión de tu amado Hijo,
has querido revelarnos tu corazón
y darnos tu misericordia.
Haz que, unidos a María, Madre suya y nuestra,
sepamos acoger y custodiar siempre el don del amor.
Que ella, Madre de la Misericordia,
te presente las oraciones que elevamos por nosotros y por toda la humanidad,
para que la gracia de este Vía Crucis
llegue a todos los corazones humanos
e infunda en ellos una esperanza nueva,
esa esperanza indefectible
que irradia desde la cruz de Jesús,
que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.

Primera Estación
Jesús es condenado a muerte
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según san Marcos (15, 14-15)
Pilato les dijo: «Pues ¿qué mal ha hecho?». Ellos gritaron más fuerte: «Crucifícalo». Y Pilato, queriendo complacer a la gente, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.
Jesús está solo ante el poder de este mundo. Y se somete hasta el final a la justicia de los hombres. Pilato se encuentra ante un misterio que no llega a comprender. Se interroga y pide explicaciones. Busca una solución y llega, posiblemente, hasta el umbral de la verdad. Pero decide no cruzarlo. Entre la vida y la verdad escoge la propia vida. Entre el hoy y la eternidad elige el hoy.
La muchedumbre elige a Barrabás y abandona a Jesús. La gente quiere la justicia de la tierra y opta por el justiciero: aquel que podría liberarles de la opresión y del yugo de la esclavitud. Pero la justicia de Jesús no se cumple con una revolución: pasa a través del escándalo de la cruz. Jesús desbarata cualquier plan de liberación porque toma sobre sí el mal del mundo y no responde al mal con el mal. Y esto los hombres no lo entienden. No entienden que la justicia de Dios pueda derivarse de una derrota del hombre.
Cada uno de nosotros forma parte hoy de la muchedumbre que grita: «¡Crucifícale!». Nadie puede sentirse excluido. La muchedumbre y Pilato, en efecto, están dominados por una sensación interior que acomuna a todos los hombres: el miedo. El miedo a perder las propias seguridades, los propios bienes, la propia vida. Pero Jesús señala otro camino.
Señor Jesús,
cómo nos sentimos semejantes a estos personajes.
¡Cuánto miedo hay en nuestra vida!
Tenemos miedo del diferente, del extranjero, del emigrante.
Nos causa temor el futuro, los imprevistos, la miseria.
Cuánto miedo hay en nuestras familias, en los lugares de trabajo, y en nuestras ciudades…
Y, tal vez, tenemos miedo también de Dios: miedo del juicio divino, que nace de la poca fe, de no conocer su corazón y de las dudas sobre su misericordia.
Señor Jesús, condenado por el miedo de los hombres, líbranos del temor de tu juicio.
Haz que el grito de nuestras angustias no nos impida sentir la dulce fuerza de tu invitación: «¡No tengáis miedo!».
__________
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo. Amen.
Stabat Mater dolorosa
iuxta crucem lacrimosa,
dum pendebat Filius.

Segunda estación
Jesús con la cruz a cuestas
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según san Marcos (15,20)
Terminada la burla, le quitaron la púrpura y le pusieron su ropa. Y lo sacan para crucificarlo.
El miedo ha emitido la sentencia, pero no puede desvelarse y se esconde detrás de las actitudes del mundo: escarnio, humillación, violencia y burla. Ahora Jesús está revestido con sus ropas, con su sola humanidad, dolorosa y sangrante, sin púrpura, ni ningún signo de su divinidad. Y así lo presenta Pilato: «Ecce homo!» (Jn 19,5).
Esta es la condición de todo el que se pone a seguir a Cristo. El cristiano no busca el aplauso del mundo o la aprobación de la calle. El cristiano no adula y no dice mentiras para conquistar el poder. El cristiano acepta el escarnio y la humillación a causa del amor y de la verdad.
«¿Qué es la verdad?» (Jn 18,38), preguntó Pilato a Jesús. Esta es la pregunta de todos los tiempos. Es la pregunta de hoy. Aquí está la verdad: la verdad del Hijo del hombre predicho por los profetas (cf. Is 52,13-53,12), un rostro humano desfigurado que desvela la fidelidad de Dios.
En cambio, demasiado a menudo, buscamos la verdad a bajo precio, que se acomode a nuestra vida, que responda a nuestras inseguridades o incluso que satisfaga nuestros intereses más bajos. De este modo, terminamos conformándonos con verdades parciales o aparentes, dejándonos engañar por «profetas de desventura que anuncian siempre lo peor» (san Juan XXIII) o por hábiles flautistas que anestesian nuestro corazón con músicas sugerentes que nos alejan del amor de Cristo.
El Verbo de Dios se ha hecho hombre,
Vino a enseñarnos la verdad toda entera, sobre Dios y el hombre.
Dios es aquel que toma la cruz sobre sus hombros (cf. Jn 19,17)
y se encamina por la vía del don misericordioso de sí mismo.
Y el hombre que se realiza en la verdad es aquel que lo sigue en ese mismo camino.
Señor Jesús, concédenos contemplarte en la teofanía de la cruz, el punto más alto de tu revelación, y de reconocer también en el esplendor misterioso de tu rostro los rasgos de nuestro rostro.
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo. Amen.
Cuius animam gementem,
contristatam et dolentem
pertransivit gladius

Tercera Estación
Jesús cae por primera vez
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del profeta Isaías (53, 4.7)
Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado. Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca: como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca.
Jesús es el Cordero, predicho por el profeta, que ha cargado sobre sus hombros el pecado de toda la humanidad. Se ha hecho cargo de la debilidad del amado, de sus dolores y delitos, de sus iniquidades y maldiciones. Hemos llegado al punto extremo de la encarnación del Verbo. Pero hay un punto aún más bajo: Jesús cae bajo el peso de esta cruz. ¡Un Dios que cae¡
En esta caída está Jesús que da sentido al sufrimiento de los hombres. El sufrimiento para el hombre es a veces un absurdo, incomprensible para la mente, presagio de muerte. Hay sufrimientos que parecen negar el amor de Dios. ¿Dónde está Dios en los campos de exterminio? ¿Dónde está Dios en las minas y en las fábricas donde trabajan los niños como esclavos? ¿Dónde está Dios en las pateras que se hunden en el Mediterráneo?
Jesús cae bajo el peso de la cruz, pero no queda aplastado. Cristo está allí, descartado entre los descartados, último entre los últimos. Náufrago entre los náufragos.
Dios se hace cargo de todo eso. Un Dios que por amor renuncia a mostrar su omnipotencia. Pero que así, precisamente así, caído en tierra como grano de trigo, Dios es fiel a sí mismo: fiel en el amor.
Te rogamos, Señor,
por todos esos sufrimientos que parecen no tener sentido,
por los judíos muertos en los campos de exterminio,
por los cristianos asesinados por odio a la fe,
por las víctimas de toda persecución,
por los niños esclavizados en el trabajo,
por los inocentes que mueren en las guerras.
Haznos comprender, Señor, cuánta libertad y fuerza interior hay en esta inédita revelación de tu divinidad, tan humana como para caer bajo el peso de la cruz de los pecados del hombre, tan divinamente misericordiosa como para derrotar el mal que nos oprimía.
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo. Amen.
O quam tristis et afflicta
fuit illa benedicta
Mater Unigeniti!

CUARTA ESTACIÓN
Jesús encuentra a su Madre
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según san Lucas (2, 34-35.51)
Simeón los bendijo diciendo a María, su madre: «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma». Su madre conservaba todo esto en su corazón.
Dios ha querido que la vida venga al mundo a través del dolor del parto: a través del sufrimiento de una madre que da la vida al mundo. Todos necesitan una Madre, también Dios. «El Verbo se hizo carne» (Jn 1,14) en el seno de una Virgen. María lo acogió, lo dio a luz en Belén, lo envolvió en pañales, lo protegió y lo hizo crecer con el calor de su amor, y lo acompañó hasta su «hora».
Ahora, a los pies del Calvario, se cumple la profecía de Simeón: una espada le atraviesa el corazón. María ve al Hijo, desfigurado y exánime bajo el peso de la cruz. Ojos dolorosos, los de la Madre, partícipe hasta el extremo en el dolor del Hijo, pero también ojos llenos de esperanza, que, desde el día de su «sí» al anuncio del ángel (cf. Lc 1,26-38) no han dejado de reflejar esa luz divina que brilla también en este día de sufrimiento.
María es esposa de José y madre de Jesús. Hoy como siempre la familia es el corazón palpitante de la sociedad; célula irrenunciable de la vida común; clave de bóveda insustituible de las relaciones humanas; amor para siempre que salvará al mundo.
María es mujer y madre. Genio femenino y ternura. Sabiduría y caridad. María, como madre de todos, «es signo de esperanza para los pueblos que sufren dolores de parto», y «como una verdadera madre, ella camina con nosotros, lucha con nosotros, y derrama incesantemente la cercanía del amor de Dios» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 286).
Oh María, Madre del Señor,
Tú fuiste para tu divino Hijo el primer reflejo de la misericordia de su Padre,
aquella misericordia que le pediste que manifestara en Caná.
Ahora que tu Hijo nos revela el Rostro del Padre hasta las últimas consecuencias del amor,
caminas en silencio tras sus huellas, como primera discípula de la cruz.
Oh María, Virgen fiel,
cuida de todos los huérfanos de la Tierra,
protege a todas las mujeres explotadas y maltratadas.
Suscita mujeres valerosas para el bien de la Iglesia.
Inspira a cada madre para que eduque a sus hijos en la ternura del amor de Dios,
y que, en el momento de la prueba, los acompañen en su camino
con la fuerza silenciosa de su fe.
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo. Amen.
Quœ mœrebat et dolebat
pia Mater, dum videbat
Nati pœnas incliti.

QUINTA ESTACIÓN
El Cirineo ayuda a Jesús a llevar la cruz
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según san Marcos (15, 21-22)
Y a uno que pasaba, de vuelta del campo, a Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, lo forzaron a llevar la cruz. Y llevaron a Jesús al Gólgota, que quiere decir lugar de «La Calavera».
En la historia de la salvación aparece un hombre desconocido. A Simón de Cirene, un trabajador que volvía del campo, lo obligan a llevar la cruz. Y la gracia del amor de Cristo, que pasa a través de aquella cruz, actúa en primer lugar en él. Y Simón, forzado a llevar un peso a regañadientes, llegará a ser discípulo del Señor.
Cuando el sufrimiento toca a la puerta nunca es bien recibido. Se presenta siempre como una imposición, a veces incluso como una injusticia. Y nos puede encontrar dramáticamente desprevenidos. Una enfermedad puede acabar con nuestros proyectos de vida. Un niño discapacitado puede perturbar el sueño de una maternidad anhelada. Esa tribulación no buscada llama sin embargo con prepotencia al corazón del hombre. ¿Cómo reaccionamos frente al sufrimiento de una persona amada? ¿Cuánto nos preocupa el grito de quien sufre pero vive lejos de nosotros?
El Cireneo nos ayuda a entrar en la fragilidad del alma humana y nos descubre otro aspecto de la humanidad de Jesús. Hasta el Hijo de Dios tuvo necesidad de alguien que lo ayudara a llevar la cruz. ¿Quién es el Cireneo? Es la misericordia de Dios presente en la historia de los seres humanos. Dios se ensucia las manos con nosotros, con nuestros pecados y fragilidades. No se avergüenza. Y no nos abandona.
Señor Jesús,
te damos gracias por este don que supera todo deseo y nos desvela tu misericordia.
Tú nos has amado, no sólo hasta darnos la salvación, sino hasta hacernos instrumentos de salvación.
Mientras tu cruz da sentido a todas nuestras cruces, a nosotros se nos da la gracia más grande de la vida:
participar activamente en el misterio de la redención,
ser instrumentos de salvación para nuestros hermanos.
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo. Amen.
Quis est homo qui non fleret,
Matrem Christi si videret
in tanto supplicio?

SEXTA ESTACIÓN
La Verónica enjuga el rostro de Jesús
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del profeta Isaías (53, 2-3)
Sin figura, sin belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultaban los rostros, despreciado y desestimado.
Entre la agitada multitud que contempla la subida de Jesús al Calvario, aparece Verónica, una mujer sin rostro, sin historia. Y, sin embargo, una mujer valiente, dispuesta a escuchar al Espíritu y seguir sus inspiraciones, capaz de reconocer la gloria del Hijo de Dios en el rostro desfigurado de Jesús, y percibir su invitación: «Vosotros, los que pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor como el dolor que me atormenta» (Lm 1,12).
El amor que encarna esta mujer nos deja sin palabras. El amor le da fuerzas para desafiar a los guardias, para atravesar la multitud, para acercarse al Señor y realizar un gesto de compasión y de fe: detener el flujo de sangre de las heridas, enjugar las lágrimas del dolor, contemplar aquel rostro desfigurado, detrás del cual se esconde el rostro de Dios.
Instintivamente huimos del sufrimiento, porque el sufrimiento nos repugna. Cuántas veces, cuando nos encontramos con tantos rostros desfigurados por las aflicciones de la vida miramos a otro lado. ¿Cómo no ver el rostro del Señor en los millones de prófugos, refugiados y desplazados que huyen desesperados del horror de la guerra, de las persecuciones y de las dictaduras? Para cada uno de ellos, con su rostro irrepetible, Dios se manifiesta siempre como un valiente rescatador. Como Verónica, la mujer sin rostro, que enjugó amorosamente el rostro de Jesús.
«Tu rostro buscaré, Señor» (Sal 27,8).
Ayúdame a encontrarlo en los hermanos que recorren la vía del dolor y de la humillación.
Haz que sepa enjugar las lágrimas y la sangre de los vencidos de toda época,
de los que la sociedad rica y despreocupada descarta sin escrúpulo.
Haz que detrás de cada rostro, también el del hombre más abandonado, sepa descubrir tu rostro de belleza infinita.
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo. Amen.
Quis non posset contristari,
Christi Matrem contemplari
dolentem cum Filio?

SÉPTIMA ESTACIÓN
Jesús cae por segunda vez
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del profeta Isaías (53,5)
Fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron.
Jesús cae de nuevo. Aplastado pero no aniquilado por el peso de la cruz. Una vez más, descubre su humanidad. Es una experiencia al límite de la impotencia, de vergüenza ante quienes lo afrentan, de humillación ante quienes habían esperado en él. Nadie quisiera nunca caer por tierra y experimentar el fracaso. Especialmente delante de otras personas.
Con frecuencia los hombres se rebelan contra la idea de no tener poder, de no ser capaces de llevar adelante la propia vida. Jesús, en cambio, encarna el «poder de los sin poder». Experimenta el tormento de la cruz y la fuerza salvadora de la fe. Sólo Dios puede salvarnos. Sólo él puede transformar un signo de muerte en una cruz gloriosa.
Si Jesús ha caído en tierra por segunda vez por el peso de nuestros pecados, aceptemos entonces que también nosotros caemos, que hemos caído, que aún podemos caer por nuestros pecados. Reconozcamos que no podemos salvarnos por nosotros mismos, con nuestras propias fuerzas.
Señor Jesús, que has aceptado la humillación de caer de nuevo bajo la mirada de todos:
quisiéramos contemplarte no sólo cuando estás en el polvo,
sino fijar en ti nuestra mirada,
desde la misma situación, también nosotros por tierra, caídos por nuestras debilidades.
Haznos tomar conciencia de nuestro pecado,
la voluntad de volver a levantarse que nace del dolor.
Da a toda tu Iglesia la conciencia del sufrimiento.
Ofrece en particular a los ministros de la Reconciliación el don de las lágrimas por sus pecados.
¿Cómo podrán invocar sobre los demás y sobre sí mismos tu misericordia si no saben primero llorar sus propias culpas?
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Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo. Amen.
Pro peccatis suœ gentis
vidit Iesum in tormentis
et flagellis subditum.

OCTAVA ESTACIÓN
Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según san Lucas (23,27-28)
Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos».
Jesús, aunque está desgarrado por el dolor y busca refugio en el Padre, siente compasión del pueblo que lo seguía y se dirige directamente a las mujeres que lo están acompañando en el camino del Calvario. Y hace un enérgico llamamiento a la conversión.
«No lloréis por mí», dice el Nazareno, porque yo estoy haciendo la voluntad del Padre, sino llorad por vosotras por todas las veces que no hacéis la voluntad de Dios.
Es el Cordero de Dios el que habla y que, llevando sobre sus hombros el pecado del mundo, purifica los ojos de estas hijas, que ya se dirigen hacia él, aunque de modo imperfecto. «¿Qué tenemos que hacer?», parece gritar el llanto de estas mujeres delante del Inocente. Es la misma pregunta que la multitud le hizo al Bautista (cf. Lc 3,10) y que repiten luego quienes escuchan a Pedro después de Pentecostés, sintiéndose traspasado el corazón: «¿Qué tenemos que hacer?» (Hch 2,37).
La respuesta es simple y precisa: «Convertíos». Una conversión personal y comunitaria: «Rezad unos por otros para que os curéis» (St 5,16). No hay conversión sin caridad. Y la caridad es el modo de ser Iglesia.
Señor Jesús,
que tu gracia sostenga nuestro camino de conversión para regresar a ti,
en comunión con nuestros hermanos,
por quienes te pedimos nos des tus mismas entrañas de misericordia,
entrañas maternas que nos hagan capaces de sentir unos por otros ternura y compasión.
y de llegar a entregarnos por la salvación del prójimo.
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Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo. Amen.
Eia, Mater, fons amoris,
me sentire vim doloris
fac, ut tecum lugeam.

NOVENA ESTACIÓN
Jesús cae por tercera vez
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura de la carta del Apóstol Pablo a los Filipenses (2,6-7)
Él, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres.
Jesús cae por tercera vez. El Hijo de Dios experimenta hasta las últimas consecuencias la condición humana. Con esta caída entra aún más plenamente en la historia de la humanidad. Y acompaña en todo momento a la humanidad que sufre. «Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos» (Mt 28, 21).
¡Cuántas veces los hombres y las mujeres caen por tierra! ¡Cuántas veces los hombres, las mujeres y los niños sufren por la familia dividida! ¡Cuántas veces los hombres y las mujeres piensan que no tienen más dignidad porque no tienen un trabajo! ¡Cuántas veces los jóvenes están obligados a vivir una vida precaria y pierden la esperanza en el futuro!
El hombre que cae, y que contempla al Dios que cae, es el hombre que puede finalmente admitir su debilidad e impotencia ya sin temor y desesperación, precisamente porque también Dios lo ha experimentado en su Hijo. Es gracias a la misericordia que Dios se ha abajado hasta este punto, hasta estar tendido en el polvo del camino. Polvo mojado por el sudor de Adán y la sangre de Jesús y de todos los mártires de la historia; polvo bendecido por las lágrimas de tantos hermanos que murieron por la violencia y la explotación del hombre por el hombre. A este polvo bendito, ultrajado, violado y depredado por el egoísmo humano, el Señor ha reservado su último abrazo.
Señor Jesús,
postrado sobre esta tierra reseca,
estás cerca de todos los hombres que sufren
e infundes en sus corazones la fuerza para volver a levantarse.
Te pido, Dios de la misericordia,
por todos los que se encuentran postrados por tierra por tantos motivos:
pecados personales, matrimonios fracasados, soledad,
pérdida del trabajo, dramas familiares, angustia por el futuro.
Hazles sentir que tú no estás lejos de cada uno de ellos,
porque el más próximo a ti, que eres la misericordia encarnada,
es el hombre que más siente la necesidad del perdón
y sigue esperando contra toda esperanza.
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Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo. Amen.
Fac, ut ardeat cor meum
in amando Christum Deum,
ut sibi complaceam.

DÉCIMA ESTACIÓN
Jesús es despojado de sus vestiduras
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según san Marcos (15,24)
Después lo crucificaron. Los soldados se repartieron sus vestiduras, sorteándolas para ver qué le tocaba a cada uno.
A los pies de la cruz, bajo el crucificado y los ladrones que sufren, están los soldados que se disputan las vestiduras de Jesús. Es la banalidad del mal.
La mirada de los soldados es ajena a este sufrimiento y distante de la historia que los rodea. Parece que lo que está sucediendo no les afecta. Mientras el Hijo de Dios padece los suplicios de la cruz, ellos, sin inmutarse, siguen llevando una vida dominada por las pasiones. Esta es la gran paradoja de la libertad que Dios ha concedido a sus hijos. Ante la muerte de Jesús, cada hombre puede elegir: o contemplar a Cristo o «echar a suertes».
Es enorme la distancia que separa al Crucificado de sus verdugos. El interés mezquino por las vestiduras no les permite percibir el sentido de aquel cuerpo inerme y despreciado, escarnecido y maltratado, en el que se cumple la divina voluntad de salvación de la humanidad entera.
Aquel cuerpo que el Padre ha «preparado» para el Hijo (cf. Sal 40, 7; Hb 10, 5) expresa ahora el amor del Hijo por el Padre y el don total de Jesús a los hombres. Aquel cuerpo despojado de todo, menos del amor, encierra en sí el inmenso dolor de la humanidad y habla de todas sus heridas. Sobre todo de las más dolorosas: las llagas de los niños profanados en su intimidad.
Aquel cuerpo mudo y sangrante, flagelado y humillado, indica el camino de la justicia. La justicia de Dios que transforma el sufrimiento más atroz en la luz de la resurrección.
Señor Jesús:
Quiero presentar ante ti a toda la humanidad dolorida.
Los cuerpos de hombres y mujeres, de niños y ancianos, de enfermos y discapacitados oprimidos en su dignidad. Cuántas violencias a lo largo de la historia de esta humanidad han golpeado lo que el hombre tiene como más suyo, algo sagrado y bendito porque procede de Dios.
Te pedimos, Señor, por quien ha sido violado en su intimidad.
Por quien no comprende el misterio de su propio cuerpo, por quien no lo acepta o desfigura su belleza,
por quien no respeta la debilidad y la sacralidad del cuerpo que envejece y muere.
Y que un día resucitará.
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo. Amen
Sancta Mater, istud agas,
crucifixi fige plagas
cordi meo valide.

UNDÉCIMA ESTACIÓN
Jesús es clavado en la cruz
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según san Lucas (23, 39-43)
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros». Pero el otro lo increpaba, diciéndole: «¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él? Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino». Él le respondió: «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso».
Jesús está en la cruz, «árbol fecundo y glorioso», «tálamo, trono y altar» (Himno Vexila Regis). Y desde lo alto de este trono, punto de atracción del todo el universo (cf. Jn 12,32), perdona a quienes lo crucifican «porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34). Sobre la cruz de Cristo, «balanza del gran rescate» (Himno Vexila Regis), resplandece una omnipotencia que se despoja, una sabiduría que se abaja hasta la locura, un amor que se ofrece en sacrificio.
A la derecha y a la izquierda de Jesús están los dos malhechores, probablemente dos asesinos. Estos dos malhechores interpelan al corazón de todo hombre porque muestran dos modos diferentes de estar en la cruz: el primero maldice a Dios, el segundo reconoce a Dios en esa cruz. El primer malhechor propone la solución más cómoda para todos. Propone una salvación humana y su mirada está dirigida hacia abajo. La salvación para él significa escapar de la cruz y acabar con el sufrimiento. Es la lógica de la cultura del descarte. Pide a Dios eliminar todo lo que no es útil ni digno de ser vivido.
El segundo malhechor, sin embargo, no negocia una solución. Propone una salvación divina y su mirada está dirigida totalmente al cielo. Para él, la salvación significa aceptar la voluntad de Dios incluso en las peores condiciones. Es el triunfo de la cultura del amor y del perdón.
Es la locura de la cruz ante la cual toda sabiduría humana desaparece y queda en silencio.
Tú, crucificado por amor,
Dame ese perdón tuyo que olvida y esa misericordia que recrea.
Hazme experimentar en cada confesión
la gracia que me ha creado a tu imagen y semejanza,
y que me recrea cada vez que pongo mi vida,
con todas sus miserias, en las manos misericordiosas del Padre.
Que tu perdón resuene en mí como certeza del amor que me salva,
me renueva y me hace estar contigo para siempre.
Entonces seré de verdad un malhechor bienaventurado
y cada perdón tuyo será como pregustar ya desde ahora el Paraíso,.
Todos
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo. Amen.
Tui Nati vulnerati,
tam dignati pro me pati,
pœnas mecum divide.

DUODÉCIMA ESTACIÓN
Jesús muere en la cruz
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según san Marcos (15,33-39)
Al mediodía, se oscureció toda la tierra hasta las tres de la tarde; y a esa hora, Jesús exclamó en alta voz: «Eloi, Eloi, lamá sabactani», que significa: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo, dijeron: «Está llamando a Elías». Uno corrió a mojar una esponja en vinagre y, poniéndola en la punta de una caña le dio de beber, diciendo: «Vamos a ver si Elías viene a bajarlo». Entonces Jesús, dando un grito, expiró. El velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo. Al verlo expirar así, el centurión que estaba frente a él, exclamó: «¡Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios!».
Oscuridad a mediodía: está ocurriendo algo totalmente inaudito e imprevisto sobre la tierra, pero que no pertenece sólo a la tierra. El hombre mata a Dios. El Hijo de Dios ha sido crucificado como un malhechor.
Jesús se dirige al Padre gritando las primeras palabras del Salmo 22. Es el grito del sufrimiento y de la desolación, pero es también el grito de la completa «confianza de la victoria divina» y de la «certeza de la gloria» (Benedicto XVI, Catequesis, 14 septiembre 2011).
El grito de Jesús es el grito de todo crucificado en la historia, del abandonado y del humillado, del mártir y del profeta, del calumniado y del condenado injustamente, de quien sufre el exilio o la cárcel. Es el grito de la desesperación humana que desemboca, sin embargo, en la victoria de la fe que transforma la muerte en vida eterna. «Contaré tu fama a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré» (Sal 22,23).
Jesús muere en la cruz. ¿Es la muerte de Dios? No, es la celebración más sublime del testimonio de la fe.
El siglo XX ha sido definido como el siglo de los mártires. Ejemplos como los de Maximiliano Kolbe y Edith Stein reflejan una luz inmensa. Pero todavía hoy el cuerpo de Cristo está crucificado en muchas regiones de la tierra. Los mártires del siglo XXI son los verdaderos apóstoles del mundo contemporáneo.
En la gran oscuridad se enciende la fe: «¡Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios!», porque quien muere así, transformando en esperanza de vida la desesperación de la muerte, no puede ser simplemente un hombre.
El crucificado es la ofrenda total.
No se ha reservado nada, ni un retazo de su vestidura, ni una gota de su sangre, ni la Madre.
Ha dado todo: «Consummatum est».
Cuando no se tiene nada más para dar, porque se ha dado todo,
entonces se es capaz de dar verdaderamente.
Despojado, desnudo, consumido por las llagas, por la sed del abandono, por los improperios:
no tiene ya figura de hombre.
Dar todo: eso es la caridad.
Donde termina lo mío, comienza el paraíso.
(don Primo Mazzolari)
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo. Amen.
Vidit suum dulcem Natum
moriendo desolatum,
dum emisit spiritum.

DÉCIMOTERCERA ESTACIÓN
Jesús es bajado de la cruz
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según san Marcos (15,42-43.46a)
Al anochecer, como era el día de la Preparación, víspera del sábado, vino José de Arimatea, miembro noble del Sanedrín, que también aguardaba el reino de Dios; se presentó decidido ante Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Este compró una sábana y, bajando a Jesús, lo envolvió en la sábana.
José de Arimatea recibe a Jesús antes de haber visto su gloria. Lo recibe como un derrotado. Como un malhechor. Como un excluido. Pide el cuerpo a Pilato para impedir que sea arrojado en una fosa común. José arriesga su reputación y, tal vez también, como Tobit, su propia vida (cf. Tb 1,15-20). La valentía de José, sin embargo, no es la audacia de los héroes en la batalla. La valentía de José es la fuerza de la fe. Una fe que se hace acogida, gratuidad y amor. En una palabra: caridad.
El silencio, la sencillez y la sobriedad con la que José se acerca al cuerpo de Jesús contrasta con la ostentación, la banalización y la fastuosidad de los funerales de los poderosos de este mundo. Su testimonio nos recuerda, en cambio, a todos aquellos cristianos que, también en nuestros días, siguen arriesgando su propia vida por un funeral.
¿Quién podía recibir el cuerpo sin vida de Jesús más que aquella que le había dado la vida? Podemos imaginar los sentimientos de María cuando lo recibe en sus brazos; ella, que creyó en las palabras del ángel y guardaba todo en su corazón.
María, mientras abraza a su hijo exánime, repite de nuevo su «fiat». Es el drama y la prueba de la fe. Ninguna creatura lo ha sufrido tanto como María, la madre que, al pie de la cruz, nos ha engendrado a la fe.
Repetía la oración del mundo:
«Padre, Abbá, si es posible…».
Sólo un ramito de olivo
oscilaba sobre su cabeza
al viento silencioso…
Ni siquiera una espina
le quitaste de la corona.
Traspasado también el pensamiento
no puede, no puede allá arriba,
no puede el pensamiento dejar de sangrar.
Y ni siquiera una mano
le desclavaste del madero:
para que se limpiara de los ojos
la sangre
y le fuera concedido
mirar allí al menos a la Madre
sola…
Hasta los poderosos
y maestros de crueldad
y la gente, al verlo
se cubrían el rostro
y él fluctuaba en una nube:
dentro de la nube del divino abandono.
Y después, sólo después.
Tú y nosotros a devolverle la vida.
(Padre Turoldo)
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Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo. Amen.
Fac me tecum pie flere
Crucifixo condolere
Donec ego vixero

DECIMOCUARTA ESTACIÓN
Jesús es puesto en el sepulcro
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según san Mateo (27, 59-60)
José, tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia, lo puso en su sepulcro nuevo que se había excavado en la roca, rodó una piedra grande a la entrada del sepulcro y se marchó.
Mientras José sella la tumba de Jesús, él desciende a los infiernos y abre sus puertas de par en par.
Lo que la Iglesia occidental llama «descenso a los infiernos», la Iglesia oriental lo celebra ya como Anastasis, es decir, «Resurrección». Así es como las Iglesias hermanas comunican al hombre la plena Verdad de este único Misterio: «Esto dice el Señor Dios: Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os sacaré de ellos, pueblo mío. Pondré mi espíritu en vosotros y viviréis» (Ez 37,12.14).
Tu Iglesia, Señor, canta cada mañana: «Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte» (Lc 1,78-79).
El hombre, deslumbrado por unas luces que tienen el color de las tinieblas, empujado por las fuerzas del mal, hizo rodar una gran piedra y te ha encerrado en el sepulcro. Pero nosotros sabemos que tú, Dios humilde, en el silencio en el que nuestra libertad te ha depuesto, estás más activo que nunca, generando nueva gracia en el hombre que amas. Entra, pues, en nuestros sepulcros: enciende de nuevo la llama de tu amor en el corazón de todo hombre, en el seno de toda familia, en el camino de cada pueblo.
Oh Cristo Jesús,
todos caminamos hacia nuestra muerte
y nuestra tumba.
Permítenos detenernos en espíritu
junto a tu sepulcro.
Que el poder de la vida
que se ha manifestado en él
traspase nuestros corazones.
Que esta vida sea la luz
de nuestra peregrinación terrena.
(San Juan Pablo II)
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Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo. Amen.
Quando corpus morietur,
fac, ut animæ donetur
Paradisi gloria.
Amen.

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